En 1969, hace cincuenta años, Rusia era para la España oficial la temible y aborrecible URSS. El telón de acero era una realidad. Pero un joven cantante español logró traspasarlo gracias a una película, «Digan lo que digan», que él protagonizaba. Dos años después, ese joven cantante actuaba en San Petersburgo (entonces Leningrado) y Moscú, con un éxito que le ha hecho volver a Rusia «unas doce o catorce veces desde entonces». Ese joven es Raphael, uno de los vértices del deshielo (junto con Antonio el Bailarín y el Real Madrid), que hoy viaja nuevamente a Rusia para ofrecer dos conciertos: el primero en San Petersburgo (Lensovet Palacio de Cultura, día 21) y el segundo en Moscú (International House of Music, día 23). Las dos veladas se incluyen en su gira «Loco por cantar», que cerrará el 4 de julio en el Royal Albert Hall de Londres. «Después empiezo la gira por España de “RESinphónico», con un paréntesis en otro lugar muy especial para mí: el Carnegie Hall de Nueva York, el 9 de octubre».
«Rusia es un país muy especial -dice Raphael al otro lado del teléfono-, para lo bueno y para lo malo. No se parece a ningún otro. Los rusos y los españoles somos muy parecidos. Allí hay gente muy romántica, muy latina, por decirlo de alguna manera».
En 1970 no había relaciones diplomáticas entre España y la Unión Soviética. Por eso las negociaciones para que Raphael actuara en aquel país necesitaron tres años de trabajo. Ni él ni ninguna de las personas que viajaba con él recibieron ningún tipo de advertencia ni de consigna política. «Pero todo tuvo que hacerse vía París. De Madrid viajamos a Francia; allí dejamos los pasaportes y nos dieron unos permisos especiales solo para los cuarenta días que iba a durar la gira. Al terminar en Rusia, volvimos a París, recogimos los pasaportes y viajamos a España. Pero no fue un viaje “secreto”: aparecimos en las portadas de todos los periódicos».
Asegura que viajó a la entonces Unión Soviética sin ningún miedo, «pero con toda la curiosidad del mundo. Fue impresionante, con un público entregado en todos los conciertos. Un viaje fantástico en todos los sentidos». En él, Raphael cumplió veintiséis años y pudo visitar el emblemático Palacio del Kremlin. «Quién me iba a decir a mí -recuerda- que años después iba a cantar allí, en el lugar donde se reunía el Soviet Supremo, y donde caben seis mil personas».
ABC recogía el 6 de mayo de 1971 la crónica que envió la agencia Efe: «Ante un numeroso auditorio que llenaba el Palacio de Deportes, hizo anoche su debut en Moscú el cantante español Raphael, muy popular en la URSS, aunque esta es la primera vez que la visita a raíz de su película “Digan lo que digan”, estrenada aquí hace unos años. Una abrumadora mayoría femenina, y no solamente de adolescentes (había muchas madres y abuelas también), aplaudió entusiasmada los números del recital. El programa de música hispanoamericana principalmente incluyó canciones de Manuel Alejandro, Salvador Adamo y los “Peregrinitos” de García Lorca. Como regalo, Raphael cantó las célebres “Kalinka” y “Katiuscha”, que la gente aplaudió calurosamente. No queda una sola entrada para las restantes actuaciones, y los revendedores ofrecen algunas a veinticinco rublos la butaca (en pesetas, unas dos mil)».
Dice que se acuerda de todo, «aunque confundo cosas de unos y otros viajes». Pero lo que no se le va de la memoria es «el entusiasmo con el que fui recibido. Era un público muy receptivo, todas las veces que he ido me han recibido de maravilla, me han esperado a la salida… Ha habido veces en que me han enterrado en flores en el escenario literalmente, y los promotores se enfadaban pensando que me podía molestar».