Muchas personas están hoy en una intensa búsqueda de sí mismas. Personas que desde la intención de ser felices, ocupan un rol activo convirtiéndose en agentes de cambio y transformación.
En estos días, llegó hasta mí el avance de un corto animado de Disney que se estrenará este mes junto a Moana, su última película. El título es sugerente: Cabeza o corazón. Su director, Leo Matsuda, confía en que muchos se sentirán identificados con la historia del protagonista y la lucha que se libra en su interior entre su costado pragmático y lógico, y su espíritu libre y aventurero. La pieza pone sobre la mesa un tema candente, que por lo general pasa desapercibido, pero que suele causar desolación por la ruptura que hacemos en nuestro interior. Es que si pretendiésemos separar la palma de la mano de su dorso, además de no lograrlo sentiríamos un profundo dolor.
Culturalmente hemos quedado impregnados por el decreto de Descartes «Pienso luego existo». Esta separación desnaturalizada a la que nos inclinamos, terminó naturalizándose.
Sin embargo, a lo largo de la existencia, la cultura oriental interrumpe con otra información. Un concepto completamente diferente que tiene que ver con la unidad, con que «el todo es más que la suma de las partes». Con la insistencia en experimentar que no somos ni una mente, ni un cuerpo, ni un manojo de emociones. Sino que somos todo eso junto.
La marcada tendencia separatista que establecemos entre mente y corazón es en sí mismo un desequilibrio, por lo que de una u otra forma atrae más desequilibrio, siguiendo la premisa de una de las leyes universales que dicta que lo similar atrae lo similar.
Hemos creído que la inteligencia de la mente (que es el cerebro en acción) y que el predominio de la razón sobre los sentimientos era lo que nos convertiría en personas eficientes, eficaces, idóneas. Es decir, en personas felices. Nos han hecho creer que en la cabeza y la razón estaba la “magia de vivir”.
En la vereda opuesta está el otro grupo. El de “los emoticones”. La alegría los pone en éxtasis y la tristeza los hace caer a pique. Toman decisiones apresuradas e impulsivas, sin preveer, sin considerar las consecuencias, sin darle a la emoción un lógico marco de acción. Emoción que es muchas veces (sino siempre), pasajera.
Cabeza al corazón, y corazón a la cabeza
Sin la intención de generalizar, nunca vamos a estar en el equilibrio perfecto, porque ese equilibrio no existe. Lo que sí será perfecto, es la tendencia al equilibrio.
La mente no experimenta. La mente piensa. No vivimos la alegría o la tristeza desde la mente. Desde ahí la pensamos. Pensamos en ella. No vivimos la respiración ni nos emocionamos desde la mente, desde la mente pensamos en ello. Atamos cabos, relacionamos, asociamos, vinculamos. La mente va del pasado al futuro. Del apego al rechazo. Busca beneficio, lo que tiene que ver con una mirada «mercantilista». Y este es un «beneficio» que no siempre está vinculado a un bienestar, a veces consiste en someternos a mandatos, «al deber ser», responder a creencias que no elegimos, órdenes desde el afuera. El beneficio a veces tiene que ver con desoír las emociones porque necesitamos responder al condicionamiento social y lo que nos ocurre en el plano emocional no siempre tiene respuesta. No siempre sabemos qué hacer.
Por otra parte, el corazón, no como un órgano del cuerpo, sino en cuanto a sentimientos, a intuición, a las voces del alma (que muchas veces contradice a la razón), se dedica a otros temas, cumple otra función. Tiene que ver con la pasión, con una explosión, con un bien desinteresado. No espera nada a cambio. Tiene que ver con una verdadera misión, con una vocación. Con un legado. El corazón como inteligencia suprema y fuente genuina de información. Un corazón que necesita adaptarse a ciertas normas. Necesita adaptarse al lenguaje y códigos del contexto social, y para eso debe sintonizar con la mente. Necesita herramientas que funcionan como idioma. Necesita un marco de referencia cultural y ciertos límites que muchas veces harán de inhibidores, y muchas otras harán de contención para permitirle actuar con libertad y asertividad.
El corazón sabe. Es la sabiduría pura, es la guía infalible. El corazón es amor, pero la mente está para algo, y no precisamente para anularlo. Esta para ser su coequiper en la búsqueda del equilibrio.
Tal vez podamos detenernos, observarnos y así aquietar la mente sin callarla, escuchar el interior. Tal vez elijamos bajar el corazón a la experiencia, esto implica conectar con la vida desde los sentimientos, sin perder la cabeza.
Probablemente podamos también darnos cuenta ¿Estamos realmente viviendo la vida? ¿O estamos pensando en ella?¿Estamos verdaderamente actuando como sentimos o estamos respondiendo a estructuras mentales, al deber ser? Vale recordar que la vida pasa rápido, a veces demasiado, y las oportunidades del click están en cada minuto de existencia.
FUENTE:CLARIN