“En la actualidad, existe una epidemia de enfermedades no transmisibles asociada a un incremento incontrolable de la obesidad. Desde hace 40 años se sabe que las grasas tienen influencia en la salud y en los eventos cardiovasculares”, relató la asesora en nutrición del Ministerio de Salud Pública (MSP) Isabel Bove, fundamentando la política sanitaria que determinó, en los últimos días, la firma de un decreto al respecto.
La normativa, con fecha 24 de abril, se inspira en la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y define un plazo máximo de 18 meses a la industria alimentaria para que el contenido de grasas trans en sus materias primas no supere el 2 % del total de grasas y el 5 % en el total de los alimentos ya preparados. En tanto, se definió un plazo mayor, de cuatro años, para que el contenido de grasas trans no supere el 2 %, tanto en alimentos de consumo directo como en ingredientes de uso industrial.
En entrevista con la Secretaría de Comunicación Institucional, Bove sostuvo que, dado que el 27 % de los fallecimientos en el país se asocian a enfermedades cardiovasculares y hay una notoria incidencia negativa de las grasas trans en la salud de la población, su eliminación reduciría notoriamente el consumo de alimentos con estos componentes.
Agregó que el Estado determinó, con esta medida, mejor calidad de los alimentos comercializados. “Esta medida, muy importante para el país, tendrá sus consecuencias positivas y la industria no tendrá demasiado problema en implementarla, ya que se viene trabajando desde hace tiempo y hay forma de sustituirlas”, dijo la asesora, quien citó como ejemplo la elaboración de estos productos con buenos aceites. Dijo que se monitoreará esta transformación para evitar que se genere un aumento del uso de grasas saturadas.
Una vez finalizados los plazos dispuestos, quienes no cumplan serán pasibles de sanciones. “Este país es muy organizado y todos los productos que se vuelcan al mercado, sean nacionales o importados, deben estar registrados. Esa instancia es una buena oportunidad para que las empresas presenten certificados de las grasas trans incluidas en sus productos. De esta forma, es sencillo realizarles un seguimiento”, agregó.
De las grasas saturadas a las trans
Bove explicó que durante años se creyó que las grasas saturadas (sin dobles enlaces, como la grasa de vaca, sólida) y el colesterol de la dieta aumentaban el colesterol sanguíneo. Es así que la industria trabajó para reducir el consumo de grasas saturadas y se comenzó a utilizar grasas trans, es decir grasas poli-insaturadas, con dobles enlaces, de naturaleza líquida, como aceite, que a través de mecanismos industriales se hidrogena en forma parcial y se vuelve trans.
“Cuando surgieron las grasas trans, todos las aconsejamos (en lugar de manteca, era mejor la margarina, por ejemplo). Se creyó que era una solución y para la industria era fantástico, porque las grasas de origen animal se enrancian rápidamente, mientras que estas tienen gran duración y son muy baratas”, relató. “Comenzamos a llenarnos de grasas trans en los rellenos de las galletitas, en las coberturas símil chocolate, en los bizcochos y masas, en infinidad de productos que consumimos en forma cotidiana. Con esto, se vio que epidemiológicamente las grasas trans eran peores que las saturadas”, argumentó.
La evidencia indica que las grasas saturadas aumentan el colesterol malo para la salud, que son las LDL y VLDL, lo que puede generar eventos cardiovasculares. Las grasas trans, además de aumentar el colesterol malo, disminuyen las HDL que es el colesterol bueno (el que se genera cuando se realiza ejercicio). Se detectó, además, que las grasas trans tienen un efecto inflamatorio, que está detrás de todo síndrome metabólico y de la diabetes.