Atómica (Atomic Blonde). EE.UU. / Alemania / Suecia 2017. Dir: David Leitch. Con: Charlize Theron, James Mc Avoy, Eddie Marsan.

El comic para adultos ha adoptado dos formas básicas en su traslado a la pantalla: a) la animación de la historieta (comic) de la cual procede; y b) la conversión del “comic” original en un film con actores preservando caracteres y situaciones originales.

“Atómica” se ciñe a esta segunda modalidad, y su realizador, David Leitch, dirige por vez primera en solitario, según guión de Kurth Johnstad adaptando “The Coldest City”, de Antohnoy Johnston (textos) y Sam Hart (dibujos).

Graham Geene, John Le Carré y W . Somerset Maughn, entre otros autores, incursionaron en la literatura de espionajes, recreando andanzas más o menos ciertas, más o menos protagonizadas por ellos, en algún caso, en torno a un mundo de agentes secretos sumamente dificultoso de determinar en que porcentaje es producto de la inventiva del autor y en que otro responde a la realidad del espionaje. La interrogante lo pretexta todo, y en el cine y la literatura se han seguido parámetros que resultan creíbles, dentro del género, para quienes son cultores del mismo.

En 1957, el realizador francés Henri-Georges Clouzot, algunos de cuyos films abrieron polémica sobre el presunto colaboracionismo del autor, ofrece “Los espías”, hermética comedia acerca de fidelidades y traiciones en esa colectividad, probablemente buscando señalar la difusa línea que separa a unos y otros. En medio del desconcierto, “Los espías” irritó y cautivó. Su relato incomprensible, dejaba en claro que sus “espías” carecían de ideales y de bando, eran parte de un doble, triple, cuádruple juego sin reglas estrictas.

En “Atómica”, un desaforado y muy violento grupo de espías, desplazándose a ambos lados del “Muro de Berlín”, en noviembre de 1989, días antes de su caída, enfrenta y/o auxilia, a una platinada agente secreta, en una historia deliberadamente confusa, imposible de seguir. No le importa al film su coherencia y transparencia, sino por el contrario resaltar su ausencia. Nada ni nadie es lo que aparenta o se supone que sea.

Por instantes, recordando a 007, la blonda protagonista, mata y esquiva balas ininterrumpidamente y cuando no está en escena otros se encargan de hacer lugar a las balaceras. La acción semeja a un sofisticado ballet de la muerte.

Con escasas palabras escuchadas en medio de las detonaciones, o interrumpidas por los jerarcas del espionaje en sus interrogatorios, el film arma su inextricable “no historia”, una suerte de ballet, ante un muro que caería pocos días después. Una manera fascinante de fisgonear en los entretelones menos conocidos (quizás reales, quizás imaginarios) del espionaje.