9 de enero de 2007, Steve Jobs presentó el iPhone en San Francisco, durante la conferencia MacWorld (la compañía lo puso en venta casi medio año después, el 29 de junio). No era el primer celular de la compañía: estaba el ROKR, un iPod con teléfono que había hecho en sociedad con Motorola (por entonces uno de los gigantes mundiales de la telefonía móvil gracias al éxito del delgado RAZR, de 2004).
No fue, tampoco, el primer smartphone (un segmento que había nacido diez años antes, con el Nokia Communicator), ni el primero con pantalla táctil (los Palm Treo, por citar sólo una marca, llevaban la mayor parte de la década en el mercado, lo mismo que BlackBerry), ni el primero en tener un navegador completo basado en Webkit que permitía ver un sitio Web normal, y no su versión WAP (ahí estaba el Nokia N95, presentado en septiembre de 2006 y puesto en venta en marzo de 2007).
Sí fue el primero en implementar el multitoque en un teléfono (algo que hoy nos resulta obvio; el gesto de las pincitas para hacer zoom) y en usar pantallas capacitivas (las actuales de vidrio, más rápidas que las que se usaban hasta entonces, de plástico) para mejorar la interacción con el equipo.
Y sobre todo fue el primer smartphone tal como lo pensamos hoy; así como una computadora que se usa con línea de comando (tipeando instrucciones) y otra con una interfaz gráfica de ventanas y ratones son, en ambos casos, computadoras personales, pero ya no son la misma cosa. No hacen lo mismo, la filosofía detrás no es la misma, la facilidad en la interacción es diferente.
Una óptica diferente
La clave está en el frente de iPhone: la función de teléfono está ausente, es apenas un icono más en la grilla de opciones. Porque la virtud de Apple fue pensar el dispositivo al revés de lo que se venía haciendo. Nokia hablaba por entonces de que había que dejar de hablar de «teléfonos» y pensar en «computadoras multimedia de bolsillo», pero el frente de interacción del equipo tenía una buena parte dedicada a los botones para iniciar y terminar una llamada. Era una compañía que hacía teléfonos -la más grande del mundo, por lejos- y veía el mundo desde la óptica de un teléfono celular al que le sumaba funciones. Todos sus competidores, incluso los más avanzados entonces (BlackBerry, Samsung, Palm) tenían el mismo punto de vista.
Apple hacía computadoras, y veía el mundo desde esa óptica: la de la maleabilidad absoluta. Por eso -y más allá de cuestiones estéticas- había un único botón frontal: porque la clave estaba en el sistema operativo, y en ofrecer una computadora de bolsillo con conexión a Internet. Hablar por teléfono era una opción más. Por eso agarró tan a contratiempo a sus competidores: aunque la idea de la computadora en miniatura estaba en el aire (las palmtop llevaban una década en le mercado), todos seguían haciendo teléfonos primero, y le agregaban cosas después. Apple pensaba al revés. Y tenía, además, la ventaja de no tener que respetar una historia previa o una estética anterior, como sí hicieron sus competidores, que no se animaron a hacer borrón y cuenta nueva. Apple comenzó con la hoja limpia.
Dicho sea de paso: por entonces ese iPhone era muy limitado; y con él Apple estaba planteando una discusión que seguiría hasta nuestros días: aplicaciones versus la web móvil. El primer iPhone no tenía la posibilidad de sumar aplicaciones (¡no se podía copiar y pegar texto!), ya que el concepto original era que todo se haría con el navegador. Era la misma idea que luego Google aplicó para Chrome OS en 2009: dejar que toda la interacción con el exterior se haga con el navegador Web -el más avanzado entonces- abre un mundo infinito de posibilidades, reduce el impacto sobre el dispositivo, simplifica su desarrollo, etcétera.
Por entonces los almacenes de software era de programas en Java para los celulares comunes o Symbian, o las aplicaciones para Palm OS y Windows Mobile, sistemas operativos que llevaban una década envejeciendo sin modernizarse. La tienda de Apple para el iPhone llegaría recién en 2008 (y no fue, tampoco, la primera). Hoy tiene 2,2 millones de aplicaciones, y se montan sobre un sistema operativo, iOS, que se actualiza en forma periódica, algo lógico para una computadora pero inaudito para los celulares de la época (y para algunos modernos, lamentablemente).
Fiel a su estilo, la compañía tomó algunas ideas que ya existían, las reconvirtió para uso propio, las dio vuelta y las aplicó de una forma diferente al resto. Hace ya algunos años que hay equipos igual de buenos -o mejores en algunos aspectos-; hace años que Android (que llegó en noviembre de 2007; parte de su desarrollo fue contemporáneo al del iPhone, aunque orientado a pantallas con teclado) ganó la pulseada de la masividad, dejando en el camino a Windows Phone, BlackBerry y Symbian; es difícil encontrar hoy una diferencia sustancial entre los mejores Android y el último iPhone, aunque éste mantiene su condición aspiracional y su legión de seguidores (se mantiene como el segundo mayor fabricante de smartphones del mundo, pero el ritmo de ventas se frenó durante 2016).
Es previsible: la evolución de la tecnología aplana las diferencias. Sucedía hace 10 años cuando, más allá del diseño, todos los teléfonos hacían más o menos lo mismo, y algunos buscaban, en las funciones «inteligentes», una forma de diferenciarse. Cuando llegó, el iPhone no era el primer smartphone. No importa: desde 2007 todos se parecen a él.