El análisis de ADN ha revolucionado la ciencia forense. El material genético encontrado en colillas, vasos y otros lugares de la escena del crimen ha permitido atrapar varios años después de cometidos los crímenes a peligrosos delincuentes como Gary Ridgway, conocido como el asesino de Rioverde.
En los años ochenta y noventa, los cuerpos de numerosas mujeres aparecieron en los bosques cercanos al Río Verde, en el Estado de Washington. Todas había sido violadas y estranguladas. Pese a que la Policía sospechaba de él desde hacía tiempo, no podían conseguir pruebas suficientes. Hasta 2003, no se le pudo relacionar con sus víctimas, gracias a técnicas más sensibles de análisis de ADN, que permitieron procesar muestras obtenidas en los lugares donde aparecieron los cuerpos, procedentes de chicles, colillas de cigarrillos e incluso semen de algunas de las víctimas.
Finalmente fue acusado de violar y asesinar a 48 mujeres y condenado 49 veces a cadena perpetua sin derecho a libertad condicional. Considerado uno de los asesinos más peligrosos y escurridizos, evitó la pena de muerte al confesar todos sus crímenes, 71 en total, incluyendo algunos que la policía no le había atribuido en sus investigaciones.
Error del laboratorio
Pero el ADN también ha ayudado a sacar de la cárcel a personas inocentes condenados por delitos graves que no habían cometido, como Adam Scott, detenido y acusado de violación basándose en pruebas de ADN, mientras que los registros telefónicos le situaban en una ciudad diferente. “La probabilidad de que el ADN no perteneciera a Adam Scott es aproximadamente una en mil millones”, aseguró el forense que procesó la prueba.
Pero Scott insistía que no había estado en su vida en Manchester, la ciudad donde se produjo la agresión sexual. Finalmente se pudo averiguar que las muestras de ADN tomadas en la escena del crimen se habían contaminado en el laboratorio. El día antes de procesar las muestras procedentes de la víctima de violación, el laboratorio había manejado una muestra de ADN de Scott procedente de un esputo. Desafortunadamente, la placa de plástico desechable utilizada para analizar la saliva había sido inadvertidamente reutilizada en el caso de violación, dando como resultado una identificación errónea. El verdadero autor nunca fue encontrado.
Pero series como CSI nos llevan a creer que el ADN es una prueba irrefutable, aunque no es así. De hecho, a medida que los análisis de ADN se vuelven cada vez sensibles, “es esencial que las expectativas de la gente y los profesionales de esta tecnología no se basen únicamente en las novelas o las series de televisión, sino en la realidad”, advierte un grupo de expertos de la Red Europea de Genética Forense (EUROFORGEN), que ha elaborado una completa guía donde explican lo que el ADN puede decirnos y lo que no cuando se trata de resolver un crimen.
Los mitos más comunes
Entre los errores más comunes que nos transmiten las series de televisión, estos expertos destacan las reconstrucciones físicas a partir de muestras de ADN. Es cierto, que los últimos avances en genética forense están permitiendo determinar algunas características físicas visibles como el color del cabello y los ojos a partir del ADN. “Esto podría ser una poderosa herramienta de investigación criminal en el futuro. Pero hay límites a lo que podemos decir actualmente a partir del ADN”, destacan los investigadores.
Sin embargo, en la actualidad no es posible reconstruir la forma de la cara a partir del material genético recogido. Aunque algunos departamentos de policía utilizan retratos robot basándose en el ADN encontrado en la escena del crimen, esas pruebas no son validados científicamente, advierten los investigadores. Es más, podrían estigmatizar a personas inocentes con rasgos parecidos, como advierte Matthias Wienroth, del King’s College de Londres.
Encontrar el ADN de una persona en la escena del crimen no garantiza que sea el asesino. Su material genético podría estar allí, aunque no estuviera presente en ese momento. Y es que, advierten los expertos, nuestro ADN se dispersa fácilmente, porque puede ser transferido a un lugar en el que hayamos estado por la saliva al hablar, estornudar o toser y por la caída de células de la piel. Hay incluso ADN presente en el polvo doméstico.
La conclusión es que pese a lo que nos muestran las series de televisión o las novelas, el ADN por sí sólo no resuelve crímenes, pese a que las técnicas de ADN forense han avanzado hasta el punto de permitir detectar minúsculas cantidades del material genético (trazas de ADN). Aun así, advierten, la presencia de ADN no establece la culpabilidad y no necesariamente explica cuándo o cómo llegó a la escena del crimen, en particular cuando se encuentra en cantidades muy pequeñas.
Frente a estas imprecisiones, el contexto de un asesinato se vuelve cada vez más importante, y el ADN tiene que verse como una prueba más. “Es una herramienta de detección importante, pero ciertamente no es un detective”, destacan los investigadores.