Por más de medio siglo, Fidel Castro atormentó la psiquis de los estadounidenses: fue una pesadilla a pocos kilómetros de las costas de Florida y un símbolo del desafío constante de la pequeña isla a la gran potencia mundial.

Cuando en Estados Unidos asumió un presidente que había nacido tras la Revolución de 1959 comenzó a derribarse ese vestigio de la Guerra Fría con un acercamiento histórico y pragmático entre los dos países iniciado hace dos años. La muerte del líder cubano elimina la última gran barrera psicológica para una relación más cercana, pero la gran incertidumbre ahora es qué hará Donald Trump,el hombre que remplazará a Barack Obama en la Casa Blanca, quien ya ha comenzado a enviar señales de que todo será más duro.

El presidente electo calificó a Fidel Castro como “un dictador brutal’’ de una “isla totalitaria’’ y se mostró esperanzado con que la muerte del cubano suponga un “alejamiento de los horrores” hacia un futuro donde los cubanos vivan en libertad. Pero en sus primeras declaraciones no mencionó el proyecto de deshielo de Obama que se inició sorpresivamente en diciembre de 2014 y desembocó en el restablecimiento de embajadas y algunos beneficios comerciales, de inversiones y de viajes, aunque aún persiste el embargo que pesa sobre la isla que precisa autorización del Congreso para ser levantado.

Trump ha sido errático en sus planes sobre Cuba. Durante la primaria republicana fue el único candidato que se manifestó a favor del deshielo, con algunas “correcciones”. Pero luego, en la campaña general y en busca del voto cubano de Florida, cambió de parecer y dijo que “daría marcha atrás” con las negociaciones. Este domingo comenzó a lanzar algunas pistas más firmes a través de sus principales asesores, que marcan un endurecimiento de las condiciones con Cuba para continuar la normalización, aunque sin demasiadas precisiones.

Reince Priebus, quien será el secretario general de la Casa Blanca, señaló que Trump “absolutamente” daría marcha atrás a la apertura de Obama hacia Cuba a menos que haya “algún movimiento” de parte del gobierno cubano. “Represión, mercados abiertos, libertad de religión, prisioneros políticos, esas son cosas que tienen que cambiar para tener relaciones abiertas y libres, y eso es lo que cree el presidente electo Trump, y hacia allá es que nos dirigiremos”, dijo a Fox News. Kellyanne Conway, otra colaboradora estrecha dijo que “en la medida que el presidente Trump pudiera iniciar nuevas conversaciones con Cuba, tendría que ser una Cuba muy diferente”, dijo a la ABC.

Esto marcaría un contraste con la estrategia de Obama, que tenía la esperanza de que con el cambio de relación la situación interna de la isla se aliviara. Cuando el presidente abandone la Casa Blanca en enero, todo podría irse a pique porque, además, el Congreso seguirá en manos de los republicanos, que se oponen al fin del embargo comercial.

En Washington se cree que una de las medidas ejecutivas que podría tomar Trump a poco de asumir es la derogación de la política de “pies secos/pies mojados”, que otorga a los cubanos un privilegio que no tiene ningún otro grupo de inmigrantes a Estados Unidos: la posibilidad automática de lograr la residencia permanente un año después de llegar al país, incluso si lo hacen ilegalmente. Esta medida sería coherente con la idea de Trump de restringir la inmigración. También se estima que el presidente electo es al fin y al cabo un pragmático que no desoirá la gran presión de los empresarios que buscan hacer jugosos negocios en la isla (sobre todo en el sector turístico y de comunicaciones) y que estaban encantados con la apertura que había logrado Obama. Esto también incluye a varios gobernadores de Estados agrícolas que buscaban instalar en ese mercado sus productos.

 

FUENTE:CLARIN