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Luego de la Segunda Guerra Mundial, la que luego sería llamada “Costa de Oro de Canelones” tuvo un “boom” de fundaciones de balnearios, surgidas de parcelamientos apresurados y ventas a largos plazos. Así los vendedores de terrenos invadieron oficinas públicas y privadas en Montevideo y Canelones, dijo en la última columna del ciclo 2024 de Punto de Encuentro, el profesor Alejandro Giménez.

Quien agregó que la escena podría  recrearse de la siguiente manera:

“Buenos días, vengo a ofrecerles un gran negocio. Un terreno en un balneario de Canelones. Un lugar de veraneo cerca de la playa, pero también una inversión que le pueden dejar a sus hijos”, dice el vendedor inmobiliario, mientras despliega un plano sobre uno de los escritorios. 

“¿Dónde es y qué es lo que me ofrece?, pregunta uno de los trabajadores.

“Se trata de la posibilidad de tener su casita a pocos cuadras del mar, adonde ir fines de semana y vacaciones, para descansar de la rutina de la ciudad”, responde el vendedor”

“¿Cómo llego alli?¿Hay servicios?¿Y la forma de pago? fueron las inquietudes de quienes trabajaban en esa oficina.

“Hoy puede accederse por tren o por la Ruta 8 y 9, en auto o bus, pero está previsto que en pocos años haya una carretera que una los balnearios. La costa se está poblando, lo que está trayendo servicios, y con respecto al pago puede hacerse en cómodas cuotas en diez años !”, exclama el vendedor.

De esta manera, en pocos años los balnearios se llenaron de casas. “Mi sueño”, “El reposo”, “Rumor de olas”, fueron algunos de sus nombres, o la combinación de primeras letras de sus hijos “Alpema, Narapa, Joenmar”, sirvió para denominar a esas propiedades, que también sería de disfrute de futuras generaciones.

 Atlántida: los médicos, los arboricultores y un “tano” misterioso

La historia de esa franja costera empezó mucho antes. Ya hacia 1880 llegaron familias de Pando y de Montevideo, en carretas con toldos trayendo las provisiones para tres meses de campamento en la zona de la hoy playa Mansa de Atlántida. Había separación de sexos a la hora del baño de mar, en la zona conocida entonces como “el Paso de Las Toscas”. 

A inicios del siglo XX, un grupo de médicos y estudiantes de esa carrera se interesan por ese lugar, no sólo por el interés como balneario, sino para hacer allí una inversión forestal. Francisco Ghigliani, Alberto Galeano, José María Delgado y Atilio Narancio fueron algunos de ellos, que en 1908 fundaron la Sociedad Anónima Arborícora Uruguaya. Dos años después Ghigliani, llamado a elevados destinos a nivel nacional (fue fundador del SODRE en 1929 y Ministro de Instrucción Pública del gobierno de Gabriel Terra) y el ingeniero Juan Pedro Fabini, luego intendente de Montevideo y diseñador de la Rambla Sur y la Diagonal Agraciada), se unieron para adquirir una propiedad contigua a la de la Arborícora, desde el actual Fortín de Santa Rosa al Arroyo Pando. La unión de ambos emprendimientos dio lugar a la constitución de la Territorial Uruguaya SA, en mayo de 1911.

Ese año se considera el de la fundación de Atlántida, que toma su nombre de un paralelismo de la desaparecida mítica isla entre América y Europa, de existencia nunca comprobada; o, de acuerdo a otra versión, que habla de que aquellas playas eran consideradas oceánicas, de acuerdo a un aviso en el diario “El Dia” en setiembre de 1912 anunciando la venta de solares diciendo “Con un pie en la ciudad y otro en la playa Atlántica” (…) la playa oceánica más cercana a Montevideo!”. El ingeniero Fabini concibió el plan de avenidas y amanzanamiento del nuevo centro poblado, que también dirigió la obra del Atlántida Hotel, primero de ese tipo en el lugar, que tenía alumbrado central, caño maestro, aguas corrientes, teléfonos, telégrafo y hasta aguas corrientes en todas las piezas. Al mismo tiempo, muchos de los médicos antes nombrados mandan construir los primeros once chalets en la costa. Al lugar se llegaba por tren desde 1895, parando el mismo en la estación “Las Toscas”, hoy estación Atlántida, en donde tenía su casa desde 1909 el arboricultor Mario Ferreira, artífice del Pueblo Obrero, al norte de la actual Interbalnearia, en donde está la  Iglesia de Cristo Obrero y Nuestra Señora de Lourdes, obra del Ing. Eladio Dieste, desde 1921 Patrimonio de la Humanidad. En 1924 empezaron los viajes en bus desde Montevideo, por parte de un tal Tito Fernández. La empresa Copsa comenzó con ese recorrido en 1950.

