Por Antonio Ladra.

Días pasados me encontré con dos buenos y viejos amigos y cual actores de un nuevo capítulo de la serie El método Kominsky, conversamos sobre la vida y mucho más, pero donde obviamente el tema político no podía estar ausente; al fin, por sobre todas cosas, somos seres esencialmente políticos.

Nuestro presente nos encuentra no sé si más sabios, pero sí más sosegados, autocríticos: es lo que se dice la experiencia. En muchas cosas cambiamos, creo que evolucionamos y en otras, quizás, seguimos anclados en nuestros conceptos y miradas, los básicos, donde creemos que debe primar la tolerancia, el humanismo y la ética, por sobre todas las cosas.

Así, en la deriva de la conversación, por alguna razón que no recuerdo, se nos vino a la mente aquel formidable político argentino Oscar Alende, líder y fundador del Partido Intransigente. El Toro o el Bisonte le decían. Hoy ese partido no existe, pero peor que eso: ese tercer espacio no existe en la política argentina y quizás ese sea uno de los principales dramas de ese país. Solo hay dos posiciones irreconciliables y una gran grieta. ¡Qué digo, grieta!  Una zanja. Una zanja tan ancha y tan profunda que hace difícil que puedan tocarse aunque sea los dedos, en un esfuerzo supremo estirando los brazos quienes están en un lado y en el otro.

Es el drama de Argentina que muchos quieren que se replique aquí, en Uruguay y uno a veces puede ver, intuir, que lo empiezan a lograr, poco a poco.

La propia dinámica de la política uruguaya va en ese camino. En el Frente Amplio es el espacio que ocupaba el Frente Líber Seregni el que se procura reeditar ante el crecimiento del ala que está más a la izquierda y en el Partido Nacional es el espacio wilsonista, que sufrió un duro golpe con el fallecimiento de Jorge Larrañaga. Ahora es el senador Jorge Gandini quien tomó esa bandera y procura revitalizarlo.

Simultáneamente al derrumbe de los espacios de centro han cobrado fuerza los populismos de izquierda al estilo chavista y lo que se denomina la nueva derecha.

Para la nueva derecha o los nuevos liberales el objetivo principal es demoler todo lo que tenga un aroma a Estado. Todo lo que sea Estado es malo y es el mal de todos nuestros males.

Abominan de la nueva agenda de derechos, se dicen ultra liberales pero no admiten que una mujer o un hombre se case con quiera, sea el sexo que sea. O no admiten un aborto así sea de un embarazo fruto de una violación.

Este espacio ha logrado crecer a expensas del centro político y como reacción al populismo de izquierda. Ha sido desde ese lugar que estos nuevos discípulos de Torquemada logran interpelar y hacer tastabillar a los sistemas de partidos tradicionales.

Steve Bannon (exasesor de Donald Trump) catalogado como uno de los estrategas más influyentes de la nueva derecha ha dicho que “el mundo se verá obligado a elegir entre dos formas de populismo: el de derecha o el de izquierda. El centro está desapareciendo”.

Claramente estos fenómenos populistas de derecha, Jair Bolsonaro en Brasil o de izquierda, el chavismo o madurismo en Venezuela, son una anomalía que tiende a socavar las democracias liberales.

La política de consensos ya se ha perdido en Argentina, en picada ahora con la irrupción del economista y nuevo fenómeno de la política argentina Javier Milei.

La confrontación de extremos, bajo el signo de la intolerancia, compone un escenario del cual difícilmente las instituciones democráticas podrán salir ilesas. Este es un mensaje tanto para las izquierdas, como para las derechas tradicionales, que son parte del sistema y que han sido las bases sobre las que se han levantado sociedades como la uruguaya basada en consensos.

Ante el avance de esos populismos de signos contrarios no perdamos el país donde Enrique, el hijo de Manuel Iglesias e Isabel García, almaceneros en el barrio Reducto, llegó, por ejemplo, a ser presidente del Banco Interamericano de Desarrollo.

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