Cuando Herbert Matthews llegó a Sierra Maestra tenía 57 años y una larga carrera periodística en la que, entre otras cosas, había cubierto la Guerra Civil española.
El 17 de febrero de 1957 se reunió en las montañas del sureste de Cuba con un treintañero Fidel Castro al que periódicos de todo el mundo -también el suyo- habían dado por muerto en diciembre, cuando llegó desde México en el yate «Granma» junto a su hermano Raúl, el «Che» Guevara y ocho decenas de rebeldes, la mayoría, esos sí, abatidos por las tropas de Fulgencio Batista.
Disfrazado de acaudalado plantador estadounidense, Matthews entró en los bosques de Sierra Maestra acompañado por unos pocos hombres de Castro y salió de ellos con la exclusiva de su vida.
El periodista de «The New York Times» pasó tres horas en el monte con quien luego sería el cubano más destacado de todos los tiempos; odiado por unos, venerado por otros, pero uno de los protagonistas de la Historia. El 24 de febrero, siete días después, su diario publicó en portada una fotografía de un barbudo Fidel con un rifle de mira telescópica saliendo de un bosque: «Castro sigue vivo y sigue luchando en las montañas».
No solo desmentía a Batista en la muerte del guerrillero que años atrás había fracasado en el Cuartel Moncada: lo presentaba como un héroe ante Estados Unidos y le daba una capacidad de derrocar al dictador de la que en ese momento carecía.
«Tiene ideas muy claras de la libertad, la democracia, la justicia social, la necesidad de restablecer la Constitución, de celebrar elecciones», escribió en el artículo que «The New York Times» publicó en tres partes durante tres días consecutivos.
Contó que Castro era «un hombre de ideales, de valor y de notables aptitudes de liderazgo» y le preguntó por su país: «Puede estar seguro de que no tenemos animadversión hacia Estados Unidos y el pueblo americano», respondió quien sería después la bestia negra de varios presidentes en la Casa Blanca.
Así fue como, en un escenario de hojas de bosque trasladado a otro de hojas de imprenta, comenzó el mito de Fidel Castro.
«La Historia hubiera sido distinta si la entrevista la hubiera hecho la corresponsal del periódico en La Habana, Ruby Phillips«, asegura a dpa Anthony DePalma, periodista de «The New York Times» durante más de 20 años y autor del extenso obituario que el diario publicó la semana pasada al morir Castro.
«De las montañas hubiera salido una nota distinta a la de un héroe que estaba ganando una guerra. Fue como un cuento de Robin Hood en América Latina«, apunta DePalma (New Jersey, 1956).
Habla con conocimiento de causa desde la Universidad de Columbia, donde da clases de periodismo. Dedicó años a investigar una de las mayores exclusivas del siglo XX, y en 2007 publicó «El hombre que inventó a Fidel. Cuba, Castro y el ‘New York Times'».
Fidel buscaba un periodista extranjero que pudiera evitar la censura de Batista para anunciar que seguía vivo y uno de sus mensajeros se presentó en el despacho de Phillips, que llevaba cubriendo Cuba para el «Times» desde los años 30. Ella rechazó el encuentro. Significaba arriesgar todo por un tipo con pocos hombres, armas viejas y ninguna opción de ganar la batalla.
El diario envió entonces a Matthews, un hombre que según DePalma había mostrado simpatías por la izquierda en la Guerra Civil española. «Convirtió a Castro en un rebelde agradable«, apunta.
La inclinación de uno a creer y la capacidad de otro para cautivar dieron inicio a una exitosa operación de propaganda que además extendió la idea de que Fidel contaba con tropas cuando apenas tenía dos decenas de hombres en la sierra.
Castro contó tiempo después que hizo desfilar a ese puñado de guerrilleros una y otra vez para que Matthews creyera que había un ejército en las montañas. DePalma asegura que Fidel se inventó aquel cuento. Él no halló indicios en sus investigaciones ni en el diario del «Che» Guevara. Lo que ocurrió, dice el periodista, es que Castro había llamado a una reunión a seguidores de toda Cuba y ver a esa gente le sirvió a Matthews para creer lo que quería.
Casi dos años después de la entrevista, el 8 de enero de 1959, Castro entró en La Habana dando por terminado el derrocamiento de Batista. A partir de ahí, la imagen dibujada por Matthews de Fidel dejó de encontrar acomodo en la realidad. El periodista del «Times» siguió asegurando que Castro no era comunista hasta que él mismo, en abril de 1961, declaró por primera vez que la suya era una revolución socialista. Entonces Matthews admitió públicamente que se había equivocado. El Senado norteamericano y el FBI lo investigaron a él como posible comunista.
Que Matthews fuera hasta su muerte (en 1977 en Australia) un invitado distinguido en la Cuba de Fidel Castro da cuenta de la importancia que el líder cubano otorgó a aquella entrevista, dice DePalma. En el Palacio de la Revolución en La Habana, que alberga el Museo de la Revolución, está expuesta una máquina de escribir que supuestamente usó Matthews en la Sierra Maestra.
Fuente: dpa