Columna Alejandro Giménez:

 

En este período electoral, un total de 18 partidos compitieron en la campaña por las internas de junio. Pero solo 14 partidos superaron el mínimo de 500 votos para ganar el derecho a participar en la elección de octubre, y puede verse la dificultad que algunos de esos grupos políticos tienen para reunir las convenciones y ratificar sus candidaturas. De partidos pequeños y raros hablaremos hoy, con dos ejemplos. Uno verdadero y otro ficticio.

1) Tortorelli: Calles en bajada, canillas con leche y techar el Centenario 

 Domingo Tortorelli nació el 22 de mayo de 1902, hijo de Luis Tortorelli, un agrimensor de origen italiano y de Catalina Lucrecia D’Alessandro, “una dama de altas virtudes”, como le gustaba decir. Estudió agronomía y la abandonó para dedicarse al trabajo en sus granjas. Tortorelli fue candidato a la Cámara de Representantes en 1938 obteniendo 69 votos; en 1942, se presentó a la presidencia con Luis Pagani como candidato a vicepresidente y alcanzó los 40. Luego de un paréntesis en 1946, se volvió a presentar en 1950 con el partido La Concordancia Laborista, Lista 200, con su esposa Anatolia Manrupe como vice, y obtuvo 38 sufragios. 

Pero lo más curioso fueron sus propuestas. Canillas de leche gratuita en todas las esquinas, una carretera en bajada de Rivera a Montevideo para que los camiones de carga ahorraran combustible, jornada laboral de 15 minutos, y el otorgamiento a  todos los ciudadanos, al llegar a los 18 años de edad, de un empleo público, fueron algunas de ellas, además de crear una “Venecia” en el Valle Edén de Tacuarembó, la instalación de 200 biógrafos gratuitos por todos los barrios, el matrimonio obligatorio de todos los uruguayos a los 25 años, como una forma de aumentar la natalidad; y para captar los votos futboleros, techar el Estadio Centenario para que los partidos no se suspendieran por mal tiempo. Prometió si lo elegían presidente bajar a la mitad el precio de la yerba, el azúcar y el vino. 

Domingo Tortorelli falleció en 1990, lo que pasó inadvertido para el gran público. Su recuerdo renace en cada campaña electoral, cuando se habla de propuestas dignas de Tortorelli.

2) Pinchinatti, o cuando la ficción se confunde con la realidad

Corría 1989, año electoral en Uruguay,  y en la mesa de trabajo colectivo de «Decalegrón», un programa humorístico producido por canal 10,  nació la idea de crear un candidato a presidente del Partido Unificado Tradicional (PUT). 

Con el correr de los meses, Pinchinatti, interpretado por Ricardo Espalter, empezó a tomar un vuelo que nadie podría haber imaginado. Con jingle y slogan («Un hijo de pueblo») creados para la ocasión, Pinchinatti comenzó a convocar a pequeños actos en plazas céntricas, empezando por la zona del canal y luego la Plaza de los 33, que con el correr de las semanas incorporaban más gente.

El desacartonamiento de la figura con discursos sobre la base de un lenguaje llano y directo, y la credibilidad generada por el mismo Espalter fueron la clave del éxito. El summum del fenómeno se alcanzó en noviembre, cuando un domingo a las tres de la tarde un “acto” del candidato llenó el Palacio Peñarol. Frade recuerda a la gente con banderas y gorros hechos por ellos mismos, ya que la producción no previó hacer merchandising, y gente que quedó sin poder entrar. 

Pero cerca de la elección de noviembre del ‘89, los creadores sintieron que la broma podía tener consecuencias negativas, además de que el sketch ya incomodaba, pese a que se desmintió que hubiera presiones “desde arriba”, que el mismo Espaler admitió en 2002: «En la semana previa a las elecciones tuvimos que salir a hablar en serio. Pinchinatti se saca el bigote, se convierte en Espalter y dice que era una broma y que no fueran a poner en las urnas el voto a Pinchinatti. Pero aún así los hubo», dice el músico.

En abril de este año se cumplieron 100 años del nacimiento de Ricardo Espalter, y como un homenaje en las últimas internas, Pinchinatti tuvo un voto en un circuito de Maldonado. A la luz de que hoy en Ucrania gobierna Volodomir Zelensk, un ex-humorista, el fenómeno Pinchinatti no parece descabellado.