Feng Zhang (China, 1982) tiene algo en común con todos nosotros: la primera vez que oyó las siglas CRISPR tuvo que mirar en la Wikipedia qué demonios era eso. Hoy es un serio candidato a ganar un premio Nobel gracias a esas letras que dan nombre a una prometedora técnica de edición genética.

Participar en el nacimiento de un nuevo campo de la ciencia es el logro de una vida para cualquier investigador. Con 31 años Zhang ya había participado en dos, pues también es uno de los padres de la optigenética, que permite controlar neuronas mediante la luz. Aunque este investigador apenas figura en los medios, sus avances abren las puertas a curar enfermedades como el autismo, la esquizofrenia, el cáncer y la ceguera… y a diseñar bebés a la carta.

Feng significa ‘punta de lanza’ en chino, pero también ‘vanguardia’. Un nombre profético para un investigador que ha asentado las bases de dos revolucionarias técnicas de edición para demostrar que la vida también se puede programar. En el caso de CRISPR, su potencial desató una guerra de patentes entre el Instituto Broad —centro mixto del MIT y la Universidad de Harvard donde trabaja Zhang— y la Universidad de California. Aunque la guerra no ha terminado, la primera batalla se resolvió esta semana con un primer ganador. Exacto, el investigador chino.

Zhang acaba de ganar la primera batalla en la guerra de patentes que se ha desatado alrededor de la técnica de edición genética CRISPR

Zhang no es un investigador tan mediático como Jennifer Doudna —de la Universidad de California— y Emmanuelle Charpentier, los dos nombres más conocidos al hablar de CRISPR y ganadoras del premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 2015. Tampoco ha recibido tantos premios, aunque fue seleccionado en 2013 por la revista ‘MIT Technology Review’ como uno de los 35 jóvenes menores de 35 años más innovadores del planeta.

Este perfil publicado por ‘Stat’ contiene los pocos datos que se conocen sobre la vida privada de Zhang. Con once años abandonó China junto a su madre para instalarse en Iowa (EEUU) y, ya en el instituto, comenzó a trabajar en un laboratorio de terapia génica. El joven debatía con su progenitora sobre la brevedad de la vida. Nada extraño, si no fuera porque decidió tomar cartas en el asunto.

En 2004 se graduó en la Universidad de Harvard (EEUU) en química y física y comenzó su doctorado en la Universidad de Stanford (EEUU) donde, en 2005, fue coautor de un estudio pionero publicado en la revista ‘Nature’: la optogenética, testeada por otros en los últimos años, funcionaba con neuronas de mamífero. “Me arrepiento de que, en nuestro primer artículo, no reconociéramos que muchos de los experimentos clave [para el nacimiento de la optogenética] se habían hecho ahí”, escribía años más tarde el compañero de doctorado de Zhang —hoy neurocientífico en el MIT— Edward Boyden.

La optogenética reúne un conjunto de técnicas que permiten controlar células vivas como neuronas mediante la luz. Esto sirve para activar el instinto depredador en ratones o curarles la adicción a la cocaína. Este método, escogido como el más interesante del año 2010 por la revista ‘Nature Methods’, podría servir para tratar la depresión, el párkinson, la esquizofrenia, el autismo e incluso la adicción a las drogas.

Asistir al nacimiento de un nuevo campo de la ciencia es el logro de una vida. Zhang ha conseguido esto dos veces. Con menos de 35 años

Que tu nombre figure en un ‘paper’ histórico basta para llamar la atención de cualquier cazatalentos: en 2009 Zhang acabó su doctorado y el Instituto Broad y el Instituto McGovern para la Investigación del Cerebro, ambos del MIT, reclutaron al joven para que creara su propio laboratorio. Fue un mes después de que arrancara el proyecto cuando el investigador escuchó hablar de las secuencias CRISPR y tuvo que buscarlas en la Wikipedia. En 2011 comenzó a optimizar este sistema para su aplicación en células humanas.

En 2013, menos de una década después de su primer éxito, publicaba en la revista Science su segundo logro: el sistema de ‘corta y pega genético’ CRISPR podía usarse con células eucariotas como las que tienen seres humanos y animales. Su evolución ha sido rápida, y en noviembre de 2016 un equipo de investigadores chinos anunciaba el primer ensayo con seres humanos. Este sistema permitiría eliminar copias de genes dañados antes del nacimiento para obtener individuos sin enfermedades hereditarias, pero también para conseguir ‘bebés a la carta’. Algunos incluso ven su aplicación para salvar las razas de perros dañadas por siglos de endogamia.

Mientras el desarrollo de la optogenética sigue su curso y la CRISPR avanza con pasos de gigante a pesar de la lucha por el control de sus patentes, Zhang continúa trabajando en su laboratorio dedicado a erradicar enfermedades neurológicas. Para él, estas dos técnicas merecedoras de un nobel son sólo un medio para lograr su objetivo.