Sólo el 1% de lo que se envía actualmente son cartas. El auge del comercio electrónico ha disparado, sin embargo, la entrega de bultos y ha obligado a los mensajeros a reciclarse en cursos de adaptación. Visitamos una iniciativa pionera en España
Rosa Vizcaíno tiene los pies y las rodillas destrozadas después de caminar 10 kilómetros diarios durante 25 años. Nunca le importó el dolor de las rozaduras del calzado en los talones. Solía llevar unas deportivas cómodas aunque muchas veces se sentía vencida. No recuerda cuántos sobres entregó a lo largo de su vida profesional, pero es cartera desde que tiene 16 años. Hoy con 41 y dos hijos, está en el paro.
La profesión ha cambiado drásticamente en la última década. Casi nadie envía cartas ya. Los carteros han pasado de entregar escritos de siete u ocho gramos a llevar paquetes de hasta cuatro kilos. En este sector hay 31.000 trabajadores, sin embargo, la demanda es cada vez mayor. Los cupos no se completan.
Esto se debe al boom del comercio electrónico que ha generado que las empresas hayan pasado de entregar 125.000 bultos diarios a más de 1.250.000 en los últimos cinco años. Diez veces más. Y, en jornadas de máxima actividad como el Black Friday, San Valentín o Navidades, el envío supera los dos millones de paquetes en un solo día.
Parece una profesión sencilla, pero no cualquiera puede ejercer este trabajo. Por eso se creó la primera Escuela de Repartidores. Un curso que se estructura en dos bloques de 60 horas de formación presencial. Se trata de una iniciativa pionera en España y Europa impulsada por la organización empresarial de Logística y Transporte UNO, que agrupa a las principales firmas del sector. «Sólo el 1% de lo que se manda actualmente son cartas. Lo que ahora funciona es el envío de paquetería», explica el director de esta escuela, Daniel Latorre.
Rosa Vizcaíno se apuntó al curso porque cree que hay que adaptarse a las exigencias actuales para sobrevivir: «La gente cree que sólo llevamos la mercancía, pero no es únicamente eso. Hay que saber generar confianza con el cliente, sumar dotes comerciales y tecnológicas y siempre aplicar un poco de psicología». Ya no es suficiente con conocer las calles, ser ágil para caminar horas o saber conducir.
Como Rosa, hay otra compañera que no descarta crear su propia empresa. Se trata de Ana María Medina, de 39 años, también en paro y estudiante de la Escuela de Repartidores. «Una postal o un paquete siempre generan expectativas en la gente. Cuando te ven llegar, se les cambia la cara», señala para explicar la pasión que le llevó durante más de 20 años a entregar ilusiones por el barrio madrileño de La Latina.
«Lo mejor de este trabajo es que cada jornada es una lotería», explica. «Recuerdo un día que una señora me pidió que le cuidase a sus hijos mientras iba a comprar algo. También me sucedió que un hombre salió con un bate de béisbol a insultarme una mañana porque llamé a su timbre a las 10».
La jornada de un repartidor inicia a las seis de la mañana. En la oficina están las cajas clasificadas por distritos que luego son distribuidas según las calles. «El momento de la entrega es el más animado. Hay compañeros que optan por ir en coche, otros en transporte público o caminando», señala Ana María.
El mensajero es la imagen de la empresa de paquetería. Una persona bien vestida, peinada, que sabe escuchar y tiene buenos modales, hace la diferencia. Pase lo que pase, tiene que mantener la compostura porque hoy el cliente, además de tener la razón, tiene el poder. De hecho, el 60% decide si vuelve a comprar o no un producto en función de cómo se haya realizado la entrega. «Las empresas se han dado cuenta de que el repartidor es una pieza importante en el éxito del envío», agrega.
Las empresas están invirtiendo cada vez más en tecnología para la logística de entrega. Si en 2012 las firmas de paquetería contaban con un 15% de envíos particulares, hoy ese porcentaje roza el 60%. «Algunas personas se entregan por completo a esta profesión y son capaces de llevar un paquete fuera de horario cuando saben que es de enorme importancia para el usuario. Un vestido de novia a destiempo, por ejemplo», dice la responsable de Talento de SEUR, Esperanza Núñez, una empresa que cuenta con 8.000 empleados, 5.000 de ellos repartidores.
Los clientes tienen cada vez más posibilidades de quejarse a las compañías porque tienen herramientas de control en internet. «Nos escriben y les puntúan con nombre y apellidos. Así tenemos un mecanismo para reconocer el trabajo de aquéllos que lo hacen realmente bien o saber cómo podemos mejorar», explica Núñez.
El sector logístico mueve más de 500 millones de envíos y cinco millones de toneladas al año. Quien compra ya no quiere hacer cola en un comercio. A golpe de clic, el producto inicia su camino hasta casa. La revolución reside en que la mayoría de los clientes, por no decir todos, desean que los paquetes sean entregados en su domicilio. Y cuanto antes.
Tanto Rosa Vizcaíno como Ana María Medina no se quedan cruzadas de brazos. Las dos anhelan volver al ruedo laboral cuanto antes. «Queremos esta profesión y estamos dispuestas a actualizarnos. Si la aparición de internet acaba por cerrar el sobre, tendremos un reto enorme para que no se extinga», coinciden. A ambas les sigue entusiasmando la posibilidad de generar expectativa sobre quién abre la puerta de su casa a la espera de un paquete.
(Carolina Domínguez. El Mundo de España)