Todos tenemos células adiposas en nuestro organismo. Las mujeres hasta un cuarto del peso corporal. Por ejemplo, si pesás 70 kilos vas a tener en tu organismo 17,5 kilos de grasa. En los hombres el porcentaje ronda entre el 15 y el 20% (en alguien que pesa 80, de 12 a 16 kilos). La mayor cantidad en las mujeres se debe a las mamas, los glúteos y los muslos, donde se produce mayor concentración.
El tejido adiposo está constituido por 30.000 millones de células grasas aproximadamente. Su localización depende de la distribución de los adipocitos en el cuerpo: cuanto mayor sea la calidad de células grasas en determinada zona, más obesa será la persona.
La herencia puede ser un factor determinante de la obesidad. No obstante, los cambios en los hábitos alimentarios y el estilo de vida activo pueden ayudar a evitar la obesidad y/o el exceso de peso.
Los niños con padres obesos tienen una mayor probabilidad de tener un rápido aumento de las células adiposas en su infancia. Más allá de esta condición, esto puede evitarse con cambios en los hábitos alimentarios y el estilo de vida.
Cuando una persona sube de peso, automáticamente se produce una elevación en el número y tamaño de los adipocitos. Al bajar el peso corporal, los adipocitos disminuyen el tamaño pero no la cantidad. Es por eso que, una vez producido el aumento en la cantidad de células grasas en el organismo, para lograr el peso anterior se deberá reducir el tamaño de las mismas considerablemente y esto va a depender de los cambios en la alimentación y en el estilo de vida.
Las mujeres presentan entre un 40 y un 50% de su peso corporal de agua. Los hombres, entre el 50- 60% y esto tiene que ver con el porcentaje de grasa que es mayor en las mujeres. Cuanto más obesa es la persona, menos agua presenta y cuanto más delgada más agua y menos grasa.
En los niños, el agua corporal constituye alrededor del 75% del peso corporal y desciende durante los primeros 10 años de vida rápidamente. A medida que el adulto va envejeciendo, la cantidad de agua corporal disminuye.
El proceso de ganar peso es diferente en adultos y niños. Estudios realizados afirman que los adultos que ganan o pierden peso lo hacen cambiando el tamaño de las células adiposas, que forman los depósitos de grasa del cuerpo. Los niños, por otro lado, generan nuevas células para almacenar la grasa. Por tanto, los adipocitos se incrementan en la infancia y no en la etapa adulta, aunque los factores son tanto genéticos como alimentarios, afirma Kirsty Spalding, directora de una de las investigaciones.
Esto podría indicar que a los niños que engordaron mucho durante la infancia les sería más dificultoso modificar su peso cuando llegan a adultos respecto de aquellos que engordaron al ser mayores.
El desayuno es la principal comida, si no contamos con alimentos el organismo comienza a devorarse. El metabolismo se enlentece.
Esta ingesta favorece el descenso de peso sólo si no se deja mucho tiempo sin realizarlo, es decir que no supere los 60 minutos después de levantarte. Por el contrario, si dejás pasar más de dos a tres horas luego de despertarte no favorece la disminución del apetito ni acelera tu metabolismo.
¿Cómo podés darte cuenta si tu metabolismo está lento?
No hay combustión interna y no se quema calorías. Cuando tenés el metabolismo lento, prestá atención cómo están tus manos. Si están frías, será causa de tu metabolismo lento, quieto. El cuerpo enlentecido no se calienta y quema menos calorías.
Si el desayuno tiene más de 15 gramos de proteínas el metabolismo se acelera, aumenta la temperatura corporal y los alimentos no se almacenan en forma de grasa.
Para que las hormonas actúen adecuadamente, hay que dormir por lo menos 7 horas por la noche.
Para activar el metabolismo, no solo debés elegir adecuadamente las comidas, no tenés que saltearlas. Además, realizar actividad física aeróbica no menos de 30 minutos por día.
¿Qué alimentos ayudan a acelerar el metabolismo?
Debés trabajar con la fuerza de voluntad. No dejar de consumir proteínas como leche descremada o quesos magros, que producen saciedad y estimulan el metabolismo.
Elegí lhidratos de carbono naturales (frutas frescas, por ejemplo). Los industrializados (panes, galletas), si los elegís, fijate en el rótulo que no presenten azúcares de diferentes denominaciones y que sean integrales y sin exagerar la cantidad (sin tostar ayudan más a la saciedad).
Las grasas no son tan efectivas para disminuir el apetito y mucho menos para acelerar el metabolismo.
Si sos de las personas que se torturan para adelgazar, tu cuerpo comenzará a utilizar las proteínas de los músculos y la piel para poder seguir funcionando. Si no consumís proteínas al levantarte, lo que hará tu cuerpo es perder músculos, menos generación de calor, tu metabolismo estará lento y en lugar de adelgazar engordarás el doble.
No hagas dietas locas. Cuidá tu cuerpo y mente y tené presente que el apresuramiento por lograr un resultado rápido te quitará la motivación para adelgazar y mantener un peso saludable en el tiempo.
FUENTE: CLARIN Y Alicia Crocco es licenciada en Nutrición y autora de varios libros.