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Porque al borde de la oscuridad

viaja el tren de la paz.

Oh, el tren de la paz toma este país.

Ven y llévame a casa otra vez.

Nada más lejos de la actualidad.

Mientras el ejército israelí continúa su avance dentro de Gaza con combates cuerpo a cuerpo, un bombardeo israelí causó decenas de muertos en Jabalia, el mayor campo de refugiados del enclave palestino. 

Podíamos ver imágenes de un inmenso cráter y junto a ellas el sufrimiento de muchos civiles que sacaban con sus manos cadáveres de adultos y bebés.

El ejército israelí confirmó ese ataque y aseguró que iba dirigido contra un centro de operaciones subterráneo de Hamás.

En ese ataque mataron al comandante de un batallón local del grupo armado, Ibrahim Biari.

En una rueda de prensa, el portavoz militar israelí, Daniel Hagari, culpó al líder de Hamás, Yahia Sinwar, de las muertes de civiles en el bombardeo, por usarlos como “escudo humano”, y reitera el llamamiento a los residentes de la zona a desplazarse hacia el sur “para su protección”.

Los refugiados comenzaron a instalarse en este campo después de la guerra árabe-israelí de 1948.

Es una zona pequeña pero densamente poblada de edificios residenciales que ocupa 1,4 kilómetros cuadrados.

Jabalia contaba con 26 escuelas en 16 edificios, un centro de distribución de alimentos, dos centros de salud, una biblioteca y siete pozos de agua.

Se encuentra en una zona que Israel ha declarado como área de evacuación.

Es el mayor de los ocho campos de refugiados de la Franja de Gaza y es un laberinto superpoblado con calles estrechas y edificios de ladrillo.

Sus concurridas calles ya no se parecen al terreno con tiendas de campaña de 1948.

El director del cercano Hospital Indonesio, al que han ido llegando los cuerpos, y el Ministerio de Sanidad del Gobierno de Hamás cifra en 50 los muertos y en 150 los heridos. 

Aunque se trata de uno de los bombardeos más letales de esta guerra, no cambia notablemente la cifra de muertos, que engrosan cada día centenares de palestinos. 

El total en más de tres semanas de ofensiva alcanza los 8.530, en su mayoría menores y mujeres, más 21.541 heridos, según los datos del Ministerio de Sanidad del Ejecutivo de Hamás.

Mientras todo esto sucede las autoridades egipcias anuncian que 81 gazatíes heridos de gravedad serán transportados hoy a Egipto para recibir atención médica.

Si se cumple ese anuncio, serían las primeras salidas de personas de la Franja a través del paso de Rafah, que conecta Gaza con Egipto.

Eso desde que el pasado 7 de octubre comenzara el enfrentamiento entre Hamás e Israel. 

El Cairo, que teme una oleada de refugiados forzando la barrera fronteriza (recordemos que es la única que no da a Israel).

Por eso están poniendo blindados cerca del cruce.

Israel ya informó de sus dos primeros soldados muertos, en enfrentamientos con milicianos, desde que inició su invasión a la Franja, el pasado viernes.

También anunció un plan para que los heridos sean tratados en centros médicos flotantes en la costa sur de Gaza, y no en los hospitales de la zona norte, que ordenó evacuar y donde aún hay cientos de miles de personas.

La jornada de ayer nos vuelve a poner a la puerta de uno de los principales temores que hay en la región.

El riesgo de una extensión regional del conflicto.

Yemen —reivindicado por la milicia Huthi, aliada de Irán— básicamente le declaró la guerra a Israel y lanzó misiles y drones contra Eilat, una ciudad costera del sur del país.

Los rebeldes Huthi, que controlan buena parte de Yemen (incluida la capital),  reivindicaron el lanzamiento de misiles y drones contra Israel y advierten que no serán los últimos en apoyo a sus “hermanos oprimidos de Palestina”. 

De todas formas el principal temor de Israel es la entrada en escena, en su frontera norte, de la mejor armada y preparada milicia libanesa de Hezbolá —que por ahora se ha limitado a ataques puntuales—, otro aliado de Irán.

