Columna de Alejandro Giménez

 

En una nueva entrega de #Otra Historia y en el marco de la celebración por el Día Internacional de la Mujer que se celebró el pasado 8 de marzo, el profesor Alejandro Giménez, hizo un repaso por la historia de cinco mujeres uruguayas que marcaron un antes y un después en la historia de Uruguay.

Bernardina Fragoso de Rivera: 

Mucho más que la mujer de un prócer. Hija de un comerciante gallego y de una porteña, nace Bernardina en 1796.  Fue a la escuela y se consolidó como atenta lectora. A los 19 años se casó con Don Frutos, con quién tuvo una vida de amores, desgracias, honores y peligros compartidos, en Montevideo, en campaña y hasta fuera del país. 

No fue una espectadora ni la compañera resignada de un gran hombre. sino que tuvo perfil propio, siendo para el comandante fuente de consulta, tranquilidad, desahogo y ayuda: «movía influencias, reclutaba gente, conseguía dinero con una voluntad de acero(…)» 

En cuanto a las aventuras de Don Frutos, Bernardina «comprendió y perdonó», y hasta adoptó a Pablo Fructuoso, hijo natural del caudillo, como propio, sabiendo que las infidelidades son «cosas de soldados». Solo tuvieron un hijo en 1816, Juan José, que murió poco después de nacer. 

Fue primera dama, la primera, y no quiso privilegios, no dejando nunca de tener opinión propia. Durante la Guerra Grande llegó a alojar 92 personas en su casa, hoy MHN, y allí en 1843 fundó la Sociedad Filantrópica de Damas Orientales, junto a otras 15 mujeres, creando un hospital, asistiendo a más de 400 combatientes, y obteniendo recursos para los más necesitados.

Don Frutos muere en enero de 1854 en Melo, volviendo de Brasil. Bernardina lo sobreviviría hasta febrero de 1863, no resignándose nunca a ser la mujer detrás del caudillo. 

 Paulina Luisi: 

 Medicina, sufragio femenino y lucha contra la utilización de la mujer. Hija de padre italiano garibaldino y madre polaca, ambos maestros, Paulina nace en Entre Ríos (RA) en 1875. Impulsora del concepto de «Higiene social», la influencia de ciertas condiciones sociales y laborales sobre la salud de la población, propuso la educación sexual para ambos sexos, con un primer proyecto en 1906, para evitar enfermedades venereas, y abogando contra la trata de blancas, el proxenetismo y la prostitución.

Fundó el Consejo Nacional de Mujeres en 1916 y fue sufragista fenemina en 1919. Afiliada al Partido Socialista y iniciada en la Masonería, en donde llega a ser Maestra, se destacó por su internacionalismo, tanto luchando contra la guerra, el fascismo y la Guerra Civil Española. 

Una sala del Pereira Rossell, una ONG, una sala en el Palacio Legislativo y una calle llevan su nombre. Murió en Montevideo el 16 de julio de 1950.

Juana de Ibarbourou: De Juana de América a la novia del Estado

Nacida en Melo en 1892, de padre gallego y madre criolla, como Juana Fernández Morales, comienza su actividad literaria en «El Deber Cívico» con 17 años, con artículo feministas. En «Chico Carlo» cuenta cuando le recita unos versos al mismísimo Aparicio Saravia, que era su padrino. 

Casada con el capitán Lucas Ibarbourou, adopta su apellido como escritora. teniendo su trilogía inicial en Las lenguas de diamante, El cántaro fresco y Raíz salvaje, publicadas entre 1919 y 1922. 

En agosto de 1929 es nombrada como Juana de América, que ya está radicada en Montevideo. Heredera del espacio literario que dejó el asesinato de Delmira Agustini y el silencio poético de María Eugenia Vaz Ferreira, pasó a ser la «Novia del Estado», no importando el régimen que sea, democracia o dictadura, lo que le valió el «olvido» de su obra por parte de la Generación del 45, que nunca la perdonó.

Murió en 1979, con duelo oficial y honores de ministro, primeros rendidos a una mujer en el Uruguay, en un Salón de los Pasos Perdidos, que alguna vez se había tapizado de las violetas que tanto le gustaban.

