El libro Seis Mentiras Que La Ciencia Ha Dicho Sobre Las Mujeres recoge las creencias y teorías científicas sobre las féminas que las han condenado al ostracismo a lo largo de la Historia
Las mujeres «inferiores» de Darwin
No cabe duda de que la teoría de la evolución del naturalista británico Charles Darwin (1809-1882) sentó las bases de la biología como ciencia y que su publicación supuso una auténtica revolución social, pero el famoso viajero del «Beagle» también fue reo de la época victoriana que le tocó vivir, al menos en lo que respecta a su más que cuestionable visión del sexo opuesto.
Las ideas evolucionistas fueron utilizadas para «convencer de la inferioridad intelectual y social de la mujer», cuentan S. García Dauder, docente de Psicología Social en la Universidad Rey Juan Carlos (Madrid), y Eulaia Pérez Sedeño, profesora de Investigación en Ciencia, Tecnología y Género del CSIC, en su libro «Las ‘mentiras’ científicas sobre las mujeres» (Catarata). «Darwin estaba convencido de la diferencia mental entre los dos sexos y del sometimiento del sexo ‘débil’ al fuerte», explican.
Darwin se ocupa de la naturaleza de la mujer en su obra «The Descent of Man and Selection in Relation to Sex», publicado en 1871, en el que el tema principal es la selección sexual, que depende no de la lucha por la existencia en competencia con otros seres o para sobrevivir a las condiciones externas, sino de la lucha de los individuos de un mismo sexo, generalmente los machos, por poseer al otro. Para Darwin, en el ser humano, los rasgos masculinos son los que generalmente se asocian con grados superiores de perfección, como el coraje, la energía, la razón y la imaginación, mientras que las mujeres son más intuitivas e imitativas. Además, «gastan mucha energía en la formación de óvulos» y tienen instinto maternal, por lo que están mejor confinadas a la esfera privada.
García Dauder y Pérez Sedeño recogen en su apasionante libro las hipótesis y teorías científicas que han justificado el estatus subordinado de las mujeres a lo largo de la Historia. Con motivo del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia que se celebra este sábado (11 de febrero), resumimos aquí algunos de los aspectos más interesantes del texto, como convertir todo lo relacionado con el placer sexual femenino en una patología o ignorar a las investigadoras a la hora de reconocer méritos, incluido el Nobel.
El cerebro femenino diferente
Algunos estudios han indicado que los cerebros femenino y masculino son diferentes. Efectivamente, existen algunas disparidades, como que los hombres tienen una amígdala mayor o un cerebro un 11% más grande, o que ellas tienen más materia gris, etc. Sin embargo, las diferencias cerebrales entre los miembros del mismo sexo suelen ser superiores a las que hay entre los dos sexos. Un estudio de la Universidad de Tel Aviv publicado hace algunos años en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) puso en cuestión estas diferencias. El equipo midió el volumen de materia gris y el de materia blanca y obtuvo datos de imágenes con tensor de difusión que muestran cómo la materia blanca se extiende por todo el cerebro conectando las diferentes partes. Aunque encontraron ligeras diferencias entre mujeres y hombres, había un solapamiento importante entre ambos sexos. Lo que descubrieron es que los cerebros humanos están formados por ‘mosaicos’ únicos de rasgos, algunos más comunes en las mujeres comparados con los hombres, otros más comunes en los varones y otros comunes a todos. De esta forma, concluían que los cerebros humanos no se pueden categorizar en dos clases distintas: cerebro masculino y femenino. Es decir, que las mujeres no están condenadas por su condición a ser incapaces de leer un mapa ni ser hombre incapacita para escuchar.
Histéricas por culpa del útero
Hipócrates y Platón consideraban que la enfermedad mental femenina por excelencia, la histeria, era provocada por un útero errante. El órgano reproductivo podía pasearse por todo el cuerpo provocando todo tipo de males. Galeno atribuyó esos movimientos a un funcionamiento sexual anormal, lo que producía la sofocación histérica. Si el útero no funcionaba -lo que, vaya, ocurría en las viudas o mujeres sometidas a largos períodos de abstinencia sexual-, retenía sangre menstrual o semen viejo y envenenaba el cuerpo.
En el siglo XIX parecía que la población femenina de clase media sufría una epidemia de histeria, provocada por las irritaciones del útero contra las que se emplearon terribles técnicas ginecológicas de cirugía. En la misma línea se trataban la masturbación o la ninfomanía.
Alteradas por el síndrome premenstrual
Dauder y Pérez Sedeño explican en su libro cómo determinados diagnósticos psiquiátricos han podido ser utilizados como ejemplos de sesgos de género al patologizar características relacionadas con la feminidad. No es casual, dicen, que la histeria se definiera como útero errante; que lo lunático hiciera referencia al ciclo menstrual, o que el estrógeno, la hormona femenina, aluda al creador del estro, que significa pasión sexual irracional asociada al celo animal o impulso loco.
De esta forma, las mujeres parecen estar sujetas a las tiranías de sus ovarios y hormonas. Los síntomas del síndrome premenstrual no varían mucho de los que se teorizaron para la histeria. Las autoras dicen que estos mitos todavía están presentes.
Científicas sin premio ni reconocimiento
Hasta hace relativamente pocos años, si se buscaban mujeres científicas en la historia de la ciencia, apenas aparecían unas pocas: Marie Curie, Hipatia de Alejandría… Las autoras explican que los estudios de género han sacado a la luz a muchas otras, pero también son muchos los casos de investigadoras que han sido flagrantemente ninguneadas por uno u otro motivo. Por ejemplo, la genetista Nettie Stevens (1861-1912) descubrió que el sexo de un ser vivo depende de un determinado cromosoma. Publicó su trabajo al mismo tiempo que su prestigioso colega Edmund B.Wilson, que incluso hacía referencia a ella, pero con el tiempo fue Wilson quien apareció como el auténtico descubridor. Otro ejemplo: Isabella Helen Lugski desarrolló una serie de técnicas para determinar la estructura tridimensional de moléculas por cristalografía de rayos X. Pero el Premio Nobel de Química de 1985 se lo dieron a su esposo, el también químico Jerome Karle, y a su colaborador, Herbert A. Hauptman. Rosalind Franklin, codescubridora de la estructura del ADN, fue tratada como una «becaria» y ninguneada, y Lise Meitner, «madre» de la fisión nuclear, no compartió el Nobel de Química con su compañero Otto Han
La desconocidas próstata y eyaculación femeninas
Las autoras de «Mentiras científicas sobre las mujeres» dicen que a día de hoy muchas mujeres y profesionales ignoran la existencia de la próstata y la eyaculación femenina. Según ellas, son uno de esos «secretos científicos» que reducen la investigación de la sexualidad femenina a la reproductiva, obviando la anatomía relacionada con las experiencias placenteras de las mujeres.