Fueron 68 partidos sin perder en su reducto de Anfield, casi inexpugnable. La última caída había sido ante Crystal Palace el 23 de abril de 2017. No puede decirse ligeramente que Liverpool, el encumbrado Liverpool de Jurgen Klopp, haya tocado fondo. Sería un disparate y hasta un atrevimiento por varias razones. La más importante es que el equipo puede levantarse de un momento a otro, ya que le sobra entrenador, futbolistas de calidad máxima y fútbol contundente, que puede quedar a un lado momentáneamente pero siempre está latente y amenazante en el rincón más recóndito de Anfield Road.

Ante el modesto Burnley el partido arrancó soso, desabrido. Liverpool no pesaba arriba y en el mediocampo tampoco cambiaba el ritmo cansino y parsimonioso, así que Burnley aprovechaba esa suerte de desidia para cerrar filas delante del arquero internacional Nick Pope. El primer tiempo terminó con ambos técnicos insultándose, por motivos desconocidos, mientras rumbeaban hacia los vestuarios.

Debido a que en el complemento las cosas no cambiaban, el entrenador alemán soltó los leones: Salah y Firmino a la cancha, se terminó el descanso para ellos, la situación estaba complicada. Acto seguido Nick Pope le dice que no al egipcio y más tarde el brasileño pierde un par de chances claras definiendo mal.

Burnley se agranda, se hace ancho en la cancha ocupando todos los espacios. Es ordenado y prolijo con la pelota, así que se las arregla para crear peligro y hasta para hacer intervenir al arquero brasileño Alisson Becker, que llega a lucirse unos minutos antes de salir a destiempo y cometer un claro penal que Ashley Barnes no desperdicia y transforma en gol.

Es el único gol, el que quiebra el largo e interminable invicto de Liverpool en su estadio, el que deja a los de Klopp en el cuarto lugar de la tabla y todavía amenazados por el Tottenham Hotspur de José Mourinho, que lo sigue a un sólo punto pero tiene un partido menos jugado.

 

Imagen: CNN

Fuente: La Oral Deportiva