Siempre hay pistas que van avisando que el momento está por llegar. La pediatra que anuncia que falta poco. El cuerpo que se va transformando, cambiando, creciendo. Y, de repente, un día cualquiera, aparece esa primera mancha en la ropa interior, llenando de asombro y, a veces de estupor, a la nena que está dejando de serlo.
La llegada de la primera menstruación no irrumpe en la vida de la adolescente sin haber dado señales antes. El proceso se va gestando con pequeños cambios físicos, hormonales y emocionales que van dando indicios antes de la llegada. ”El crecimiento de la talla, la aparición de vellos y el progresivo crecimiento de las mamas son algunos de los indicadores visibles que preparan a las niñas antes de la menarca. Por otro lado, el movimiento intenso hormonal tiene su impacto en las emociones, ampliando la paleta de las mismas”, explica la licenciada Julia Tejeira, integrante del Instituto Sintonía.
A veces, las nenas prefieren no contar que menstruaron por primera vez, o se angustian y hasta se asustan. “Es un período en el que el registro de los cambios puede incrementar la experimentación emociones como la vergüenza. El auto registro y la asimilación de los cambios físicos y emocionales serán claves para la construcción de su personalidad”, agrega la psicóloga y afirma que, muchas veces es un buen momento para realizar una consulta con un profesional que acompañe y ayude en el manejo de las emociones.
Lo importante, más allá de los cuidados vinculados a la salud física, es acompañar a las chicas en este momento tan fundante en sus vidas. Una de las claves es tener en cuenta la necesidad y la privacidad. “Muchas veces la ansiedad de las madres terminan generando situaciones incómodas o consultas a especialistas apresuradas que son vividas por las chicas como intimidantes e invasivas. Las adolescentes están atravesando un periodo de transformación amplio y necesitan ser acompañadas desde el amor y la comprensión de sus tiempos”, recomienda Tejeira.