Hace 40 años, el ex instructor de perros “entró” al partido decisivo ante el Inter con “dos pies izquierdos”, en un año donde el hoy Presidente de la República salía a la cancha como mascota de Nacional.
“Como siempre, dos horas antes el pelado (Walter Haynes), nuestro utilero, nos tenía prontos los zapatos, las camisetas, los pantalones, las canilleras…entrábamos al vestuario y cada uno tenía todo pronto, bien prolijito y acomodado; pero… ¡justo ese día!, ¿qué pasó?”, se preguntó Waldemar Victorino, en una extensa charla mano a mano con “La Oral Deportiva”, acerca de lo ocurrido el 6 de agosto de 1980 en la intimidad del vestuario de Nacional un rato antes de comenzar la segunda final de la Copa Libertadores de aquel año en el estadio Centenario.
“Adelante de mi casillero me había dejado ¡dos zapatos izquierdos! Yo me di cuenta, pero no dije nada. Recién cuando me voy a poner los zapatos, le digo: ‘Vo’, pelado… ¿es una joda o no te diste cuenta?’ Me preguntó: ‘¿Qué pasó, ‘Vitorio’?’ Lo miro serio y le digo: ‘Me pusiste dos zapatos izquierdos, ¿qué va a pasar?’ Ahí saltó: ‘¡No, no, noooo… ¿cómo te voy a poner dos zapatos izquierdos?’ Le digo: ‘Vení a mirar’. Cuando vio, se quería morir; se agarraba la cabeza y decía: ‘¿Y ahora cómo hacemos?’, porque para ir a buscar un par de zapatos a Los Céspedes el tiempo no daba; y, además, había otro problema: yo tengo el pie chico, calzo 38, y los demás calzaban 40, 41, 42… ¡nadie podía prestarme un zapato!”, recordó ahora, a los 68 años, el autor del único y decisivo gol de aquella gloriosa y memorable jornada no sólo para Nacional sino para el fútbol uruguayo.
“Yo era muy precavido, siempre llevaba un par de zapatos de fútbol míos, y no se los daba al utilero, los dejaba en mi armario; pero pensé para mí: ‘Te voy a hacer trabajar’. El pelado se lamentaba: ‘Aaaahhh… pero no tengo’, y andaba para un lado y para otro, muy preocupado, mientras yo seguía tranquilo, callado; hasta que después que pasó un rato, le digo: ‘Pelado, ¿sabés una cosa? ¡Te salvaste!’ Me mira y me dice: ‘¿Por qué me salvé?’ Ahí, entonces, le dije por lo bajo: ‘Porque yo en mi bolso tengo un par de zapatos’. Abrió los ojos grandes: ‘¿En serio tenés un par de zapatos?’ Cuando los saqué del bolso y se los mostré, gritó: ‘¡Aaaahhh…qué alivio, me sacaste de un lio, pero… ¡qué hijo de p… cómo me hiciste sufrir! Te perdono porque me salvaste la vida’; y yo le dije: ‘Sí, te salvé la vida, porque si yo no jugaba hoy, ¿sabés la patada en el c…que te pegaban?’”, redondeó el pícaro protagonista de la anécdota que, a pesar del paso del tiempo, tiene grabada la imagen de otra vivencia común de la misma época, pero que hoy en día recobra una vigencia muy especial por el nombre del involucrado.
“No me acuerdo bien si aquella noche estaba, es probable, pero estoy seguro que en varios partidos de aquella campaña nuestra del 80 una de las mascotas de Nacional era Luis Lacalle Pou. ¡Era un infierno! Estábamos para entrar al túnel y yo tenía que pegarle pataditas para que se quedara quieto, ¡porque él quería salir a la cancha antes que nadie! ¡Si no lo parábamos, él igual entraba solo, sin esperarnos!”, contó -también entre risas- quien reveló que cuando el hoy Presidente de la República lo ve o cada tanto lo contacta por whatsapp, “no me dice Victorino, Waldemar, o ‘Vitorio’, como me llaman todos; él siempre me dice: ‘¡Eeeh…goleador!, ¿cómo anda?”
