Si hay algo de lo que no tenemos dudas es que prevenir es siempre mejor que curar. En obesidad el problema radica en encontrar el equilibrio. Pues toda vez que se intenta concientizar a la gente de que el exceso de peso es problemático para la salud, simultáneamente se corre el riesgo de alimentar el estigma existente ya hacia el obeso.
Esto sucede porque el razonamiento detrás es el siguiente: dado que es malo portar grasa en exceso, aquellos que lo padecen son los únicos culpables de lo que les sucede. Cada vez que se anuncia la peligrosidad de ser obeso, quizás se esté alimentando a las fieras. El problema es que quien discrimina no toma en cuenta las consecuencias que su actitud puede desencadenar: depresión, estrés, baja autoestima, desesperanza que, a su vez, provocan más obesidad.
A pesar de los avances científicos, lamentablemente persiste la idea de que el obeso tiene la culpa de lo que padece y de que esa culpa se visibiliza en falta de fuerza de voluntad. Es frecuente escuchar que un profesional le informa a un paciente que debe perder 30 kilos y regresar para una intervención quirúgica como si se tratara de un cambio de coloración de cabello en una peluquería pagando por ese servicio una tarde cualquiera. Subyace detrás de esta liviana prescripción la errónea idea de que la obesidad es un problema que sólo depende de la decisión y del control personal.
El punto es que nadie quiere ser obeso. Desde este paradigma estigmatizante se deja al individuo obeso solo con su problemática.
Ha llegado el momento de tomar conciencia de que el entorno construido por la cultura genera la obesidad en las personas predispuestas. Nuestros genes no han cambiado desde la década de los 80 cuando se detecta la epidemia de obesidad. El medio impacta desde diferentes factores como el estrés, las barreras al movimiento, las porciones exageradas de alimentos, el costo de los alimentos más saludables. Y desde esta complejidaddispara una respuesta especial en algunos individuos.
La ciencia ya ha mostrado suficiente evidencia de que la obesidad es un desorden neurocognitivo y metabólico. En el primer caso nos referimos a que las personas que padecen esta enfermedad poseen modelos de afrontamiento o de comportamiento particulares, aunque modificables en su mayoría. En el segundo, se trata de alteraciones del metabolismo de las grasas y los hidratos, que confieren mayor riesgo de diabetes, enfermedad cardiovascular y algunos tipos de cáncer. Hago un llamado a gestionar acciones para combatir a la obesidad y no al obeso. Para ello lo primero será instalar en la agenda pública a la obesidad como problemática compleja. Luego será cuestión de trabajar el comportamientode las personas obesas, pero modificando simultáneamente un medio y una cultura obesogénicos que entre todos hemos construido.