Roger Federer ha levantado su octavo título en Wimbledon tras superar en la final a Marin Cilic en tres sets: 6-3, 6-1 y 6-4. El suizo suma ya 19 Grand Slams (en enero ganó en Australia) y amplia su distancia en la lista histórica sobre Rafa Nadal, que lleva 15 con el que ganó hace un mes en Roland Garros.
Fue una final emotiva, pero no de alta calidad tenística. Federer hizo lo justo para llevarse el triunfo, sin emplearse a fondo, con piedad ante un contrincante que no podía hacerle frente en igualdad de condiciones y al que solo concedió una bola de break. En el primer set le rompió dos veces el servicio; en el segundo, otras dos, y en el tercero le bastó con una para levantar los brazos y celebrar su nueva gesta. Cilic se quedó en tres saques directos y 16 golpes ganadores, muy por debajo de los números que había acreditado durante su brillante actuación en el torneo. Un signo claro de que no estaba para reverdecer proezas del pasado, como aquella victoria, la única que ha arañado ante el Genio de Basilea, en el US Open de 2014, el que acabó ganando; y ese match ball que tuvo el año pasado ante él en los cuartos de Wimbledon. Esta vez no pudo acercarse tanto a la gloria.
Pero ojo, que nadie crea que estas facilidades desmerecen el papel de Federer, que a sus 35 años ha sido el mejor del campeonato, y muy probablemente hubiera vencido a Cilic de todas maneras. Su embrujo y la adoración que le profesan en el All England son dignos de ver. Es su casa y este año no ha dejado que nadie le gane en ella. Es la primera vez que no pierde un solo set en Wimbledon, solo lo había conseguido en el Abierto de Australia de 2007. Otro registro para adornar su brillante e infinita trayectoria. Porque sí, Federer es eterno.