Amnistía Internacional acusa a Israel de usar fósforo blanco contra civiles en la frontera de Líbano.

La organización documenta al menos nueve casos de personas heridas por proyectiles que contienen esta sustancia, prohibida por el derecho internacional cuando se emplea sobre objetivos no militares

La Organización Mundial de la Salud advirtió de la “catástrofe de salud pública” que se cierne sobre la población de Gaza por el hacinamiento causado por el masivo desplazamiento de la población, así como por los daños causados por los bombardeos israelíes en las infraestructuras sanitarias y de agua corriente. 

La agencia de la ONU para la infancia, además, advierte de que ya se están produciendo casos de deshidratación entre los niños palestinos y estima que puede haber cerca de un millar de niños desaparecidos.

En un comunicado, James Elder, portavoz de Unicef, la agencia de la ONU para la infancia, califica Gaza de “cementerio para miles de niños” e “infierno para todo el resto”.

El ejército israelí ha dado cuenta de ataques contra “300 objetivos” en 24 horas, en los que ha matado a “decenas de terroristas”. 

El brazo armado de Hamás, las Brigadas de Ezzedin Al Qasam, informó de enfrentamientos con las tropas israelíes, en los que ha perdido un número de hombres que no especificó. 

Los milicianos lanzaron proyectiles antitanque contra los blindados y abrieron fuego con armas automáticas. 

“La orgullosa Gaza siempre será el cementerio de los invasores”, amenazaron las Brigadas en un comunicado.

El cese de las hostilidades parece hoy una quimera. 

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, aseguró que “los llamamientos a un alto al fuego son llamamientos a la rendición de Israel ante Hamás”, y citó a la Biblia para dejar claro que “hay un momento para la paz y un momento para la guerra”. 

“Y este es un momento para la guerra”, agregó. 

Los líderes políticos y militares israelíes insisten en que la operación durará lo que tenga que durar —meses o incluso años— hasta la erradicación completa de Hamás, tanto en la parte ejecutiva (gobierna Gaza desde 2007) como la militar.

También Estados Unidos y el Reino Unido consideran que un alto el fuego sería ahora un regalo para Hamás, la organización armada que organizó el mayor ataque en suelo israelí, con más de 1.400 muertos, el pasado día 7.

“Simplemente, consolidaría lo que Hamás ha podido hacer y le permitiría permanecer donde está y potencialmente repetir lo que hizo el otro día y eso no es tolerable”, dijo Antony Blinken, máximo responsable de la diplomacia estadounidense, en una audiencia en el Senado. 

Una fórmula menor que se maneja, un “alto el fuego humanitario inmediato”, es la que el responsable de la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, Philippe Lazzarini, ha definido este lunes como “cuestión de vida o muerte para millones de personas”. 

Un día más tarde, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, se ha manifestado “profundamente preocupado” por la “intensificación del conflicto”.

El embajador de Israel ante la ONU, Gilad Erdan, se puso una estrella amarilla de la era nazi en la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU y dijo:

“Hoy en el Consejo de Seguridad llevé el parche amarillo y les grité a los miembros del consejo: Cuando enviaron a mis familiares a las cámaras de gas, el mundo guardó silencio. Hoy, después de que se quemara vivos nuevamente a bebés judíos, el Consejo de Seguridad guarda silencio. ¡No has aprendido nada en los últimos ochenta años! ¡La ONU ha olvidado por qué fue fundada! Pero nos aseguraremos de recordárselo: a partir de ahora, mi equipo y yo llevaremos un parche amarillo para recordaros la vergüenza de vuestro silencio. Y lo llevó adelante con valentía hasta eliminar al Hamas nazi. ¡NUNCA MÁS, es ahora!”

Aunque el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y otros dirigentes del país han comparado el ataque de Hamás que desencadenó la guerra, con la persecución nazi de los judíos, el uso del símbolo equivale a violar un tabú nacional y existencial, a la vez que pone de manifiesto lo delicadas que siguen siendo para muchos judíos las comparaciones —e incluso las menciones a la ligera— al Holocausto. 

