“Lo que le falta a Trump es la cabeza”, dice el artista español Eugenio Merino. Acaba de inaugurar Sons of capital (‘ Hijos del capital ’), cinco instalaciones en la galería UNIX de Nueva York que reflexionan sobre el tema más caliente del momento en los Estados Unidos: las elecciones presidenciales. Y es su obra Damaged Goods, en la que exhibe una cabeza del candidato republicano en una caja de cartón, la más polémica.

El resultado es impactante: el rostro tensionado de Trump, con los ojos cerrados, que no parece muerto sino dormido, con expresión en los ojos de estar teniendo una pesadilla. No está, además, en cualquier caja, sino en una para productos tóxicos. Más claro, imposible. “Es un producto tarado, es un político tarado. El hecho de que esté en una caja, que esté puesto en el suelo niega su posibilidad de ser algo más importante”, señaló el artista.

Marcelo Brodsky
“La clase” en el MET de Nueva York

La foto podría ser igual a todas las de fin de curso: esa pose grupal donde los compañeros se ubican en filas, unos al lado, otros abajo, y entre tres sostienen el cartel: colegio y año. Pero no es igual. No sólo porque el fotógrafo argentino Marcelo Brodsky la marcó, tachó y escribió encima sino porque muchos de los que allí sonríen hoy no están: son parte de ese limbo que la dictadura militar dio en llamar “desaparecidos”, por esa frase fatídica que dijo alguna vez Videla.

La clase –antes titulada 1er año, 6a división, foto de clase, 1967 – se llama ahora el retrato de los alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires tomado en 1967, y su última copia acaba de ser adquirida por el Metropolitan Museum of Art (MET) de Nueva York para formar parte de su colección. Se trata de la misma imagen de portada del libro Buena memoria (La Marca Editora, 1997), un ensayo fotográfico de Brodsky sobre el destino de sus compañeros que aparecen en la foto.

Series
Una nueva temporada de “The Walking Dead”
Se estrenó el primer capítulo de la nueva temporada de The Walking Dead y ya hay circulando un tuit con forma de encuesta: “¿Preferirías estar a merced de Ramsay o Negan?”. Y la gente, claro, vota. Pongamos en contexto. Ramsay Bolton es el sádico de Game of Thrones, al lado de quien Joffrey Baratheon queda como un niño ingenuo. Ese que, ¡SPOILERS!, recibió un poco de su propia medicina en el cierre de temporada de la serie, pero antes violó a Sansa Stark, castró y torturó a Theon Greyjoy, asesinó a su padre, tiró a los perros a su madrastra con hermanastro recién nacido en brazos, entre muchas, muchas otras cosas horribles.

Por su parte, Negan es el nuevo malo de The Walking Dead, cuyo primer episodio dejó a más de uno un tanto paralizado. Después de tanta muerte azarosa –¿qué culpa tienen los zombies de querer comernos a nosotros, los vivos?– y rescates imposibles en una odisea que en cierto momento se volvió bastante cíclica (hallazgo de un lugar seguro, ingreso de los zombies, muerte de un personaje con el que nos habíamos encariñado, encuentro con otros que dificultan el camino hacia la paz), estos sobrevivientes del Apocalipsis, se encontrarán finalmente con el peligro, en serio: otros humanos que también quedaron vivos. Y unos bastante complicados.

Ahora bien, ¿es peor que te destrocen la cabeza de unos cuantos palazos o que te corten cada parte de tu cuerpo de a poquito y, encima, te dejen vivo? Claro que ninguna de las dos opciones suena apacible pero qué mejor que terminar con todo de una vez si, sabemos, las cosas no pueden terminar bien. Parece haber una idea generalizada sobre eso, porque al cierre de esta edición ganaba Negan con una diferencia de 46 puntos.

Puede que buena parte de la generación que ve la serie en este país no haya vivido nada cercano a esas figuras de poder. Y votar, por ende, parezca más simple. Lo terrible es que estos hombres realmente existen. Y si se lo piensa así, votar se vuelve un tanto más escalofriante. Como escribió la filósofa Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén : “Lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terroríficamente normales”.

Teatro al aire libre
Lo que la peste nos dejó
La epidemia de la fiebre amarilla vuelve a resurgir en el Parque Ameghino, que supo ser, hace muchos años, el primer cementerio del sur. Y la trae el grupo de teatro comunitario Pompapetriyasos. Vecinos del barrio de Parque Patricios, para esta obra decidieron “escuchar las historias que el parque tenía para contar, y resignificarlas poéticamente”. El resultado es Lo que la peste nos dejó, un espectáculo que se puede ver todos los sábados a las 21 (hasta el 17/12) en el corazón del parque que, bajo la luna, nos permite ir y venir en el tiempo de la mano de 50 actores y música en vivo. La historia: un simulacro de filmación de una película en vivo realizada por payasos y en el que se incluye al espectador como extra, con el parque y sus historias como testigos en el medio de la noche.