La segunda etapa de desarrollo de Atlántida se desarrolla a partir de los años ´40, con la llegada a estas playas de Natalio Michelizzi, empresario calabrés. Adquirió un terreno en 1935 para erigir un gran hotel, que no fue otro que el Planeta Palace, un ejemplo de arquitectura náutica, que quedó pronto en 1937 y funcionó como tal hasta 1958, siendo hoy un edificio de apartamentos. Era un ejemplo de lujo, dado que su mentor quería transformar al balneario en un sitio de clase alta, lo que no era bien visto por los fundadores y sus descendientes. Llegaron allí Mirtha Legrand, Tita Merello, Luis Sandrini y Malvina Pastorino, Federico García Lorca y Pablo Neruda y Matilde Urrutía, que vivían por entonces un amor clandestino.

Acusado de simpatizar con las ideas fascistas, Michellizi diseña y manda construir a Juan Torres una construcción vecina a su residencia llamada “El Barranco”, con forma de águila, que denominó “La Quimera”, que no es otra que la actual Águila de Villa Argentina, que quedó pronta hacia 1948, de la que se han tejido historias nunca comprobadas de que era faro para submarinos nazis con criminales de guerra buscando refugio en estas costas. Para Michelizzi fue “Un lugar para alejarse del mundo exterior”, según la escritora Victoria Varela, regalo para su esposa Marcela Benincampi. Un temporal derrumbó en 1982 parcialmente la construcción, que se mantiene enhiesta como símbolo de una época de esplendor. El creador de El Águila había fallecido en junio de 1953.

En 1951 fue inaugurado el Atlántida Country Club, donde se realizaron fiestas con la presencia de orquestas como los Lecuona Cuban Boys y Cab Calloway,  y los cantantes Raphael, Roberto Carlos y Julio Iglesias, entre otros. El Country también fue sede en elecciones de concursos de belleza como Miss Uruguay y Miss Juventud.

 

La Floresta: Un balneario fundado por católicos 

Nueve quilómetros hacia el este, por Ruta Interbalnearia, se encuentra La Floresta, fruto de la creación del empresario Miguel Perea, que en 1909, luego de una conversación con Antonio Lussich en Punta Ballena, se decidió a plantar pinos y eucaliptos en el el rectángulo comprendido entre los arroyos Solís Chico y Sarandí, el entonces Pueblo Mosquitos- hoy Soca -y el Río de la Plata. Dos años después nació una sociedad anónima a tales efectos, que impulsaría allí un balneario, que se llamaría La Floresta, igual que el grupo de inversores, entre los que se encontraba Alfredo Arocena, que en esos años estaba gestando Carrasco. En aquel Uruguay que empezaba a cimentar su batllismo, parece raro que estos hombres pusieran entre sus objetivos crear un pueblo en torno a la estación Mosquitos, luego barrio obrero; una escuela agraria y una capilla del culto católico. Esta última se concreta en febrero de 1913, obra del arquitecto catalán Cayetano Buigas i Monrová, a 4 quilómetros de la playa, adonde se llegaba  con un decauville, vagón con cinco asientos sobre una vía metálica desmontable tirado por un caballo, que toma su nombre de Paul Decauville, empresario francés que en 1875 creó esta forma de transporte, usado sobre todo en el campo.

El primer hotel es de enero de 1915, iluminado por gas acetileno, teniendo su energía eléctrica en 1937. Los primeros solares vendidos en 1918 ya mostraron la inclinación religiosa del lugar, al darse prioridad a los católicos, lo que  determinó que los shorts no fueran muy comunes allí hasta años más tarde que en otros sitios de la Costa de Oro. La Virgen de las Flores era la patrona del balneario, llevada por Perea en 1915 a la entonces novel población, culto autorizado por la iglesia en 1916. No puede dejar de mencionarse la influencia del santo italiano Don Luis Orione, que incluso estuvo en La Floresta en los años ´30. Luego de varias locaciones, la imagen de la Virgen está desde 1984 en el santuario monumental en la Estación La Floresta.

En cuanto al desarrollo turístico, en 1932 el viejo hotel pasa a manos de capitales argentinos, que encarga a los constructores españoles Ramón Bello y Alberto Reborati, autores de tantas viviendas en Montevideo, un proyecto hotelero, otro ejemplo de arquitectura náutica, definido por el Arq. Juan Pedro Margenat como “Un transatlántico con “dos popas y sin proa””, de cinco pisos de altura y una longitud de 70 metros en su volúmen principal. Vendido como propiedad horizontal en 1957, hoy funciona allí el cine y el casino. La conectividad con la capital del país a nivel vial se da en 1938, con la construcción de la Ruta 35, que une Soca con La Floresta, y hacia mediados de siglo con la Ruta Interbalnearia. 

La Ciudad de la Costa- creada por ley de 1994- y la Costa de Oro hoy avalan una afirmación del fallecido antropólogo en diciembre de 1969, hace 55 años: “El Gran Montevideo ha metido su largo brazo en la costa platense y transforma en ciudades-dormitorio las que eran ciudades-recreo”. Fenómeno agudizado en los últimos años por la pandemia de covid y la posibilidad de teletrabajo.