En su columna de los lunes el Profe Giménez habló de los 70 años del fallecimiento de Eva Perón, a propósito de la serie biográfica protagonizada por Natalia Oreiro.

“Desde sus orígenes, es un personaje novelesco. Hija bastarda de un estanciero de Junín, llegó muy joven a Buenos Aires para probar suerte en el radioteatro. En 1944 en un acto benéfico en el Luna Park por los damnificados del terremoto de San Juan conoce a Juan Domingo Perón. Al año siguiente organiza la manifestación obrera a Plaza de Mayo pidiendo la liberación del militar, que había sido enviado preso a la Isla Martín García, y consiguiendo su liberación. Se convierte en esposa del presidente Perón en 1946 y con su fundación se gana el corazón de los sectores empobrecidos de la Argentina de mediados del siglo XX”.

Su muerte de cáncer a los 33 años, la edad de Cristo, y el periplo de su cadáver embalsamado cimientan el mito. Luego de la Revolución Libertadora de 1955 que derrocó a Perón, los militares era conscientes de que “era más peligrosa muerta que viva”, enfatizó el Sensei.

Ale Giménez también se refirió a la visita de Evita a Montevideo en agosto de 1947, cuando sólo tenía 28 años y cautivó a todos, incentivando la reconciliación del presidente uruguayo Luis Batlle, con quién bailó en una fiesta en el Club Uruguay, y Luis Alberto de Herrera, líder nacionalista, bisabuelo de nuestro actual mandatario; “Con el batllismo de Batlle Bérres, el peronismo tenía en común su política de sustitución de importaciones y su antiimperialismo, y disentía en la cooptación de la dirección de los sindicatos que hacía el gobierno argentino. Herrera simpatizaba con Perón, asistió a los funerales de Evita, y coincidían en el panamericanismo, el anticomunismo y la admiración por el dictador español Francisco Franco, pese a que no compartía la política de silenciamiento de la oposición por parte del mandatario del país vecino”.

El mito se refleja en una frase del escritor Tomás Eloy Martínez, autor de “Santa Evita”, novela en que se basa la serie: “Las jóvenes argentinas querían parecerse a Evita, se teñían de rubio oxigenado, se peinaban con uno o más rodetes y usaban polleras acampanadas”. Su imagen “marcó tendencia y fue una adelantada del marketing en política”, culminó nuestro columnista.

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