Es una una tradición instalada que no tiene peros: el 8 de diciembre, en América y el mundo, las familias instalan en la parte de la casa que más les gusta el famoso Árbol de Navidad y lo llenan de adornos de todo tipo: rojos, blancos, coloridos, con guirnaldas y también luces.
Por su condición de casi incuestionable, nadie se pregunta seguido por qué lo hacemos y de dónde proviene la tradición. A continuación, una breve explicación de esta costumbre.
Las comunidades que vivían en el norte de Europa solían en los primeros días de diciembre celebrar el nacimiento de Frey, dios del Sol y la fertilidad, y lo hacían cubriendo un árbol seco con adornos que improvisaban con lo que tenían. Yggdrasil era el nombre que este árbol recibía, que representaba el universo. En su copa se encontraba Asgard, la morada de los dioses; y Valhalla, el palacio de Odín); en el otro extremo, sus raíces, estaba Helheim, el reino de los muertos.
Cuando en el siglo XVII después de Cristo los evangelizadores llegaron a la zona, tomaron de los originarios esta tradición y le cambiaron el significado: agarrarían un árbol y lo decorarían con el objetivo de conmemorar el nacimiento de Jesús, figura central de su religión.
Cuenta la leyendo que fue San Bonifacio, quien nació en el año 680 y fue uno de los religiosos más importantes de Alemania, quien tomó un hacha y cortó un árbol por primera vez: eligió un pino, que por su carácter perenne simbolizaba con mayor exactitud el amor de Dios. Aquella vez, lo adornó con manzanas y velas, en alusión al pecado original y las tentaciones por un lado, y a la luz que significaba Jesucristo por el otro.
Lo de poner regalos debajo del arbolito vino mucho después. Si bien es conocido Papá Noel por la tarea, la tradición es pagana y proviene de las ofrendas que los pueblos antiguos solían dar a sus líderes o emperadores.