La secuencia se repite todas las noches: terminamos de comer y aunque estemos satisfechos siempre sentimos que podríamos ir por algo dulce. Es más, lo necesitamos. Aunque hayamos comido media pizza o pasado tres horas en un asado, un chocolate resulta una buena idea. ¿Por qué?
Mientras algunos advierten que la necesidad de algo dulce puede ser signo de estar consumiendo demasiados carbohidratos , otros apuntan a que estamos acostumbrados culturalmente a terminar una comida con un postre. Mónica Katz, médica especialista en nutrición, detalla: «Desde chicos, nos acostumbran a que el último componente del menú habitual, es un alimento dulce, tendemos así a asociar ese alimento dulce con el placer global percibido, que en realidad fue generado por todo el menú consumido durante la comida».
A eso se le suma la preferencia natural que la mayoría de las personas tienen por lo dulce. Así que lo cultural se mezcla con lo biológico y se refuerza. Si estuviéramos en Francia, seguramente no podríamos irnos a dormir sin un poco de queso en el sistema. Pero como «algo dulce» no es sinónimo de torta calórica, Katz sugiere algunas alternativas.
Una es incluir las frutas en la comida. Una ensalada con manzana y apio, con hojas verdes y peras o de cebollas y naranjas; o una carne de cerdo o pollo con frutas asadas.
Elaborar postres con yogurt o servir frutas después de la comida.
Alejar el dulce del plato principal o comerlo antes del almuerzo o cena. La idea es dejar que la naturaleza siga su curso sin incentivar lo que desde ya a muchos les cuesta controlar.