Por Jorge Savia.
Consumada en forma oficial la postergación de los partidos de Peñarol ante Defensor Sporting y Nacional frente a Deportivo Maldonado, parece haberse perdido de vista el significado real de la situación que, ya fuera por omisión, negligencia o decisión voluntaria de abandonar la burbuja sanitaria, tiene como eje a los dos clubes grandes del fútbol uruguayo.
Tan es así que muchos ven lo que pasó como una muestra más de lo que representa la fuerza política de ambos en las distintas estructuras de la AUF, cuando en el fondo, más allá de esa gravitación que resulta innegable, se trata de una alarmante señal de debilidad futbolística de ambos.
Es que, en definitiva, lo que ocurrió es que Peñarol no jugó el que hubiera sido su quinto partido en 18 días, y así se tomó un descanso para el que este miércoles 28 hubiese sido el sexto en 22 días ante Vélez Sarsfield por la Copa Sudamericana; y Nacional, que no jugará por los octavos de final de la Libertadores hasta la penúltima semana de noviembre, por su parte evitó la disputa del que hubiera sido su sexto partido en 18 días en caso de haber enfrentado a un equipo que marcha 12° entre 16 en la Tabla Anual: Deportivo Maldonado.
Ya fuera por omisión, negligencia u omisión voluntaria, lo que lograron Peñarol y Nacional es lo mismo que persiguen los boxeadores cuando sienten cierto agotamiento, o no están llevando la mejor parte, y en plena pelea escupen el protector bucal, sabiendo que en esas circunstancias el árbitro está obligado por el reglamento a detener el combate, recoger el protector en el piso del ring, llevar al pugilista que lo expulsó a su rincón, esperar a que enjuaguen el bucal y vuelvan a colocárselo, con todo lo cual el pugilista que propició la detención de las acciones habrá tenido un estimable minuto de descanso.
En el marco de esa comparación, y ante la eventualidad de que Peñarol y Nacional pudieran haber buscado con su abandono de la burbuja sanitaria el mismo efecto que el boxeador cansado, ni siquiera importa recordar que el reglamento del boxeo prevé la penalización de esa “avivada”: si un pugilista expulsa tres veces su protector bucal, en la tercera el árbitro debe sancionarlo como si hubiese cometido un foul, haciendo que se le descuente un punto en las tarjetas de los jurados.
Esto es, lo que cuenta es la confesión implícita de la debilidad futbolística expuesta por uno al evitar enfrentar a un rival como Defensor Sporting, que está séptimo en la Tabla Anual y viene cumpliendo una de sus campañas más pobres de hace varios años a esta parte, y por el otro al hacer lo propio con un adversario al que en la misma tabla le lleva 11 puntos de ventaja.
Si los dos equipos grandes no se sintieron con fuerzas suficientes como para afrontar esos compromisos locales en la plenitud de sus posibilidades, o en el caso concreto de Peñarol consideró que precisaba darse un respiro para jugar contra un equipo argentino que es cierto que en el último campeonato finalizó tercero detrás de Boca y River, pero también que por el COVID-19 no ha disputado ni un partido oficial desde el 15 de marzo del año pasado, entonces hay que caer en el viejo y conocido dicho popular: “Apagá y vamos”.
Al fin y al cabo, la situación planteada configura una cruda respuesta -aunque no es la única, sino una de varias- a esa pregunta que con frecuencia se formulan los jóvenes de por qué los dos grandes del fútbol uruguayo no ganan una copa continental desde hace 32 años.
Si no pueden con esto, ¿cómo van a poder con lo otro?; y la reflexión vale, incluso, para el caso de que la salida de la burbuja hubiera sido producto de una negligente omisión involuntaria, porque de haber sido así, quiere decir que la incompetencia con que se manejan las estructuras deportivas es impropia de los requisitos que el fútbol moderno requiere para alcanzar logros internacionales verdaderamente trascendentales.
Ni hablar si ese abandono de la burbuja hubiera sido producto por la avidez –por no decir desesperación- de hacer un paréntesis en la serie de concentraciones, no continuada sino con salidas alternadas, que los planteles de Nacional y Peñarol hicieron para cumplir con una rutina semanal a la que se sumaron las exigencias marcadas por los protocolos impuestos por la Conmebol y el Ministerio de Salud Pública para antes y después de cada viaje.
Sería aún más lamentable, porque una –sólo una- de las bases sobre las cuales Nacional y Peñarol afirmaron las grandes campañas que tuvieron en la Copa Libertadores de antes fue esa de las extensas concentraciones donde, entre los partidos de aquella y los del Campeonato Uruguayo, los planteles llegaban a permanecer un mes “encerrados” en Los Céspedes y Los Aromos, donde hasta existía un régimen de visitas semanales para los familiares.
La convivencia, y también el duro trabajo diario, hacían que después en la cancha aquellos grupos de jugadores se convirtieran en una especie de escuadrones de guerreros espartanos capaces de imponerle ese atributo a rivales técnicamente más calificados.
Es cierto, el mundo ha cambiado; y el fútbol, que es parte de él, también. Sin embargo, no en vano el 8 de octubre pasado, después que Peñarol le ganara a Colo Colo y Progreso en pleno régimen de burbuja sanitaria, Fabián Estoyanoff dijera al hablar con Alberto Kesman en “La Oral Deportiva”: “La burbuja de la cuarentena nos hizo un equipo más humano, nos dijimos muchas cosas, y juntar líneas y mirar para adentro fue importante para fortalecer el grupo y conseguir resultados”.
Fue casi como decir que lograron eso, que el “Lolo” descubrió ahora, obligados por las circunstancias; pero, aún así, en caso de que Peñarol hubiera salido de la burbuja sin que mediara a premeditación de buscar alguna ventaja, sería evidente que la experiencia reciente no dejó ninguna enseñanza. Suposición que, frente a la misma eventualidad, valdría también para Nacional; porque tiempo atrás un integrante del staff técnico se encontró con un amigo suyo que es hincha de Peñarol y éste le comentó: “¡Qué campeonato les regalamos el año pasado!”, y la respuesta fue inmediata: “No, el campeonato lo ganamos nosotros cuando el último mes y medio metimos al plantel para adentro”, en clara alusión a un régimen de concentración espartano como los de antes.