En noviembre pasado el cordobés Carlos Capelari aceptó venir a pelear el 26 de enero con Amílcar Vidal al Hotel Radisson tras plantear que primero cumpliría con otro compromiso que tenía pactado para el 14 de diciembre en Bulnes contra el santafesino Victor Hugo Exner y que a la postre ganó por puntos en fallo unánime.
Tal vez cebado porque en ese entonces aún estaba invicto, Capelari habrá pensado que no estaría de más hacer una “changa” -y unos pesos antes de las fiestas tradicionales- y después venir a Montevideo para enfrentar a Vidal en un combate en el que estaría en juego el apetecible título de campeón sudamericano de peso mediano.
Quizá eso, acaso, le quitó tiempo para estudiar más al ascendente boxeador uruguayo de 23 años, o en caso de haberlo hecho en la medida adecuada, de automatizar los movimientos defensivos -y también ofensivos- para impedir que Vidal le ganara con un fulminante gancho de izquierda al hígado, que decretó el KO cuando corría tan sólo 1’ 39” del primer round.
No es la primera vez que Vidal se impone por el rigor y la velocidad, precisión y contundencia demoledoras de ese golpe que descarga con el efecto de una picana, que deja a sus adversarios totalmente lúcidos y concientes, pero en el piso y sin poder reincorporarse, porque sus piernas flácidas tienen la consistencia de dos flanes.
“Estaba planeado”, dijo Alejandro Vidal, hermano del ahora campeón sudamericano, que está en el rincón del boxeador junto a Amílcar, el padre de ambos, y Richard, su otro hermano: “Estábamos preparados para una pelea larga, porque era la primera vez que peleaba a 10 rounds, así que la idea era no apurarse, pero tiró una combinación, entró esa mano, tiró otra y también entró, entonces no había por qué pedirle que no volviera a probar con esa mano”.
Richard, por su parte, volvió a enfatizar para “La Oral Deportiva”, como ya lo había hecho una semana antes de la pelea en el gimnasio de la calle José Serrato donde los Vidal trabajan en forma cotidiana que “lo tengo podrido todos los días con eso de los ganchos”, aunque precisó que “esta vez habíamos insistido con algunas otras cositas diferentes, que en realidad no tuvo tiempo de llevarlas a la práctica”.
Richard Vidal dijo, además, que “para mí el argentino ya sintió un poco la primera derecha en recto, y después cuando ví que le entró con el gancho al hígado, ya no había chance de que se levantara”.
El ex boxeador, que fue protagonista de muchos combates internacionales, contó a “La Oral Deportiva” que “(Rafael) Sosa Pintos me contó que una vez le metieron una zurda al hígado en el primer round y, aunque la pelea duró 10 rounds, no se recuperó más de esa mano; y a mí en una pelea en Alemania me pasó al contrario: en el tercer round metí una buena mano al hígado y después no me dí cuenta de seguir buscando por ese flanco. Por eso él (Amilcar) tiene asumido que, ni bien el rival sienta ese golpe, tiene que seguir y olvidarse de la cabeza, del estómago o el bazo; porque, además, como él tiene brazos largos, ese gancho le queda cómodo, porque lo tira desde una distancia que al rival se le complica para contragolpearlo”.
Amílcar Vidal, también técnico y padre del ahora campeón sudamericano, reveló a su vez que en el rincón de un boxeador se pueden vivir distintas situaciones aunque una pelea termine al 1’ 39” del primer round: “Como el argentino sintió alguna mano, Alejandro (el hijo) lo mandó (a Amílcar, el boxeador) a liquidarlo, y yo le grité que no: ‘¡Todavía no, la pelea es larga!’; pero después también le grité: “¡No te olvides lo de nosotros!”, que es el gancho al hígado, y cuando lo metió, se vio que el argentino no se levantaba”.
El pugilista, por su parte, expresó a “La Oral Deportiva” que “este es un gran paso para abrir una puerta hacia cosas más importantes”, y agregó que si no hubiera definido en forma tan rápida, “yo sabía que con el paso de los rounds iba a encontrar esa mano, y cuando la metí me dí cuenta que entró tan bien, tan justa, que era imposible que (el rival) se levantara”.
De esa manera, pues, y porque ya son varias las veces que se impone por KO con un gancho al hígado, una herramienta que no luce la ampulosidad de un golpe al mentón, pero encierra la exactitud quirúrgica del bisturí de un cirujano, y en materia de efectividad es un tortura que desmorona la vertical de los rivales, Amílcar Vidal no sólo ganó el título sudamericano de peso mediano, sino también un apodo: “Picana”.