Barrio de Once, primavera, mediodía de miércoles. De una camioneta con las balizas encendidas un hombre baja rollos de tela. Las veredas están atestadas de gente y de cosas: peluches a veinte pesos, combos de enchufes, alargues y plantillas con precios a regateo, carritos de garrapiñadas, panchos, café. El ruido es envolvente.

Pero en este departamento, ubicado en las entrañas de un edificio viejo y ancho, un cantante canadiense llamado Drake rapea desde un celular. Afuera hay un cielo de ceniza y aquí está oscuro, apenas una luz amarilla encendida. Las Altas Wachas, un grupo de bailarinas en formación desde 2011, se maquillan para la producción de fotos de Viva. Llegaron a ser siete integrantes, ahora son cinco: Sol, Fany, Estefi, Rocío y Mailén. Tienen entre 22 y 27 años y el pelo retorcido en braids: trenzas pegadas al cuero cabelludo que forman galones, líneas, divisiones.

Las Altas Wachas dan clases en su escuela de danzas, en pleno microcentro. Abrieron hace tres años y tienen un centenar de alumnas. “Dancehall”, explican, es una palabra que se usa para resumir el ritmo, pero hay varios estilos. Los más populares son el dancehall queen, que implica fuerza de abdomen y piernas, más acrobacia; el twerq, un ir y venir de la pelvis, fuerte y continuado; y el dancehall “social”, una fusión entre danzas afro, árabe y hip hop, con menos técnica y más fácil de bailar.

Estefi frió papas fritas durante dos años en El Buyón, la parrilla que sus padres tenían en Barracas. En el tiempo libre volvía a lo que le gustaba: escuchar hip hop y electrónica, bailar afro. Traía consigo una formación variada. De pequeña había estudiado folclore, comedia musical y zapateo criollo. Un día Estefi bailó para Miss Bolivia y en 2013 decidió meterse de lleno en el dancehall, una escena recién nacida. Y en una fiesta conoció a Mailén, que durante años bailó danzas árabes. Se asociaron y juntas comandan el grupo, dan clases en el interior del país, giran por Europa.

El dancehall es una subcultura en Argentina. Hay fiestas, competencias y escuelas de danza del estilo. Las mujeres tomaron la posta de la movida. / Fotos: Fabián Gastiarena, Constanza Niscolovos y Ariel Grinberg.

El dancehall es una subcultura en Argentina. Hay fiestas, competencias y escuelas de danza del estilo. Las mujeres tomaron la posta de la movida. / Fotos: Fabián Gastiarena, Constanza Niscolovos y Ariel Grinberg.

Las chicas se mueven en el departamento como sirenas: semidesnudas, blandas, delicadas. Hay seguridad en esos cuerpos, que son jóvenes y de un encanto particular: no son altas, no están diseñadas a escala, no tienen la piel lisa como el vidrio. En su estudio de danzas, las clases de twerq se hacen en bombacha. “Nuestras alumnas son pibas como nosotras: tienen cuerpos normales, con celulitis, estrías, pozos. Y pasa algo muy loco: un proceso de enamoramiento con su físico. Las chicas arrancan a tomar clases con pantalón largo y después caen en micro short. Empiezan a darse cuenta de que los problemas que sienten con su cuerpo son problemas que les plantea la tele, por ejemplo. Si hacen el click, hay aceptación y seguridad”, explica Estefi.

Afuera, Once arde en sus ofertas y metros de tela, mientras en el departamento, Mailén se recuesta sobre un sillón y dice: “Nosotras ponemos en duda el concepto de belleza que está instalado, ése que dice que sólo es atractiva la mujer estilizada, delgada, perfecta. Apuntamos a hacernos un lugar desde lo diferente, con parámetros de belleza natural. Un poco más… representativo, no tan idealizado sino real. Nuestra actitud escénica es agresiva porque somos masculinas para bailar. Tenemos un lado fuerte y no lo escondemos. Pero no dejamos de ser sensuales y es ahí donde está el mensaje”.

Una guerra de glúteos sobre muslos poderosos. Mujeres ninja en medias de red, uñas de acrílico, el cabello a lo boxeadora. Son bailarinas de dancehall, un ritmo que puede explicarse por oposición: no es reggaetón, no es hip hop; incluso antecede a esos estilos. Se trata de un baile que surgió en los suburbios de Kingston, capital de Jamaica, en los años sesenta. En aquella época y con la excusa de vender alcohol, en las esquinas de la ciudad armaban grandes bailes al aire libre. Esos encuentros eran, también, una “radio abierta”: los jamaiquinos llevaban sus soundsystem –grandes paredes de parlantes–, hacían rodar los vinilos y cantaban encima de la música. En Jamaica el dancehall es una cultura, un estilo de vida, identidad.

Pero aquí en Buenos Aires, en 2016, no hay ron ni bafles marcando territorio. Lo que hay es una subcultura dancehall en escuelas de danza, boliches, competencias y workshops. Es una movida femenina y en expansión que arrancó hace unos cinco años. Para estas bailarinas hay referentes internacionales como Rihanna, Major Lazer y Drake, y aquí encuentran su nicho en bandas locales, como Miss Bolivia y Faauna (sic), que las suman a sus shows o videoclips.

Mujeres ninja en mallas de lycra bien cavadas y escotes incontenibles. Glitter, spray fijador, cinturas quebradas. Hacen lo suyo a fuerza de caderas, sacuden la carne, sonríen a medias, ofrecen el pecho: deleitan. Un cuerpo que hierve es una fiesta para los otros. Pero, ¿lo sensual está en el baile? No: lo sexy –lo crudo, lo rudo– está en la actitud.