Este jueves 6 de agosto de 2020 se cumplen 40 años de la gran conquista tricolor, que quizá pocos recuerdan fue impactante porque se logró después de varios años oscuros en materia de conquistas para el fútbol uruguayo; pero Victorino conserva fresca otra anécdota personal que va más allá de aquel muy trabajoso triunfo por 1 a 0 de Nacional ante el Inter de Porto Alegre en el estadio Centenario, y aún hoy lo llena de satisfacción, de orgullo, y es notorio que le resulta gratificante.
“Después del partido estábamos festejando con champagne en el vestuario y vino (Paulo Roberto) Falcao, tocó a la puerta, entró y me dijo: ‘Goleador…esto es para usted’, y me dio la camiseta con la que había jugado. No me pidió nada, pero yo le di la mía, ¿qué otra cosa podía hacer ante un gesto que era como un homenaje? Al tiempo, cuando fui al Cagliari, él jugaba en la Roma y nos reencontramos en un partido en Italia. ‘¡Ooohhh…goleador, ¿cómo anda?’, me dijo, y nos dimos un abrazo en la mitad de la cancha. Un señor, un tipazo”.
De aquel partido consagratorio, que además generó mayor euforia y conmoción popular porque fue la primera gran conquista alcanzada por Nacional en el marco de una fabulosa campaña que luego hilvanó la obtención en serie del Campeonato Uruguayo y de las copas Intercontinental e Interamericana, Victorino tiene muy presente que “fue el más jodido de toda la Libertadores, porque en el primer partido en Porto Alegre jugamos mejor que acá, ya que aquí antes había llovido mucho, ¿te acordás?, y la cancha del estadio no estaba como ahora, que es todo pasto…antes tenía pasto en las esquinas, ¡después era todo barro! Allá en Porto Alegre, en cambio, jugamos muy bien, y hasta hicimos un gol que para mí fue válido, pero no nos cobraron”.
De aquel partido de ida en Porto Alegre que terminó 0 a 0, y que la gente de Nacional aún hoy sigue llamando con legítimo orgullo “el segundo éxodo del pueblo oriental” pues unos 20.000 hinchas tricolores llegaron al estadio “Beira Río” a alentar al equipo visitante, el goleador del Campeonato Uruguayo, la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental de 1980, como también la Copa de Oro (“Mundialito”) de ese año, recordó que hubo una especie de juramento que luego se correspondió con el resultado.
“Cuando salimos a la cancha y nos encontramos con una tribuna llena de bote a bote, (Víctor) Espárrago –el capitán- nos reunió y nos dijo: ‘Muchachos, ¡miren la gente que trajimos, hoy no podemos perder, tenemos que darle una alegría a esta gente que vino a acompañarnos!’, y nos comprometimos tanto, que creo que jugamos muchísimo mejor ese partido que la revancha del Centenario”.
Obvio, centrodelantero clásico, vivaz, inteligente, oportunista, dinámico, y además goleador de raza, “Vitorio” sigue teniendo muy clara la jugada del gol que convirtió a los 34’ del primer tiempo de aquel partidazo –por lo que también jugó el Inter- del 6 de agosto de hace 40 años: “Fue una jugada donde Moreira desborda por derecha, yo entro por el segundo palo y defino. A partir de ahí aguantamos el 1 a 0 a capa y espada, el Inter se nos venía, se nos venía y se nos seguía viniendo…pero te voy a decir una cosa: pero el flaco (Rodolfo) Rodríguez (el arquero) fue un fenómeno; en esa final y en la otra de la Copa de Oro contra Brasil con la selección, fue un gigante”.
El repaso de aquel gol fue inicialmente fugaz, y sumario, pero enseguida se detuvo en el detalle específico de la definición de aquella jugada en la que hizo algo de lo que viene enseñando a los delanteros juveniles de los equipos en los que ha trabajado desde hace varios años a esta parte.
“Moreira tiró el centro desde la derecha y como yo me pasé un poco, para asegurarla, porque si le metía el pie capaz que la pelota se iba por arriba del travesaño, le puse la cabeza, pero no el parietal, la toqué con la frente; yo nunca fui de pegarle con el parietal, como dice la mayoría, por lo que les digo ahora a los muchachos: si la pelota viene del costado, yo salto y giro la cabeza hacia ese lado para agarrar fuerza y después pegarle el cabezazo, dejo de mirar la pelota y también pierdo la noción de dónde está parado el arquero contrario”, explicó el instructor en definición de jugadas de ataque que estuvo cuatro años en las divisiones formativas de Nacional y en 2019, tras un pasaje intermedio por las de Cerro, cumplió el mismo trabajo con los juveniles de Racing.
