El periodista Antonio Ladra, en su clásico espacio «Lugar a dudas» de Punto de Encuentro, analizó el impacto del Covid-19.
En una semana el coronavirus Covid-19, como si fuera una de las 10 plagas bíblicas, trastornó por completo nuestra vida cotidiana: no nos abrazamos ni nos besamos, no compartimos el mate, dejamos de ir al gimnasio y a la piscina, no hay clases, se suspendieron las salidas grupales, no hay cursos de teatro ni de Pilates, ni taller de literatura, ni charlas en los museos, ni rock, ni semana de la cerveza, ni cines, ni futbol, ni básquet, ni fiestas de casamientos, ni boliches, ni cortejo a quien le gustas, ni viajes.
Por la peste se cierran las fronteras: es el sueño de Trump, el mismo que tuvieron en Alemania con el muro de Berlín.
Nos tenemos que quedar en casa, los que podemos tenemos trabajar desde casa, pero hay cosas que no han cambiado, como los sin techo, los que no tienen casa, ¿en qué casa se van a quedar? Es la paradoja del confinamiento de los que no tienen casa.
Cuando salís a la calle tenés miedo, miras al que camina al lado tuyo con desconfianza. El cuidacoche recibe la propina en un vaso de plástico, el mundo entero entró en modo suspensión, se hace difícil entrever un horizonte en el que la vida recupere la normalidad
Lo poco que se puede aventurar no es nada bueno. Habrá, ya hay, una fenomenal crisis económica, cientos de trabajadores van en fila al seguro de paro, comercios que cierran por la peste, pero saben que no van a poder abrir en un futuro más o menos cercano, ni siquiera cuando pase este temporal.
Cuando pase el temporal habrá también un brutal ajuste en el mundo del trabajo, la peste está acelerando la sustitución de la mano de obra, se producirá una reasignación de recursos, un ajuste acelerado por los cambios tecnológicos y las necesidades de las empresas.
El virus ha puesto de manifiesto lo que falta por hacer en materia de salud pública sobre todo en materia de descentralización al exponer la marcada división entre Montevideo y el interior, pero a pesar de ello el sistema de salud ha funcionado y ha sido el argumento más sólido para continuar y profundizar el sistema integrado de salud.
Dentro de lo malo hay cosas buenas como por ejemplo que todo el sistema político dejo de lado sus disputas se han alineado con el gobierno, también el PIT CNT y los empresarios.
Por supuesto que hay quienes siguen envenenando desde las redes, quienes no miran más allá de sus narices. Ellos son parte de ese club que es muy popular y que lamentablemente tiene seguidores, es el club de los imbéciles. Es el club de los creen que cuanto peor, mejor, son los irresponsables que, además, no respetan cuarentenas ni aislamientos.
Son aquellos que arrasaron con las existencias del alcohol con gel, y la coca cola y el papel higiénico como si eso los hiciera inmunes a la peste. O aquellos que especulan y aumentan exponencialmente los precios de los productos básicos para evitar la propagación del virus.
Por suerte hay otra cara: son aquellos que están en la primera línea, los trabajadores del sistema de salud, músicos que le han puesto buena cara al coronavirus y hacen recitales on line o los jóvenes que, sin clases y con tiempo libre, se ofrecen para hacerle los mandados a las personas que son el público objetivo para este virus.
Una cosa es clave: hay que tomar todas las precauciones posibles, pero no entrar en pánico. Este virus estará entre nosotros por lo menos hasta que pase el invierno, no lo digo yo, lo dicen los especialistas que son a quienes hay que escuchar. Quedan unas semanas duras para todos.
Ya no habrá Vuelta Ciclista del Uruguay, fue suspendida por el coronavirus así que no corre aquello de que el país comienza a moverse cuando el último ciclista cruza la meta. La peste nos ha obligado a movernos antes y aunque no hay Vuelta hay que pedalear en forma constante, olvidar el cansancio, no bajar los brazos y no dar por perdida esta carrera.
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