La celebración del 40º aniversario de la Revolución Bolchevique definió los intentos por ganar la carrera espacial, por lo que hace 60 años, el 3 de noviembre de 1957, despegó al espacio el Sputnik II, el segundo satélite artificial que la Unión Soviética (URSS) ponía en órbita.

La novedad de este segundo lanzamiento se debió a su tripulante a bordo: Laika, una perrita callejera de tres años de edad que pesaba seis kilos y que había sido encontrada en las calles de Moscú.

Para entonces, el Gobierno soviético necesitaba probar los niveles de seguridad de estos viajes al espacio exterior, en una época en que la que se desataban grandes tensiones entre las dos potencias de la Guerra Fría: La URSS y Estados Unidos al frente del bloque occidental.

Desde un principio se sabía que Laika no regresaría a la Tierra. La perrita viajó en una cámara equipada con instrumentos para medir la radiación solar, sistemas de generación de oxígeno, filtros de dióxido de carbono, aire acondicionado y comida.

«Le pedí que nos perdonara y lloré al acariciarla por última vez», recuerda la bióloga Adilia Kotovskaya que actualmente tiene 90 años y sigue estando orgullosa de haber ayudado a entrenar a los animales para las misiones espaciales.

«Se escogían perras porque no necesitan levantar la pata para orinar y por lo tanto necesitan menos espacio que los machos, y sin pedigrí porque son más despiertas y menos exigentes», explicó la especialista que actualmente dirige un laboratorio del Instituto de Problemas Medico-Biológicos de Moscú.

Por su parte, Oleg Gazenko, entrenador de Laika, llegó a afirmar que «cuanto más tiempo pasa, más lamento lo sucedido. No debimos haberlo hecho».

Los científicos creían que los animales callejeros tendrían mayor resistencia a los experimentos debido a su resistencia a las condiciones extremas de temperatura y la falta de comida.

Los entrenamientos consistían en confinarlos en espacios cada vez más reducidos para acostumbrarlos al tamaño real de la nave. Los sometieron a centrifugadoras que simulaban el lanzamiento de un cohete y los colocaban en máquinas en los que ponían fuertes ruidos, similar a los ruidos del despegue.

Tras el lanzamiento, el aislamiento térmico de la cabina se desprendió, por lo que alcanzó una temperatura de más de 40ºC. Laika solo pudo sobrevivir en el espacio alrededor de cinco y siete horas, falleciendo a causa del pánico y el sobrecalentamiento de la nave.

Hoy Laika tiene un monumento en Moscú: