Lugar a dudas, por Antonio Ladra.
En apenas cuatro días la Constitución de la República, tan citada, tan vapuleada, tan usada para un fregado como para un lavado, fue violada en dos oportunidades: la primera vez, el viernes pasado por el ex presidente Tabaré Vázquez, aún en funciones, cuando asistió a un acto de despedida y homenaje que le organizó el Frente Amplio. Un presidente no puede hacer actividad partidaria estando en funciones. Tabaré Vázquez lo hizo, y se olvidó de aquello tan repetido por el mismo: “Dentro de la Constitución y la ley todo, fuera de la Constitución y la ley, nada”.
El domingo pasado fue el día de la asunción del nuevo presidente. Vázquez le traspasó la banda presidencial a Luis Lacalle Pou. El blanco, liderando una inédita coalición de cinco partidos se transformó en el nuevo presidente de los uruguayos tras 15 años de gobiernos progresistas. Hubo lágrimas, hubo emoción y hasta una excesiva exaltación del ser uruguayo, cuando vimos al mandatario saliente y al entrante tomados del brazo, como dos viejos amigos, realizar el acto supremo republicano de dar y recibir los atributos de presidente, que en nuestro país son muy austeros, apenas una banda de tela bordada con los símbolos patrios: la bandera y el escudo, aunque ya debería ser hora también de eliminarla, pero ese es un tema para otra columna.
Pero al día siguiente, este lunes pasado, en el primer día de su presidencia, al finalizar la jornada, el presidente Lacalle Pou y gran parte de su gabinete se hicieron presentes en la Catedral metropolitana para asistir a la “Oración interreligiosa por la patria”, convocada por el arzobispo de Montevideo, Daniel Sturla, la Conferencia Episcopal del Uruguay y representantes de la colectividad judía e iglesias cristianas. Y este acto y su posterior difusión por parte de la Secretaría de Comunicación Institucional de Presidencia de la República constituyó la segunda violación de la Constitución en 96 horas.
La convocatoria religiosa no estuvo exenta de polémica previa, dado que la Iglesia Metodista se negó a participar pese a recibir la invitación, aduciendo que afecta la laicidad y porque «no existen antecedentes de celebraciones religiosas de este tipo», lo que «puede dar a entender que se jerarquiza una corriente sobre otras».
Es que la laicidad no es otra cosa que la garantía para la libertad de todos. De los que creen y de los que no creen, en un pie de igualdad. Ya van más de 100 años de la separación de la iglesia y el Estado en Uruguay y esta es la primera vez que ocurre que un presidente en funciones asiste a una oración interreligiosa. No lo hicieron ni en dictadura con el ultra católico Juan María Bordaberry, no lo hizo Aparicio Méndez ni Gregorio Álvarez. Tampoco lo hizo Tabaré Vázquez, hombre de convicciones religiosas. Luis Alberto Lacalle Herrera, padre del actual presidente concurrió a una ceremonia similar, pero antes de asumir la presidencia de la República.
No ha sido este un episodio menor. Hiere la imprescindible neutralidad religiosa que debe mantener un gobierno de un Estado constitucionalmente laico donde cada uno pueda ejercer su libertad y profesar la creencia que quiera y también la no creencia, pero respetando la Constitución, la neutralidad del Estado.
El presidente y sus ministros, como ciudadanos que son, pueden ejercer con libertad el culto que deseen, tanto como aquellos que no profesan ningún tipo de creencia.
Eso no está en cuestión. Los principios constitutivos del Estado deben preservarse estrictamente, especialmente por los servidores públicos y esos son precisamente desde el presidente hasta el último de los gobernantes.
El acto fue encabezado por el cardenal de Montevideo Daniel Sturla, quien fue el encargado de recibir al presidente Lacalle en la puerta y acompañarlo hasta su silla.
«Laicidad no es laicismo, es no tener una religión oficial, no significa no tener una creencia», dijo Lacalle Pou para justificar su presencia y la de su gobierno al salir de la ceremonia donde pastores, rabinos y obispos rezaron una oración por el presidente y el nuevo gobierno.
El excandidato a senador el batllista José Franzini Batlle, líder de Avanza País cuestionó el hecho: Fue una violación clara de la laicidad y claro, también, dijo un retroceso en la libertad de convicciones espirituales individuales. El Estado no sostiene religión alguna», escribió en sus redes sociales.
Sobre la justificación de Lacalle fue bien explícito: «Increíble cómo se repite el latiguillo de ‘una cosa es laicidad y otro laicismo’. Como si hubiera diferencia entre católico y catolicismo».
No hay dudas que hay una embestida de la iglesia católica para tener espacios de poder. Ha habido intentos reiterados como aquella propuesta, fallida, de erigir una estatua de la Virgen María en la Aduana de Oribe, pero ahora, con este gobierno los van a tener sin dudas, ha quedado claro con la presencia de la mayoría del gabinete en la ceremonia religiosa.
Y se suman los evangélicos neopentecostales que también pugnan por tener sus espacios de poder dentro del sistema político.
Y cuando esto ocurre, cuando la religión se mezcla con el Estado, la República y la democracia comienza a renguear. Es que el clericalismo hiere la concepción republicana de nuestra democracia.
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Foto: Gastón Britos / FocoUY