“En Nacional estuve cuando Daniel Enríquez era gerente deportivo, trabajé con Thiago Vecino, Guillermo May, Rodrigo Amaral…y todos los que después ganaron la Libertadores Sub 20, pero como en las elecciones yo voté la lista de Morgan Martínez, cuando asumió la directiva de José Luis Rodríguez no me renovó el contrato; y en Racing los juveniles hicieron 154 goles en 114 partidos, pero el equipo bajó a la ‘B’ y ahí, aunque fue espectacular la forma en la que me trataron, ya con un presupuesto mucho más chico no era posible contemplar mi trabajo”, acerca del cual Victorino precisó que “yo trabajaba un día con cada divisional y no me metía en la tarea de los entrenadores ni en la de los preparadores físicos, pero pedía trabajar con los muchachos antes que los agarraran ellos, porque si yo empiezo a trabajar en definición al final del entrenamiento, con los jugadores ‘muertos’ de cansancio, no puedo hacer nada”.
La charla de más de dos horas de Victorino con “La Oral Deportiva” -café y cortado mediante- en el restaurante “La fortaleza” de Grecia y Japón, en el corazón del Cerro, a cinco cuadras de su casa, hizo un cambio de frente hacia el presente, pero luego volvió al fantástico Nacional de 1980, cuyas conquistas en serie causaron mayor impacto, porque terminó siendo una especie de “fenómeno” construido desde la nada y sobre la base de un par de pilares novedosos y hasta revolucionarios para el fútbol uruguayo –y también el sudamericano-de aquellos años.
“Fue una campaña fenomenal, porque en el 79 yo fue goleador del Uruguayo, pero Nacional no salió campeón, se fue (Pedro) Dellacha (técnico argentino), agarró Juan Martín Mugica, que recién había dejado de jugar en Defensor y era la primera vez que agarraba un equipo como técnico, y ahí le ganamos el clásico de la Liguilla a Peñarol, que era el campeón uruguayo, y así empezó la gesta del 80”, resumió “Vitorio”, sosteniendo que “no fue que Juan (Mugica) haya tenido fortuna: eligió muy bien a los jugadores que tenía que traer, y además trajo al Prof. (Esteban) Gesto, un fenómeno como preparador físico; por eso dimos el batacazo”.
Aquel Nacional rompió con los moldes tradicionales en dos aspectos básicos: fue un equipo que marcó en forma individual -al mejor estilo europeo- en toda la cancha, y jugaba con un vértigo y una dinámica que sorprendió a la mayoría de sus rivales: “Que me perdonen los demás preparadores físicos que tuve antes y después, pero el ‘Profe’ Gesto fue un fenómeno, un adelantado; además, se ve que Juan (Mugica) le habló y le dijo de qué manera quería jugar, marcando al hombre en toda la cancha, y él nos preparó para eso”, sostuvo Victorino, al tiempo que advirtió: “Mirá que Nacional no tenía el gran plantel que tiene ahora; cuando hacíamos fútbol entre nosotros, Juan (Mugica) hacía venir a varios jugadores de Tercera División a completar los once del equipo que enfrentaba a los titulares, porque no éramos más de 19 o 20, contando los tres arqueros, y a veces se lesionaban uno o dos y no alcanzaban para hacer una práctica”.
El ex goleador hizo notar que aquel equipo explosivo que arrasó en la Libertadores de 1980 al jugar 12 partidos y perder solamente uno, el del debut contra The Strongest en La Paz, donde gravitaron los 3.650 metros de altura de la capital boliviana, “sorprendió a todos los rivales porque en América todos estaban acostumbrados a marcar en zona, y como nosotros marcábamos hombre a hombre en toda la cancha, ¿qué pasaba? Quitando la pelota, como también marcábamos al hombre en campo rival, después con dos o tres toques, como máximo, ya estábamos en el arco contario; por eso parecíamos más rápidos”.
