«Sin eufemismos, soy G-O-R-D-A y punto. Soy el elefante en la sala. Cuando salí al escenario, algunos habrán pensado: «Seguro va a ser delirante, porque todos saben que los gordos son graciosos». Es posible que se hayan preguntado, de manera consciente o no, si tengo diabetes o si tengo pareja, o si como carbohidratos después de las 19 hs.», inicia su exposición la artista y activista norteamericana Kelli Jean Drinkwater.

«Estos juicios son insidiosos. Pueden ser dirigidos a individuos y grupos, y también pueden dirigirse a nosotros mismos. Y esta forma de pensar se conoce como gordofobia», continúa.

«Como cualquier forma de opresión sistemática, la gordofobia está profundamente arraigada en estructuras complejas como el capitalismo, el patriarcado y el racismo, y eso puede hacerlo realmente difícil de identificar, por no decir un desafío. Vivimos en una cultura en la que ser gordo es visto como ser una mala persona… perezosa, codiciosa, insalubre, irresponsable y moralmente sospechosa. Y tendemos a ver la delgadez como algo universalmente bueno, responsable, exitoso, y en control de nuestros apetitos, cuerpos y vidas. Vemos estas ideas una y otra vez en los medios, en la política de salud pública, en consultorios médicos, en conversaciones cotidianas y en nuestras propias actitudes. Incluso podemos culpar a los gordos por la discriminación a la que se enfrentan porque, después de todo, si no nos gusta, deberíamos bajar de peso. Fácil. Este sesgo antigordo se ha vuelto tan integral, tan arraigado de cómo nos autovaloramos y nos valoramos unos a otros que rara vez nos preguntamos por qué tenemos tanto desprecio por los gordos y de dónde viene ese desdén», se lamenta Drinkwater.

A su entender, la sociedad toda debería cuestionar este posicionamiento en contra de la obesidad porque nos afecta a todos. «¿Realmente queremos vivir en una sociedad en la que se le niegue a la gente su humanidad básica si no suscribe a alguna forma arbitraria de lo aceptable? Ahora bien, no digo que todo este amor al cuerpo ha sido fácil a lo largo de un brillante camino de autoaceptación desde ese día en clase. Lejos de eso. Pronto aprendí que vivir fuera de lo que el común considera normal puede ser algo frustrante y aislante. He pasado los últimos 20 años desarmando y desprogramando estos mensajes, y ha sido una montaña rusa. Se han reído de mí, recibí insultos de autos que pasaban, y me han dicho que soy desilusionante. También he recibido sonrisas de extraños que reconocen lo que se requiere para caminar por la calle con paso firme y cabeza en alto.»

Drinkwater se reconocer parte de una comunidad internacional que propone otro vínculo con el cuerpo. «Somos personas que honramos nuestra fuerza y trabajamos con, y no en contra, de nuestras limitaciones percibidas; personas que valoramos la salud como algo mucho más holístico que un número en un gráfico de IMC obsoleto. Valoramos la salud mental, la autoestima y cómo nos sentimos con el cuerpo como aspectos vitales del bienestar general. Personas que se niegan a creer que vivir con estos cuerpos gordos es una barrera para cualquier cosa, en realidad.

«Hay médicos, académicos y blogueros que han escrito ingentes volúmenes sobre las muchas facetas de este complejo tema -continúa-. Hay fatshionistas que recuperan sus cuerpos y su belleza, que lucen fatkinis y tops, que exponen la carne que nos han enseñado a ocultar. Hay atletas gordos que corren maratones, que enseñan yoga o hacen kickboxing, y lo hacen todo con el dedo medio apuntando al statu quo. Y esta gente me ha enseñado que las políticas radicales del cuerpo son el antídoto para la cultura de vergüenza por el cuerpo.»

«Pero para ser claros -puntualiza-, no digo que la gente no deba cambiar sus cuerpos si es lo que desea hacer. Reivindicarse a sí mismo puede ser uno de los más hermosos actos de amor propio y puede adoptar un millón de formas diferentes, desde peinados hasta tatuajes y contorno corporal desde hormonas hasta cirugía y sí, incluso hasta la pérdida de peso. Es simple: es tu cuerpo, tú decides lo mejor para hacer con él.»

«Existe un verdadero pánico, terror literal, por la gordura. Es ese miedo alimentado por la industria de la dieta, que nos mantiene a muchos sin hacer las paces con nuestros propios cuerpos, esperando a ser la pos-foto antes de empezar a vivir verdaderamente nuestras propias vidas. Porque el verdadero elefante en la sala es la gordofobia. El activismo gordo se niega a complacer este miedo. Al abogar por la autodeterminación y el respeto por todos nosotros, podemos cambiar el rechazo de la sociedad a abrazar la diversidad y empezar a celebrar el montón de maneras que existen de tener un cuerpo», concluye.