Julia Arévalo – La activista social que se convierte en la primera parlamentaria

Nacida en Barriga Negra, Minas, en 1898, asistió a la escuela rural y ya en Montevideo, trabajó desde los 10 años en una fábrica de fósforos, por lo que no pudo asistir hasta cuarto escolar. Hija de Roberto Arévalo y de Adela Suárez.

Trabajando en una tabacalera, una huelga la convierte en sindicalista, afiliándose al Partido Socialista y luego al Comunista, siendo fundadora en 1921. Se casó en 1919 con Carlos Roche, con quien estuvo casada 50 años y tuvo 6 hijos. 

Amiga de los discursos arriba de un cajón en la fábrica, salía a repartir «Justicia», recordado diario del PC, recordando alguna huelga del Frigorífico Anglo en Fray Bentos y la represión en San Javier y Paysandú, durante la dictadura terrista.

Sería la primera mujer legisladora comunista en América Latina, diputada entre 1943 y 47, senadora entre 1947 y 51, la primera en el continente, y edila por Montevideo de 1959 al 67. 

Los temas educativos y la mejora de la recientemente creada Comisión de Subsistencias fueron de su interés, así como los jubilatorios y los derechos civiles de la mujer, ley que votó en 1946. También recuerda su paso por el legislativo departamental capítalino, recorriendo los barrios y recogiendo las demandas de las mujeres.

Conoció en Francia a la líder comunista española Dolores Ibarrú, más conocida como «La Pasionaria», y a Pablo Picasso. Dentro de su partido, se opuso al culto a la personalidad y las prácticas estalinistas, defendidas por Eugenio Gómez, padre e hijo. 

Exiliada durante la Dictadura en Buenos Aires, Cuba y la URSS, retornó al país a la caída del régimen de facto y falleció en agosto de 1985. 

Rosa Luna – El candombe espectáculo y la defensa de la raza

Nació en el Mediomundo en 1937, hija de la Chunga Luna y de Luis Alberto «Fino» Carballo, éste último recién tendría contacto con ella cuando era famosa, y desde chica se crió entre chico, repique y piano. A los nueve la emplearon como doméstica cama adentro, sufriendo maltrato de padrastros y patrones. Con 14 años comenzó a salir en Carnaval, en la revista «Granaderos del Amor», pero su figura creció en comparsas como Serenata Africana, Esclavos del Nyanza, Raíces, Marabunta y pos supuesto su querida Morenada.

Un episodio luctuoso de su vida fue cuando mató a un fiolo que maltrataba a una prostituta en el Bar Antequera, reducto de la bohemia montevideana frente a la Plaza Independencia.

Un hecho que fue tapa de diario aquel 28 de setiembre de 1965, que motivó un juicio en el que Rosa fue declarada inocente por haber actuado en «defensa propia», primera vez que se aplicó esa norma en nuestro país. 

El amor de su vida fue Raúl Abirad, 24 años menor que ella, que se había enamorado de ella con nueve años y ennoviado con 18. Con él «sentó cabeza». Dejó la noche y se dedicó a su hogar luego de casarse, cuidando su figura. Adoptó un hijo, que tenía cinco años cuando falleció a vedette en 1993.

Tricolor empedernida, fue socia del club, pero se borró miles de veces. Blanca «como costilla e´bagual», y wilsonista, bailando frente a su casa en la última Navidad del caudillo nacionalista en 1988. Apoyó el voto Verde en la votación de 1989, para la derogación de la ley de caducidad, en lo que discrepó con ese dirigente. 

Columnista en el diario «La República» durante dos años, fue cantada por Horacio Guarany, Los Olimareños, El Sabalero, Jaime Roos, y hasta Aníbal Troilo «Pichuco» le dedicó alguna vez un sólo de bandoneón. 

Conoció Estados Unidos, Europa, Australia y Sudamérica invitada por colonias de uruguayos. En eso estaba en Toronto, cuando un infarto fulminante el 13 de junio de 1993 la lanzó a la eternidad, con 56 años. Su cuerpo embalsamado fue paseado por la ciudad en impresionante cortejo, velada en AGADU y sepultada en el Cementerio del Norte.