“More Fayah” es la deformación fonética de “more fire” (más fuego, en su traducción al español) y de todas las fiestas dancehall, es un clásico. La primera More Fayah se hizo hace cinco años, en Lomas de Zamora, zona sur bonaerense. Hubo una cada sábado hasta que la organizaron en la Ciudad. Ahora, cada quince días, la invitación es en Miloca, un bar de Palermo. Y esta madrugada, el bar está lleno. DJ Selektor, programador de la fiesta, está inclinado sobre la consola. Lo cruza un láser verde, intermitente. En la oscuridad y con un imperceptible cruce de manos pasa de un tema a otro: el compás es siempre el mismo, un beat intercalado con sonidos de disparos o bocinas. La fiesta aún no explota. Para eso falta: falta que lleguen las queens, mujeres que ganaron el título en alguna de las competencias de bailarinas de dancehall. En esos concursos un jurado evalúa, una vez al año, sendas destrezas. Se tiene en cuenta la forma de encadenar los pasos, técnica, fuerza, vestuario. Es lo que hacen las reinas, identificadas con un top negro.

El dancehall es una subcultura en Argentina. Hay fiestas, competencias y escuelas de danza del estilo. Las mujeres tomaron la posta de la movida. / Fotos: Fabián Gastiarena, Constanza Niscolovos y Ariel Grinberg.

El dancehall es una subcultura en Argentina. Hay fiestas, competencias y escuelas de danza del estilo. Las mujeres tomaron la posta de la movida. / Fotos: Fabián Gastiarena, Constanza Niscolovos y Ariel Grinberg.

Por ahora algunas chicas bailan en la pista, un poco tímidas y en grupo. Llevan gorras con visera, tatuajes y la mirada clavada en el piso: la cadencia es densa, a tierra, bien baja. Visten jeans ajustados, botas sin taco y remeras holgadas. Beben algo, conversan al oído. Los varones llegan lentamente, de a poco y agazapados. Se acomodan contra la pared y miran. Moverán levemente los hombros el resto de la noche. Aquí ellas son mayoría. Hay de todo menos histeria.

Cecilia Schroeder tiene 30 años, es profesora de dancehall en la academia de Reina Reech y también da clases en Street Flow, una escuela de danzas urbanas. Lleva un shortcito de jean, un top rosado y el rostro coronado por una melena rizada. Abajo, en la pista, sube la fiebre y ella mira desde el balcón. “El dancehall tiene una técnica, debe ser fluido, pero la cuestión está en lo que le pongas de vos. Tenés que saber dónde va el golpe, pero al golpe hay que ponerle estilo. Diría que es 20 por ciento baile y el resto, actitud”, dice Cecilia.

Para alivio de las principiantes, la letra de la canción indica el paso que hay que hacer. Eso sí: hay muchos y muchas versiones de los mismos pasos. Atención a lo que diga el DJ o a la letra. Un loop de “wine” indica un agite de caderas; en “six thirty” hay que tomarse las rodillas y juntarlas; “swim”, será mover los brazos como un nadador… La idea está en lo popular y colectivo. Es decir, que todas hagan el mismo paso.

Pero en la pista no atienden al glosario: bailan por instinto. Hasta que irrumpen las queen: piernas gruesas como troncos, cinturas angostas y los ojos furiosos, todo ardor.

Sin embargo, la mujer que ahora abre un círculo no tiene corona. Debe andar por los cuarenta y se fue desvistiendo. Tiene el abdomen flojo y una línea entre los pechos que alojaría un océano. Transpira, se abre de piernas y rebota contra el piso. Prueba con una vertical, vuelve, sigue. No mira a nadie, pero todos la miran. “Ella no es queen, pero… tiene la energía de un animal. Esa es la actitud de la que hablaba”, dice Cecilia.

El dancehall es una subcultura en Argentina. Hay fiestas, competencias y escuelas de danza del estilo. Las mujeres tomaron la posta de la movida. / Fotos: Fabián Gastiarena, Constanza Niscolovos y Ariel Grinberg.

El dancehall es una subcultura en Argentina. Hay fiestas, competencias y escuelas de danza del estilo. Las mujeres tomaron la posta de la movida. / Fotos: Fabián Gastiarena, Constanza Niscolovos y Ariel Grinberg.

Un tipo de baile surgido en los márgenes se vuelve mainstream cuando logra colarse en la grilla de horarios de una escuela de danzas entre clases de contemporáneo, jazz y clásico. Es lo que pasa con el dancehall en muchas academias porteñas. Una es El Club de Danza. La profesora es Sabrina Quiroz y llegó hace poco de Chile, donde ganó una competencia. La clase empieza con un estiramiento y sigue con un repaso de coreografías. Aquí el estilo, urbano como el asfalto, se sistematiza.

El tema que bailan ahora se llama Above Dem y es un hit del trío jamaiquino Alkaline, Mavado y I-Octane. La letra de la canción es difícil de entender. Los músicos mezclan el inglés con el patois, una variedad del francés que se habla en el Mar Caribe, sobre todo en Jamaica. El tema cuenta una historia, dice que “hoy es el día de pago”. El encadenamiento de pasos incluye exclamaciones –un “¡Ja!”, un “¡Ey!”– o un movimiento de cabeza. Sabrina, la profesora, explica que son pasosold school, de estilo rudo, que tienen que ver con la manera de vivir en Jamaica. Las alumnas –cuatro, cuerpos y estéticas diversas– hunden el vientre, levantan el mentón y golpean el dorso de una mano con la palma de la otra, imitando el gesto de “pagar”. Es un reclamo hecho coreografía. Eso sucede esta tarde de miércoles, primavera fría, en el barrio de Colegiales.

 

FUENTE:CLARIN