Ha muerto Luis Eduardo Aute de un infarto cerebral, tras sufrir otro de corazón en 2016, que lo envió, de forma fulminante, a vivir en la trasera de la vida pública. Tiempo después, en diciembre de 2018, dos decenas de músicos le homenajearon en un espectáculo que quiso ser, sobre todo, un grito de aliento para animar al artista, un modo también de airear unas canciones que, como las del cantautor, fueron buenas aliadas siempre para apartar tristezas y melancolías.

Había nacido en Manila, Filipinas, el 13 de septiembre de 1943, pero, recién comenzada la adolescencia, y tras pasar algún tiempo en Barcelona, su familia encontró acomodo definitivo en Madrid. Esta ciudad vio, pronto, a Luis Eduardo Aute mostrando grandes habilidades como dibujante y pintor. La música también entró muy tempranamente en su vida, cuando, a los quince años de edad, su padre le regaló una guitarra. Luis Eduardo no dudó en incorporarse con este instrumento a la formación de grupos como Los Tigres, Los Sonors, o Los Pekeinikes, hasta que aquel telegénico «Salto a la Fama», de los «José Luises» (Barcelona y Uribarri), le dio una oportunidad como cantautor.

Tenía 23 años cuando, después de haber expuesto por vez primera hacía seis en la Galería Alcón de Madrid, pisó unos estudios de grabación. A partir de ese momento, la información sobre la actividad artística de Aute se pierde en un laberinto de pasiones profesionales, en las que, cuando se intenta poner cierto orden de prioridades, siempre se tiene la sensación de que, en aquellos primeros e inciertos tiempos de despunte laboral, fue la pintura la que ganó la partida.

Influido, no obstante, por Dylan y Joan Baez, el músico escribió cinco canciones en 1965, entre las que brillaban especialmente dos estándares como «Rosas en el Mar» y «Aleluya nº 1». La primera no tardó en convertirse en un éxito inmediato en la voz de Massiel, mientras el arreglista y compositor Juan Carlos Calderón intentaba convencer a Aute de que fuera él mismo quien grabase sus propias canciones con destino a la publicación de su primer álbum.

La idea, apoyada también por la fonográfica RCA, fue, en un principio, desechada por el propio artista, cuyos vectores creativos parecían estar orientados muy firmemente hacia la pintura y el cine. En breve, sin embargo, Aute grabó algunos singles, entre los que se encontraba «Aleluya nº 1». Fue tan grande el éxito cosechado por esta canción que el propio músico relató, años después, una anécdota que, según había oído una vez, relacionaba la canción con la despedida de The Beatles. Según esta historia, Paul McCartney habría quedado tan impresionado al escuchar la versión en inglés de «Aleluya nº 1», que respondió a la apuesta con «Let it be».

Mientras tanto, Aute se reafirmaba en su autoconsideración como artista plástico sobre todo. Tenía intención de despedirse pronto de la música y, en 1968, lo hizo: entregó a su discográfica el disco «24 canciones breves», un adiós formal al mundo de la composición musical cuyos títulos repasaban la situación española del momento. Además de en la pintura, se sumergió en la literatura, dirigió películas promocionales de músicos para RCA y fue guionista de un corto experimental que ganó un premio, incluso, en el Festival de Cine de San Sebastián.

La canción de autor, sin embargo, estaba germinando en el agitado periodo del tardofranquismo, y, para gozo de una afición cada vez más grande, Luis Eduardo Aute regresó a la música. Rosa León, siempre tan oportuna, tan brillante, le alfombró el camino de facilidades publicando en 1973 su primer disco con siete canciones del artista, y la fonográfica Ariola editó en el año siguiente «Rito», la primera parte de la trilogía discográfica «Canciones de Amor y muerte».

Ya nunca más, desde entonces, Luis Eduardo Aute abandonaría la música, cuya creación supo compaginar perfectamente con una actividad más que notable como escritor, poeta, pintor, realizador de cortos y largos cinematográficos, y compositor de música para este medio. En este sentido, quizás por ser la labor menos conocida, es interesante destacar trabajos tan brillantes como las bandas sonoras que escribió para películas como «Emilia, parada y fonda», de Angelino Fons»; «Los viajes escolares», de Jaime Chávarri, o «Viaje a la Alcarria», de Antonio Rico, esta última realizada para la televisión.

Con la perspectiva que da el tiempo transcurrido, sabemos que la música fue durante más de cuatro décadas la actividad más vistosa de Luis Eduardo Aute. Le abrió, de par en par, puertas de teatros muy importantes en el mundo, y le permitió despertar una expectación solo equiparable a la suscitada por las grandes estrellas internacionales del pop. El público agradeció siempre sus entregas, aunque, en los veinte últimos años, apenas fuesen otra cosa que visitas a la historia de sí mismo, a la imagen ya revelada y aprendida.

Con más de tres decenas de discos en su haber, este hombre que parecía salido del Renacimiento, se mantuvo imbatible, convocando la nostalgia a través de una oferta de canciones en la que muchos veían una clase de autenticidad que traspasaba la de otros. Canciones como cualquiera de las mencionadas, además de «Las cuatro y diez», «Anda» o «Cada vez que me amas» le definen como un campeón localizando complicidades en el atractivo de un espectáculo con el que siempre daba la impresión de haber nacido en la piel del personaje que interpretaba. Con Luis Eduardo Aute se cierra un capítulo en la música popular de nuestro país, se pierde una seña de identidad.

 

(Fuente: ABC)