“Aunque todos podemos estar de acuerdo en que la desigualdad extrema no es deseable, la realidad es que la desigualdad de ingresos va a existir siempre por la propia naturaleza humana, y es justo que así sea», dijo el presidente de la ARU.
El 30 de marzo de 2015 la revista Nature Neuroscience, publicó un trabajo realizado por un equipo dirigido por las neurocientíficas Kimberly Noble, de la Universidad de Columbia, en la ciudad de Nueva York, y Elizabeth Sowell, del Hospital de Niños de Los Ángeles, California en el que concluyeron que crecer pobre puede afectar el desarrollo del cerebro de un niño desde antes de su nacimiento, e incluso muy pequeñas diferencias en los ingresos pueden tener importantes efectos en el cerebro.
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Para ello tomaron imágenes de los cerebros de 1.099 niños, adolescentes y adultos jóvenes en varias ciudades de Estados Unidos. Los cerebros de los niños de hogares que pertenecen al percentil de ingresos más bajo – de menos de US $25.000 por año– mostraron tener hasta un 6% menos área de superficie que los de los niños de familias que ganan más de US $150.000 por año, según los investigadores. En los niños de las familias más pobres, las disparidades de ingresos de unos pocos miles de dólares se asociaron con mayores diferencias en la estructura cerebral, particularmente en áreas asociadas con el lenguaje y las habilidades de toma de decisiones. Los puntajes de los niños en las pruebas que miden habilidades cognitivas, como la lectura y la capacidad de memoria, también disminuyeron conforme disminuía el ingreso de los padres.
Gabriel Capurro, es ingeniero agrónomo y también presidente de Asociación Rural del Uruguay (ARU), se dedica a la producción ovina, siendo el principal de la cabaña La Pastoral, especializada en la cría del Merino Dohne.
Quizás, si Capurro hubiera leído el trabajo de las neurocientíficas no hubiera dicho lo que dijo en el cierre de la rural del Prado: “aunque todos podemos estar de acuerdo en que la desigualdad extrema no es deseable, la realidad es que la desigualdad de ingresos va a existir siempre por la propia naturaleza humana, y es justo que así sea. Las personas somos todas distintas, tenemos objetivos de vida diferentes, actitudes y aptitudes diferentes, y actuamos y trabajamos en consecuencia. Las diferencias existen y van a existir siempre entre las personas, y por lo tanto en los ingresos, que no pueden ni deben ser iguales”.
Voy a quebrar una lanza por el humanismo del ingeniero agrónomo Gabriel Capurro; seguro que no leyó el trabajo científico, porque si no, no se explica que predique que la desigualdad es inevitable, que siempre ha habido ricos y pobres, y que así debe ser, como un designio divino, que no se puede cambiar.
No tiene la misma oportunidad un niño o niña nacido y criado en un hogar de personas con ingresos altos, que aquellos que nacen en contextos socioculturales críticos, porque sus necesidades básicas satisfechas son muy distintas, dolorosamente distintas.
Contrariamente a lo que opina Capurro, es injusto que haya niños/as naciendo en condiciones que no les permiten desarrollarse adecuadamente. Capurro debe saber que cuando al principio de la pandemia se promovía quedarse en casa, mantener la distancia, mucha gente no tenía casa donde quedarse y si tenía un techo, vivía apiñado, dolorosamente distinto a la vida de Capurro eso es seguro.
Con Capurro hemos escuchado un discurso de una parte del campo. ¿Dirán lo mismo los otros integrantes del campo, esto es los peones, los medianeros, etc. Lo dudo.
Vuelvo a la investigación científica. Los autores han señalado que tienen la esperanza de que las repercusiones negativas puedan ser reversibles a través de intervenciones, tales como proporcionar una mejor atención y nutrición infantil. El trabajo cito otra investigación realizada en México que mostró que otorgar ayudas económicas a familias pobres mejoró las habilidades cognitivas y lingüísticas de sus hijos al cabo de 18 meses.
En momentos en que se habla de grieta parafraseando a los argentinos, el discurso de Capurro, fue la síntesis de la verdadera grieta, la social, la peor grieta que debemos enfrentar.
CODA: La sociedad uruguaya le otorgó a José Mujica el más alto honor al que puede aspirar un ciudadano en Uruguay: llegar a la presidencia. Lamentablemente con sus discursos de odio apuesta al resentimiento y genera también una grieta social.
Foto: Gaston Britos / FocoUy