Por Antonio Ladra.

Se lo quiso homenajear, pero cada cosa que se hizo o se hace es cuestionable y vidriosa y al final puede volverse en contra de lo que se intenta generar. El homenajeado, como puede adivinarse, es el extinto ministro del Interior Jorge Larrañaga.

El día de su sepelio no hubo ningún tipo de control sanitario, una organización mínima, respecto de la situación de pandemia en la que está inmerso Uruguay (no voy a ingresar en los números de muertos etc. porque es bien conocido por la ciudadanía y no es el objeto de esta columna).

En el velatorio en el Palacio Legislativo no se tuvieron en cuenta los mínimos resguardos sanitarios para este tipo de casos en épocas de pandemia. Violó todas las recomendaciones. Tampoco ocurrió en la parada que se hizo frente al Directorio del Partido Nacional, con el agravante de la presencia del arzobispo de Montevideo Daniel Sturla, que luego confesó que participó del acto cuando debería haber estado aislado.

Tampoco se tuvo en cuenta la situación sanitaria en Paysandú, con un sepelio multitudinario donde otra vez no se tomaron medidas sanitarias. El propio intendente Nicolás Olivera pidió disculpas por el hecho, el que dijo los tomó por sorpresa, porque fue «un fenómeno irrefrenable porque se fue un gran líder para el país».

En la noche del sábado, el día del fallecimiento de Larrañaga, móviles policiales hicieron sonar sus sirenas mientras rodeaban el Palacio Legislativo como forma de homenaje. Parece que ese acto fue espontáneo, pero luego lo que ocurrió el lunes con sirenas sonando, se dijo que fue espontáneo pero no fue así, sino que medió una orden de servicio. ¿Cuál fue la razón para decir una cosa que no fue así?

Ahora el debate va en torno a una inscripción de una frase motivacional atribuida a Larrañaga, pero que no es de su autoría: “Hay orden de no aflojar”, preside la sede de la Zona Operacional V de la Jefatura de Policía de Montevideo y en el interior de la Escuela Policial de Escala Básica de la Jefatura de Canelones.

Este lunes el senador Juan Sartori, en ausencia, presentó un proyecto de ley que busca darle respaldo a esa pintada de la que se dijo que fue espontánea, pero parece que ante la discusión generada será cajoneada, jerga usada cuando se deriva a una comisión.

Pero más allá de eso y de la discusión sobre la constitucionalidad o no del uso de la frase en un edificio público debe haber mediado una orden. Si la hubo, ¿de donde partió? ¿El Ministerio del Interior, avaló cambiar la fachada de la sede policial? No se puede pensar que fue pintado por un grupo de policías sin autorización de nadie. Probablemente se trató de una acción de marketing espontáneo, pero no improvisado.

Igual no hay que obviar que se está en el tramo final de la recolección de firmas para poner frente a la decisión ciudadana la Ley de Urgente Consideración y donde hay varios artículos que tienen que ver con la seguridad y que están en cuestión.

Larrañaga fue un caudillo, quizás el último al estilo de las montoneras blancas, fue un blanco de pura cepa, puro corazón, fuerza.

Larrañaga no fue un estadista ni un intelectual, fue, fundamentalmente, un motivador, que con su presencia daba ánimo y valor al cuerpo policial, pero ya no estará y quizás no le sentaría bien el uso que se ha estado haciendo de su ausencia.

Es que no había necesidad.

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