En una nueva columna de Lugar a Dudas, Antonio Ladra trae una reflexión personal y certera sobre las libertades, la falta de certezas por parte líderes políticos y su propio sentir en estas semanas de cuarentena.

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Hoy casualmente el Facebook me trae este recuerdo, una frase que escribí hace 10 años: “No hay que confundir: los amigos son aquellos a los que podés mirar a los ojos, a los que podés abrazar. Lo que hay acá (por el Facebook) es la nada, es la virtualidad”.

Y hoy, miércoles 8, llevamos 26 días de confinamiento voluntario. Estamos así desde el viernes 13 de marzo. Tratamos de salir poco, es lo que debemos hacer para evitar la propagación del virus maldito, con nombre y apellido: Coronavirus Covid 19.

Los que podemos y todavía tenemos trabajo lo hacemos desde casa. Es raro esto, también lo hacemos porque tenemos casa. Otros no tienen casa, van a un refugio o al Palacio Peñarol o a la Rural del Prado, anda a saber dónde duermen, mejor que en la calle, sin duda.

Vemos a los amigos, a los familiares, en la video llamadas, los escuchamos a través de las voces metálicas de una conexión que se nos cae, los vemos con las rostros pixelados, hechos cuadraditos. Nos mostramos las calles: “Mirá, me dice mi amigo Giancarlo allá en Roma, la calle está vacía, no anda nadie” y se repite cuando hablo con Carlos en Madrid o con su hijo en Bruselas, padre reciente de un niño de época de coronavirus.

Y cruzo el atlántico y en Dover, New Jersey, Quique me cuenta que tuvo que cerrar la imprenta y que solo atiende a unos pocos clientes a través de una ventanilla y sufre porque no puede hablar, que es lo que más le gusta hacer.

Pienso en poder darle un abrazo a Giancarlo, en comer una buena paella con Carlos y más acá hablo con Yamile y me río por sus historias de Instagram donde aparece siempre Vicky, su hija, que la conocí de chiquita hace tres años cuando le daba la teta antes de subir a tocar el saxo en el festival de la Pedrera.

Es raro todo esto, porque incluso con quienes están ahí, a menos de 20 minutos, los veo por la pantalla, sé de ellos por la llamada diaria. Sé que Pedro desde su casa en el barrio Goes mira por la ventana y se enoja por las colas de gente frente al MAM sin respetar la distancia social y sé que recibe a sus nietos a metro y medio de distancia y no los puede aupar y sé que manda papas y arroz para la olla popular del barrio.

Llamo a los feriantes y me traen los huevos y el queso y la manteca y las papas y el zapallo y las manzanas en una bolsa. Me la trae un señor que adivino que detrás del tapaboca y los guantes es el feriante con el que hago bromas los martes y que ahora cuando viene casa toca timbre y yo lo recibo también con tapabocas y guantes. Me deja el pedido que después desinfecto como mis zapatos y mi ropa.

Da bronca esto, ¿no? Leo sobre el Covid y sobre el poscovid, leo sobre lo que estamos viviendo y lo que vendrá. Es raro, me siento como en una película de esas que nunca quise ver, las de desastres, tipo pandemia o virus. Son películas que siempre desprecie, son películas que me parecían una porquería total y ahora, mira vos…. Y si en serio es una película, somos extras bajo la batuta de un director que no conocemos y un guion que no nos dejaron leer. A veces creo que en cualquier momento viene la caballería al rescate, otras pienso en salir, rebelarme,  encabezar una revolución anticovid, pero rebelarse se revela como algo inútil, no se para dónde ir ni quién me va a seguir. Me parece que no hay rescate alguno, que ya no hay caballería alguna, ni buenos que derroten a los malos.

Arriba de mi casa en este momento oigo el ruido del helicóptero de la policía: eviten aglomeraciones, creo que dicen por el parlante. Me alarmo, pienso que se juntó mucha gente en la plaza, que están tomando mate, que se abrazan, que se tocan. Salgo a la ventana, no hay nadie, apenas una señora que sacó a pasear un caniche.

Los pulmones parecen ser el eslabón más débil de nuestro cuerpo, dice Gabriela una médica amiga que está en la primera fila en la lucha contra el virus. Gabriela, que se tiene que poner un casco amarillo con una visera transparente y un mameluco blanco, tapaboca y guantes para entrar en la trinchera que es el CTI. Parece un astronauta. “Los pulmones, es por ahí por donde ataca el Covid”, me dice y entonces me acuerdo de mi padre al que le faltaba un pulmón que perdió en la guerra española cuando se agarró tuberculosis.

¿Por dónde lo agarramos a este virus? Prendo la televisión y aparece Álvaro Delgado, cambio de canal y aparece un infectólogo, el que sabe más me dicen. Recuerdo que hace muchos años, cuando era chico, los aparatos de televisión no eran comunes, en mi casa no hubo, en el barrio, doña Reina, la de plata, tenía una tele y allí íbamos los gurises a mirar a Batman y a Pilán que nos mandaba a tomar la leche. En mi inocencia yo creía que doña Reina los tenía allí adentro, en la cajita esa maravillosa. Ahora creo que Álvaro Delgado y Eduardo Savio el infectólogo están ahí en mi tele. Están ahí, siempre, una y otra vez. La prendo y está Álvaro Delgado, la apago y al otro día, cuando la prendo está Eduardo Savio. Y así en modo random duermen entre el HD y el SD.

Es una sensación extraña, la vida se nos escurre, se nos va, no hay por dónde agarrarla. No nos podemos mover ni para dónde ir, entonces me lavo las manos por quinta vez en la mañana. Leo esa Sopa de Wuhan y es un guiso. Los que escriben y tratan de explicar el Covid están muy despistados, se contradicen, elaboran todo tipo de teorías, hasta hay alguno que dice que es un invento. A esos seguro que no los voy a leer nunca más. El Covid desenmascara a los chantas y también a los charlabaratas, a los que han dicho que esto es nada, que es una gripeciña como Bolsonaro o el que se aburrió de dar la mano y abrazar y ahora la tiene fiera en el CTI, como Johnson. Ni los líderes mundiales ni los pensadores me dan pistas.

Es interesante, estamos en crisis, pero no una crisis financiera como la del 2002,  sino una crisis global que viene de nuestro cuerpo, en silencio, que se produce cuando nuestro cuerpo se enferma y ¡qué paradoja!, para poder vivir tenemos que morir. Lleno una encuesta donde me preguntan si estoy dispuesto a perder algo de libertad para combatir el virus. ¿Más libertad? ¿En serio, perder más libertad?

Desde los años 80 del siglo pasado, por el sida debemos usar el condón, ahora en los locos años 20, del siglo 21 tenemos que sumar el tapabocas y los guantes. ¿Cómo será acariciarse con guantes y cómo besarse con barbijo?

Me llega un mensaje al celular ¿Cuándo nos vamos a ver amor? ¿Cuándo?

Foto: AFP