Es una nota que, por los acordes que suenan de fondo, podría ambientarse en un bar de esos que parecen olvidados en el tiempo, con pocas luces, en alguna de las ciudades del este de Estados Unidos, cerca de la medianoche y con un tipo de sombrero que está tocando al fondo del lugar con una guitarra desafinada, que corta con sonidos desgarradores el humo de los cigarros que invade el poco aire puro que queda.

Podríamos hablar de política, de narcotráfico, de cómo las redes sociales se han convertido en un nuevo y preocupante lugar de denuncia anónima. Luego de recibir varias preguntas sobre el qué, el cómo y el por qué de la reunión, es mi turno. No hay café ni whisky en la mesa. Tampoco mozos, ni mucho menos olor a nicotina. Mi imaginación se corta cuando pongo REC en el grabador y empiezo a largar el primer dardo.

¿Quién es Antonio Ladra?

Es una pregunta que le cuesta contestar, pero después de titubear es “camaleón” la primera palabra que se le viene a la mente. En su vida ha hecho de todo; desde trabajar con motos siendo menor, hasta pasar por una herrería y el Mercado Modelo, previo a conocer su gran amor por el periodismo. Tras un momento de duda, resumió en una virtud lo que no solo ha sido y es el reflejo de su trabajo periodístico, sino que también la manera en que se mueve por la vida: la humildad.

Fue una enseñanza que como alumno le quedó grabada a fuego en las clases con el profesor Javier Restrepo, pero también la moraleja que le aportan los años que aparecen en su cédula, pero que prefiere no revelar. Su currículum tiene con qué ensanchar el pecho, pero Ladra no hace alarde de su apellido y más bien transita en silencio por el camino del reconocimiento en el que su trayectoria sigue sumando kilómetros.

Lugar a dudas

Así se llama la columna que tiene en el programa Punto de Encuentro y, desde su visión, es el puntapié que todavía hoy mueve su espíritu periodístico crítico, con el que valora la libertad de expresión del país, y con el que también cuestiona, en el otro sentido, tanto la debilidad económica de los medios de comunicación, así como el manejo que hacen de ciertos temas que, según analiza, “los hace partícipes de su propio enterramiento”, como ocurrió en el caso conocido como Operación Océano y la publicación de los nombres de los formalizados.

Le dolió el despido de Teledoce, o al menos los argumentos que le pusieron sobre la mesa después de diez años en el canal. Pero sin rencores de por medio, y casi con la misma tranquilidad que los cubanos tienen al fumarse los habanos que estaba repartiendo cuando le dieron la noticia después de una licencia, no se preocupa por lo que pasó sino por lo que viene.

¿Quién es Antonio Ladra?

Un tipo tranquilo, que piensa cada palabra antes de decirla. Padre antes que todo, pero que tormenta con ironía a su hija con la idea ácida de su muerte, según una gitana peruana algo que ocurrirá en diez años.

Un amante del jazz, de la música instrumental, que se apasiona con la lectura, pero aún más con el periodismo escrito. Con la duda entre ceja y ceja, pero con los pies bien sobre la tierra.

El protagonista que le puso la firma al capítulo doce de REC en un mano a mano imperdible, con mucho contenido y poco desperdicio.

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