Por Antonio Ladra

Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez fue elegido presidente de Cuba en el año 2018, aunque ya se sabía que lo iba a ser desde el año 2013, cuando lo comenzaron a preparar como si fuera el heredero de la corona. Con él, por primera vez, se dio un relevo donde el principal de la isla no es un Castro, no es militar y por razones generacionales no participó en la revolución que derrocó a Fulgencio Batista.

Fue elegido por 603 de los 604 diputados que votaron, con un 99.83 por ciento. (¡Cómo dudo de las unanimidades, de los “99porciento”!)

Cuando asumió Díaz Canel lo hizo con muchas tareas por delante, pero la principal era salir del estancamiento económico, producto, entre otras cosas, de un perverso sistema de doble moneda, uno para los locales y otro para los turistas: Los CUP y los CUC respectivamente. Y la unificación monetaria se hizo con los riesgos asociados a esta, lo que implicó un fuerte aumento del costo de vida para los cubanos: un ajuste fiscal diríamos en Uruguay.

Fue el final de un proceso iniciado en el año 2016, cuando Raúl Castro abrió tímidamente la economía a la propiedad privada y miles de cubanos se lanzaron a la aventura de abrir sus casas para alquilar un cuarto a los turistas, para dar un desayuno o aquellos más osados para transformar su caserón en un Paladar, un restaurante fuera del circuito de los oficiales. Y esos privados crecieron bajo la mirada orwelliana del régimen que no dejó de ahogar todo intento de emprender.

Pero sobrevino la pandemia del Coronavirus donde Cuba no estuvo ausente y el impacto en el pueblo cubano fue muy fuerte: de los más de cuatro millones de turistas anuales que llegaban a Cuba, se pasó a cero. Los hoteles “All Inclusive” de las playas de los Cayos dejaron de estar repletos todo el año, los hoteles de las más importantes cadenas internacionales de la Habana se yerguen ahora como fantasmas y de un día para el otro, allí donde hacían su agosto los cubanos que trabajan con los taxis, abriendo puertas o simplemente indicando a los turistas donde comer, se quedaron sin trabajo.

El Estado cubano no ha podido atender esta crisis y muchos cubanos salieron a reclamar ante un gobierno que hasta ahora ha respondido con represión y culpando a Estados Unidos por la situación social.

El año que viene se cumplirán 60 años de bloqueo de EEUU contra Cuba, por cierto inhumano y desde 1962 rechazado por la mayoría de la comunidad internacional en las votaciones de las Naciones Unidas. Un bloqueo que termina siendo funcional a los intereses del régimen cubano que lo usa para justificar todos los problemas. Es una respuesta fácil, pero no es la de todos.

Cuando estuve en Cuba, en el año 2018, conversé mucho con León, un taximetrista habanero, oriundo de Villa Clara, igual que Díaz Canel. Cuando le hablé del bloqueo de EE.UU me respondió que “ante todo los cubanos debemos sacarnos el bloqueo mental”.

El bloqueo sumando al fracaso económico del régimen cubano ha condenado a cientos de miles de cubanos a vivir en la miseria.

León y su esposa, trabajadora de un Paladar, como muchos otros cubanos, una gran mayoría diría, no son parte ni de un grupo político, ni piden la intervención militar de EEUU; son los que se han quedado en su país, porque Cuba es su tierra y están orgullosos de comer su plato de ropa vieja. Ellos son los que ahora, cansados de esperar respuestas y cambios, lo están exigiendo en las calles.

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