Hay quienes no creen en las películas marketineras, románticas y de final feliz. La mayoría las descarta justamente por ese desenlace que parece puesto allí a la fuerza, a sabiendas de que, pase lo que pase, la parejita finalmente se reencontrará o el bueno terminará de alguna manera ganándole al malo de la historia.
La historia de Benito es, en este caso, un soplo de esperanza para aquellos que, más allá del paso del tiempo, no pierden las esperanzas de volver a reunirse con su mejor amigo.
Lo que sea con tal de tenerlo
A dos cuadras de haber comenzado el paseo, un muchacho se cruzó en el camino de Carla con un cuchillo en la mano y bajo el evidente efecto de drogas o alcohol. En medio de insultos, le exigió su celular y un reloj. No contento con el botín, decidió llevarse también a Benito, a pesar de las súplicas y el llanto desconsolado de Carla. No pudiendo aún reponerse del shock, corrió hasta la comisaría cercana a hacer la denuncia. «Estaba segura que lo iba a recuperar, que iban a pedir rescate, y estaba dispuesta a pagar lo que sea con tal de tenerlo de vuelta», cuenta la joven, no pudiendo ocultar el dolor que le produce el recuerdo de aquel momento.
Todas las páginas de Facebook de mascotas perdidas que había entonces tuvieron dando vueltas la foto de Benito con el cartel de «Buscado» durante mucho tiempo. Las paradas de colectivos y negocios del barrio fueron empapeladas con afiches, la voz se corrió con rapidez y amplitud. Todos en las cercanías conocían la historia del robo y la campaña por recuperarlo fue inmensa. Pero los días pasaban y ni noticias de aquel petiso de pelo blanco y orejas puntudas que había devuelto la alegría a cuatro miembros de una familia. «Todas las noches me iba a dormir mirando su foto y rogaba con todas mis fuerzas encontrarlo vivo. O que al menos quien lo tuviera lo quisiera y cuidara mucho. No podía hacerme a la idea de no verlo más», recuerda Carla.
Los meses se iban sucediendo pero la búsqueda no amainaba. Era imposible que hubiera desaparecido, que nadie supiera nada. Muchos llamaban reclamando la recompensa ofrecida pero ofrecían a cambio perros que a veces ni se parecían a Benito. Carla y sus hermanos se negaban a adoptar a otro perro, como muchos les sugerían: la perdida de Vico era muy reciente y la incertidumbre de no saber nada del paradero los carcomía.
Una fría tarde de invierno, más de dos años después del robo, Mauro, el hermano de Carla, recibió un mensaje en su Facebook de alguien a quien no conocía, que no era uno de sus «amigos». Le decía que había leído sobre la desaparición de Benito en su momento y que el fin de semana anterior había acompañado a su novia a una campaña de adopciones en una plaza en Capital. Allí, le pareció ver a un perro muy parecido a Benito que fue adoptado por una familia con tres hijos pequeños, que quedaron fascinados con el carácter del perro. Mauro consiguió el contacto del refugio que había hecho la campaña y fue a verlos; sin avisar a Carla, su hermana ya había pasado por demasiadas desilusiones, y esta podía ser una más. «Pero algo me hizo ruido dentro cuando me contaron del caso, una sensación extraña. Lo tomé como una señal», dice Mauro.
En el refugio le confirmaron que, efectivamente, la semana anterior habían llevado a la campaña a un perro de las características de Benito. La manera en que había llegado a ellos era peculiar: una vecina de un barrio humilde de la zona sur lo había visto en una casa vecina desde hacía un tiempo, pero se percató al instante de que el animal no pertenecía allí, y que seguramente lo habían robado, modalidad muy común por aquellos pagos.
La mujer sentía un especial amor por los animales y veía con dolor que el perrito no era cuidado con la más mínima atención. Una noche de tormenta, aprovechó la oportunidad y se lo llevó. No le costó demasiado: el pobrecito estaba bajo la lluvia torrencial, pegado a la enclenque reja de la propiedad. De allí al refugio, fue un solo paso. Estaba convencida de que en cualquier lugar estaría mejor que en su morada anterior.
Pruebas que conmueven
El voluminoso álbum de fotos de Benito fue clave para convencerlos de facilitar el teléfono de los flamantes adoptantes de ese perro que tanto se parecía a ese cachorro. Aún sin soltarle prenda a su hermana, Mauro fue a verlos.
La emoción que sintió fue más fuerte de lo que pudo imaginar nunca. Ya era un perro adulto y algo más flaco, pero indudablemente se trataba de su Benito. Las orejas no eran tan largas, o quizás era el resto del cuerpo, que se había desarrollado más y lo había vuelto más proporcionado. Pero sus manchas negras seguían allí, inequívocas. Lo mismo que su mirada traviesa y ese carácter indómito, tan querible.
Mauro se quedó quieto, semi oculto tras la puerta, observándolo jugar con los chicos de la familia. De repente, se le estrujó el corazón. «Era una mezcla de sensaciones. Por un lado la alegría y la sorpresa de verlo ahí, después de tanto buscarlo. Pero también me imaginaba el dolor de esos chiquitos si me lo llevaba..», se sincera.
FUENTE LA NACION