Columna del profesor Alejandro Giménez

 

 

Una historia que empieza en Roma:

Los antiguos romanos utilizaban las zonas costeras como un lugar de sanación, ejercicio y, también, de disfrute y sensualidad. En la Edad Media, el mar inspiraba miedo y repulsión como consecuencia del legado de esta última práctica, lo que provocó su prohibición, pues durante siglos la costa fue considerada un espacio que promovía la promiscuidad y el mal.

El origen en la historia de bañarse en la playa se remonta, propiamente, al siglo XVIII cuando se popularizó la tesis de que el mar era para salud y podía curar enfermedades como, la artritis, la lepra, la tuberculosis y la depresión.

Los primeros en bañarse en la playa fueron los pacientes de la aristocracia, quienes se despojaron de los prejuicios y comenzaron a pasar temporadas en zonas costeras para tomar baños regularmente.

Los padres franciscanos fueron los pioneros por estas tierras:

Los habitantes de Montevideo en el siglo XVIII no eran muy afectos al baño, de ningún tipo. Quizás porque el agua escaseaba, ya que las pocas fuentes naturales que tenía aquella aldea no daban abasto para las casi seis mil almas que la habitaban a fines de esa centuria, lo que se agravaba en épocas de sequía.

Increíblemente, los pioneros en la práctica de los baños de mar fueron los curas franciscanos. Establecida dicha orden en 1739, estos religiosos tomaban sus baños en «traje de Adán» en la costa a la altura del Mercado del Puerto.

Entrado el Uruguay en su trayectoria institucional, en el año 1831 el Jefe Político y de Policía de la ciudad, Luis Lamas, trató de solucionar un problema que no había inquietado a los desaparecidos cabildos coloniales: el entrevero de sexos en los lugares de baño.

Lamas fue el primero en establecer la separación por sexos, destinándose para las mujeres el antiguo «Baño de los Padres» así se le llamaba al lugar de baño de los franciscanos levantando una pared al frente de la entrada para impedir la visual de los curiosos.

Alrededor del año 1835 del siglo XIX en el Cubo del Norte, un argentino instala un establecimiento de baños para damas al que se llama «Baños del Cubo». Constaba de diez cuartos de madera, independientes entre sí, provistos de mesa, espejo y bastidor, y con escalera para bajar directamente al agua. En 1860 aparecen los «Baños de Bastos» en la costa de la Ciudad Vieja, sobre la desaparecida calle Santa Teresa, creados por Antonio Bastos. Existía una playa sobre la calle Maldonado en la cual estaban ubicados los célebres «Baños de Aurquía» (o Urquía) en la intersección con Ciudadela. También estaban los «Baños de Santa Ana», en la terminación de la calle Vázquez.

En 1860 para baños de hombres se señalaba el tramo de costa que empezaba en los muelles de Gounouilhou (conocidos popularmente como Guruyú) y terminaba en la calle Colón y desde la calle Rincón hasta poco antes de la playa Ramírez. Con respecto a ésta, se prevenía que la parte más próxima a la ciudad se destinaba a las señoras y la más distante a los hombres.

El saber médico y los baños:

En 1862 un médico llamado francés radicado en Montevideo publicó un libro titulado “Consideraciones sobre higiene y observaciones relativas a la ciudad de Montevideo”. André Adolphe Brunel (1810-1871) fue un cirujano naval francés, que tuvo destacada actuación aquí en tiempos de la Guerra Grande.

En su trabajo antes mencionado, ell mencionado galeno aconsejaba «los baños de mar a todos los habitantes de Montevideo, sobre todo al sexo femenino», y agrega que «Las condiciones sociales por las que la mujer pasa su vida, su estado nervioso, el histérico, hacen que la mujer me parece más predispuesta a la neuralgia que el hombre».

También instiga al baño a personas «linfáticas, cuyo cutis sea pálido», a las que tengan «incontinencia de orina», «poluciones nocturnas», «reumatismos crónicos», «raquitis» y «obstrucciones de órganos abdominales», entre otros males, para los cuales el baño de mar ha sido «empleado con ventaja».

En lo que se refiere a las recomendaciones, el doctor Brunel expresa que se deben «repetir los baños a menudo; cuando menos cuatro horas después de las comidas; al salir del baño es preciso secarse y vestirse rápidamente para impedir la evaporación de la parte mojada,(…)».

En el verano de 1861- 62 aparecen las primeras mallas de baño específicamente para esos fines, tratándose por supuesto de modelos traídos de Europa. A fines de la década de los años ´60 de esa centuria aparece el tranvía de caballos y con el mismo, el auge de las playas más alejadas.