El 7 de octubre se registró el balance más trágico de muertes de judíos en un solo día desde el genocidio nazi.

El presidente del Centro Yad Vashem para la Memoria del Holocausto de Israel ha criticado duramente este martes a la delegación diplomática de su país por ponerse estrellas amarillas.

Dani Dayan, mediante una publicación en la red social X (antes Twitter), escribió: “Lamentamos ver a los miembros de la delegación israelí llevando una estrella amarilla. Ese acto es degradante tanto para las víctimas del Holocausto como para el Estado de Israel. La estrella amarilla es un símbolo de la indefensión del pueblo judío y de estar a merced de los demás. Hoy tenemos un Estado independiente y un ejército fuerte, y somos dueños de nuestro destino. Hoy nos ponemos una bandera azul y blanca en nuestra solapa, y no una estrella amarilla”, escribió Dayan.

A todo esto el grupo palestino El Hamás publicó el lunes un vídeo en el que tres mujeres israelíes cautivas en la Franja de Gaza responsabilizan al primer ministro, Benjamín Netanyahu, del ataque de los islamistas del 7 de octubre y le exigen que negocie la liberación de presos.

Dirigiéndose al jefe del Gobierno israelí, una de las mujeres grita en hebreo: «Libéranos ahora, libera a los ciudadanos de ellos, libera a los presos de ellos, déjanos volver con nuestras familias». «Se suponía que habría un alto al fuego. Te comprometiste a liberarnos»,  añade la mujer, la única de las tres que habla en el vídeo, que dura 77 segundos.

«Nos estás matando, quieres matarnos», agrega, y acusa a Netanyahu de no haber protegido a las comunidades cercanas a Gaza durante el ataque de Hamás, que dejó más de 1400 muertos en Israel, más de 5400 heridos y 239 rehenes cautivos en el enclave.

Por su parte, Israel ha confirmado que las tres rehenes están en manos de Hamás, y el primer ministro ha calificado de «cruel propaganda psicológica» el vídeo difundido. 

“Es concebible cualquier tipo de acción preventiva contra el régimen sionista en las próximas horas por parte del Eje de la Resistencia”, afirmó el pasado 14 de octubre el ministro de Exteriores iraní. El Eje de Resistencia al que se refería el mandatario es una alianza militar y política antiisraelí, antiestadounidense y antisaudí formada por numerosas organizaciones paramilitares y gobiernos de Oriente Próximo, donde los ataques terroristas de Hamás contra Israel y la durísima respuesta del Estado judío han elevado la tensión bélica hasta niveles no vistos en décadas.

El autodenominado Eje está compuesto por los regímenes sirio e iraní, la organización libanesa Hezbolá, las milicias chiíes de Irak ―con la Organización Badr, Kataeb Hezbolá y Asaib Ahl al Haq a la cabeza―, el movimiento de los hutíes en Yemen y las organizaciones palestinas de Hamás y la Yihad Islámica Palestina, así como otras formaciones minoritarias en los territorios palestinos.

El ideador de esta alianza fue Qasem Soleimani, el comandante del grupo élite Al Quds de la Guardia Revolucionaria de Irán. 

Su carácter informal y su progresiva ampliación hacen imposible encontrar una fecha exacta de creación, pero se cree que su nombre surgió en contraposición al «eje del mal» del expresidente estadounidense George W. Bush, que en 2002 se refirió así al grupo formado por Irán, Irak y Corea del Norte. 

Poco a poco el concepto fue calando en la política árabe hasta que los oficiales de la República Islámica de Irán acabaron adueñándose de él.

Además de su rechazo a Occidente, los miembros del Eje de la Resistencia tienen en común la religión chiita, una de las dos principales ramas del islam junto con el sunismo. 

La única excepción son las organizaciones palestinas, que son sunitas pero a las que la guerra con el Estado de Israel les ha acercado a la órbita de Irán, el centro neurálgico del Eje.

Teherán usa el grupo para reforzar su influencia política en Oriente Próximo y la media luna chií, un área donde la mayoría de la población es chií.