Igual, a la luz del paso del tiempo, el otrora vivaz y vertiginoso goleador reconoce que “antes éramos más lentos”, aunque especificando que “jugábamos más al fútbol; ahora son más rápidos, pero por eso mismo juegan menos: es tanta la velocidad que tiene hoy el fútbol, que el jugador no puede aplicar la técnica como lo hacíamos antes. El fútbol de hoy es ‘de punta p’ arriba y corremos todos atrás de la pelota, decime cuándo ves un caño o una jopeada, un tipo que se saque a dos o tres de arriba en una jugada, y antes eso lo veías a cada rato”.
El enfoque, aún crítico, sin embargo, no encierra ni resentimiento ni nostalgia, sólo análisis: “Lo que cambió fue eso, la forma de jugar, porque buenos jugadores siempre hay y seguirá habiendo, sobre todo en Uruguay, eso no ha cambiado”, reflexionó el ex goleador que “explotó” en 1975 en River Plate y llegó a Nacional en 1979, ya con 27 años, pues “empecé recién a los 22, y porque fui a probarme a Progreso; el otro día me invitaron a hacer una charla con el plantel de Nacional y cuando les dije eso no me podían creer, pero yo empecé tarde”, contó a “La Oral Deportiva”, para luego revelar un aspecto inédito hasta para uno, que lo vio jugar por primera vez en la Cuarta División de los “gauchos del Pantanoso” con motivo de un preliminar disputado contra Central en el Parque Paladino en setiembre de 1974.
“Yo antes había ido a la Sexta de Cerro, pero me gustaba salir de noche, tomar una copita, ir a los bailes del ‘Coco’ Bentancur en Belvedere, donde hoy está la sede de Liverpool, y prefería jugar para divertirme en los cuadros de barrio; además de que había entrado en el cuartel de La Paloma (Grupo de Artillería N° 1 del Ejército, que está en Santín Carlos Rossi y La Boyada) y ahí aprendí un oficio, llegué a ser instructor de perros, y hasta viajaba…con un Pastor Alemán fui campeón sudamericano”.
En algo parecido a eso se había convertido ya “Vitorio” en el 80, después de estar un año en Nacional: un mastín del área acechando los arcos rivales, pero sin perder la picardía y el gusto por la diversión que lo llevaron a empezar tarde en el fútbol grande. Al contrario.
De esto último puede dar fe este periodista, “víctima” de una anécdota que en la charla del restaurante “La fortaleza” despertó risas de nostalgia compartida, porque tuvo lugar en la semana previa a aquel épico partido que Nacional le ganó al Inter el 6 de agosto de 1980 en el estadio Centenario.
Era la hora de la siesta en Los Céspedes, donde el plantel de Nacional estaba concentrado. El periodista dejó el “Fitito” de dos puertas –básico- en el espacio que se abre entre el comedor y el portón de entrada y, mientras los jugadores estaban en sus habitaciones, Mugica y Gesto lo hicieron pasar al chalé de los técnicos para hablar tranquilos antes de empezar la práctica, tomando café y comiendo un Martín Fierro, como era de estilo en tiempos donde ni en el umbral de una final de la Libertadores había puertas cerradas.
Una hora más tarde, al salir del chalé para ver el entrenamiento, y ya con los jugadores esperando a los técnicos en la cancha, el periodista captó a lo lejos que el “Fitito” no estaba. En la certeza de que nadie podía haberlo robado y, con una leve sospecha de lo ocurrido, se mantuvo callado, pero buscando en forma disimulada con la mirada dirigida hacia todos lados.
Así pasó un rato, hasta que un funcionario tricolor se apiadó y, para no pasar por “soplón”, le hizo una seña al periodista, que en base a esa pista salió al Camino Berger, que es el que pasa por la entrada de Los Céspedes, y ya afuera vio el auto debajo de unos árboles que estaban a media cuadra de distancia.
Para entonces, se escuchaban las carcajadas resonando en medio del silencio de la cancha, donde después del entrenamiento, un par de horas más tarde, “Vitorio”, Rodolfo Rodríguez, “Chico” Moreira, Arsenio Luzardo y Washington González confesarían haber sacado el freno de mano del “Fitito” para llevarlo a pulso hasta un lugar donde no lo pudiera ver su propietario