De esta forma, los miembros del Eje de la Resistencia reciben apoyo logístico, económico e ideológico de Irán para contrarrestar la creciente hegemonía de Israel y EE.UU. en la región, luchar contra la ocupación israelí de Palestina y reconfigurar en última instancia el equilibrio de fuerzas.

En los últimos años, sin embargo, el grupo se había debilitado, en especial tras el asesinato por parte de EE.UU. de Qasem Soleimani en 2020. 

Sin embargo, tras el ataque de Hamás a Israel el pasado 7 de octubre el Eje de Resistencia ha resurgido con más fuerza que nunca.

Al fin y al cabo, Gaza es un emplazamiento de gran importancia geopolítica para sus miembros, que se han convertido en los principales apoyos de la resistencia armada palestina. 

Prueba de ello es su intervención en el conflicto, aunque por el momento de forma moderada.

La condena de los países árabes al contraataque israelí no van a revertir su acercamiento a Tel Aviv ni a volcarse con Palestina, por lo que son las milicias financiadas por Irán las que podrían llegara a enfrentarse a Israel en una guerra a escala regional.

“Quien quiera frustrar el establecimiento de un Estado palestino tiene que apoyar a Hamás”, declaró el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu en una reunión de los parlamentarios de su partido en 2019. 

“Esto es parte de nuestra estrategia: aislar a los palestinos en Gaza de los palestinos en Cisjordania”. 

Divide y vencerás, una estrategia tan vieja como eficaz. 

Sin embargo, hasta la táctica más útil puede volverse en contra de quien la usa, en especial si abusa tanto de ella que una de las facciones divididas cobra la suficiente fuerza como para volverse contra el divisor. 

El Estado de Israel apoyó desde su nacimiento a la organización islamista Hamás para debilitar a la facción palestina contraria, la OLP, organización laica que domina la Autoridad Nacional Palestina, el Gobierno palestino reconocido internacionalmente.

 Ahora Hamás ha protagonizado el mayor ataque contra el Estado de Israel desde su fundación en 1948.

Hasta ahora, Israel había creído que Hamás era la mejor entre el abanico de malas opciones que tiene para gestionar Gaza. 

El Gobierno israelí evacuó la Franja en 2005 por motivos de seguridad y no tenía interés en volver a ocuparla.

Tampoco pretendía destruir Hamás por temor a que el vacío de poder fuera aprovechado por facciones más radicales, como Dáesh, que tiene presencia en la vecina península egipcia del Sinaí.

Con Hamás incluso podían negociar, a pesar de que cada pocos años se enfrentaran en guerras como las de 2008, 2014 o 2021.

Pero Israel no solo utilizó a Hamás para controlar la Franja de Gaza sino, sobre todo, para dividir al movimiento palestino. 

La derecha israelí no cree en la solución de dos Estados, es decir en la creación de un Estado palestino viable que conviva con el Estado de Israel. 

Y saben que para hacer fracasar esta posibilidad deben mantener desunida Palestina entre Hamás, con su feudo de Gaza, y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que gobierna en Cisjordania. 

Mientras que Hamás no ha reconocido al Estado de Israel y mantiene la lucha armada, la OLP renunció a la violencia y colabora con los israelíes.

Por último, la derecha israelí ha convertido el conflicto palestino en una potente arma electoral.

Nentanyahu y sus antecesores, como Ariel Sharon, han ganado elecciones prometiendo seguridad a los israelíes, así como aumentando los asentamientos judíos en Cisjordania.

Netanyahu, el primer ministro israelí que más tiempo ha pasado en el cargo, es un maestro de esta estrategia. 

Le ha servido para asegurarse un sólido apoyo electoral, así como para desviar la atención de los muchos casos de corrupción que afronta.

Su polémico proyecto de reforma judicial, que sacó a cientos de miles de israelíes a las calles en protestas masivas este verano, ha pasado a un segundo plano por ahora. 

No obstante, su incapacidad para impedir el ataque de Hamas parece haber destrozado su imagen pública. 

80% de los israelíes lo responsabilizan por los fallos de seguridad y al menos la mitad creen que debería dimitir cuando acabe la guerra.