En San Martín de los Andes, a menos de dos horas del paso fronterizo Mamuil Malal, las alternativas al aire libre abundan y conectan al viajero con la mejor versión de Neuquén. Hacer kayak en Quila Quina, fotografiar la Patagonia desde el Mirador Bandurrias y ver el atardecer desde el Mirador Arrayanes son algunas de las opciones tentadoras. El resto, en esta nota:
Una ciudad que se viste de blanco en pleno invierno y encuentra sus mejores tonalidades verdes pasada la temporada de frío. San Martín de los Andes es un paraíso en tierras neuquinas en donde la sensación de estar entre montañas se hace más tangible que nunca. La escena está compuesta por varios personajes que comparten el protagonismo; porque si hay algo que sobra en esta localidad patagónica, son estrellas naturales que brillan con sus imponentes características.
Lagos, cascadas, bosques autóctonos y muchas elevaciones rocosas la convierten en el destino perfecto para conocer en una escapada de pocos días. Y la apuesta se redobla con el sinfín de experiencias que se pueden vivir en primera persona:
1. Hacer kayak en Quila Quina
Un escenario de película se despliega a 18km del centro de San Martín de los Andes. En esa villa mágica se respira el aire más puro de la zona. Ese que te hace comprender el porqué de sus miles de turistas anuales. El que justifica el trayecto de ida para aventurarse en las aguas del Lago Lácar o animarse a conocer los rincones más recónditos de sus bosques. El que solo se encuentra en Quila Quina.
Las formas de llegar se adaptan a la aventura a la que el viajero esté dispuesto: trayectos por tierra o por agua. En ambas opciones las panorámicas enamoran, claro está. El recorrido terrestre comprende parte de la mítica Ruta 40, la más larga del país que lo atraviesa de norte a sur. Además, el periplo en auto pegado a la montaña habilita unas vistas impresionantes del lago y los frondosos bosques de la región. Algunos también optan por la alternativa de dos ruedas y encuentran en las bicicletas el aliado perfecto para combinar deporte con naturaleza. Para los que prefieren la travesía acuática, las embarcaciones salen desde el muelle de San Martín de los Andes y el viaje tiene una duración aproximada de media hora hasta arribar a la costa de Quila Quina.
Una vez que se llega al destino – más allá de relajarse a orillas del lago con mate de por medio -, una actividad clásica es alquilar kayaks y sumergirse en las aguas del icónico Lácar. El profundo azul del espejo de agua de cerca es parte de los encantos que encierra este imperdible.
2. Trekking al Mirador Bandurrias y La Islita
Un sendero que sale desde el corazón de la ciudad y desemboca en un balcón natural óptimo para conseguir increíbles panorámicas desde las alturas. Y, si bien el final del recorrido es la joyita del circuito, el camino para llegar a la cima no se queda atrás. Bosques de cipreses se alzan marcando una clara ruta apta para senderistas expertos y para los que están dando sus primeros pasos en el mundillo del trekking. ¿Qué se puede ver desde el Mirador Bandurrias? Tan solo algunas de las mejores tomas del paisaje que regala San Martín de los Andes. La ciudad se alza por un lado, coronada con el Lago Lácar y la costa que lo bordea y, de lejos, el cerro Chapelco.
Un gran bonus track es caminar media hora más para llegar a una pintoresca isla en el medio del lago conocida como La Islita, a la cual se puede acceder nadando unos pocos metros.
3. Bucear en el Lago Lácar
Infinito turquesa, el sonido de las olas generadas por la embarcación y naturaleza por doquier. Eso es, en resumidas cuentas, cómo se siente flotar sobre el agua de uno de los lagos más importantes de la Patagonia. De origen glaciar, está protegido por el Parque Nacional Lanín y repleto de playas, bahías y acantilados. Sus costas funcionan como un oasis inmejorable para quienes se declaran fanáticos de hundir los pies entre granitos de arena y contemplar la madre Tierra.
Ahora bien, además de disfrutar del lago desde la orilla e incluso embarcarse en catamarán, los aficionados de la adrenalina encuentran una vuelta de tuerca ideal: sumergirse en sus profundas aguas para descubrir la flora y fauna marina debajo del espejo. Bucear en el Lácar es posible de la mano de profesionales y con equipo preparado, descubriendo maravillas ocultas entre azules. La vivencia también puede tomar forma de snorkel para los que no se animan al buceo intenso. El resultado es el mismo: conocer el fondo del lago más querido de la región.
4. Subir al Cerro Chapelco
No todo es esquí y snowboard en el galardonado Cerro Chapelco. Sí, su versión invernal deslumbra con pistas nevadas ideales para los amantes de los deportes de frío, pero su oferta va mucho más allá de la época helada. Cuando finaliza la temporada, cerca de fines de septiembre, el manto blanco que cubre sus laderas comienza a derretirse para, lentamente, dar lugar al verde característico de la primavera y el verano. Y, junto con el color a tono, comienzan las actividades para intrépidos.
Las caminatas cotizan en alza porque, una vez arriba, el bosque de lengas se presta como un entorno perfecto para descubrir sus rincones más escondidos. El trekking junto con expertos habilita unas panorámicas alucinantes del Lago Lácar y el Volcán Lanín, recorriendo la más variada vegetación de la zona. Justamente por la abundancia de árboles, el canopy también se suma al itinerario para volar sobre picos y sentir el vértigo a flor de piel. Una combinación infalible para conocer Chapelco en su costado alternativo.
5. Ver el atardecer desde el Mirador Arrayanes
La golden hour de Neuquén se vive entre paisajes que te envuelven. El Mirador Arrayanes es el principal testigo de cómo se ve la ciudad desde arriba y la perfecta armonía en la que coexiste con el Lago Lácar. La postal diurna siempre es imponente, pero la verdadera magia llega a última hora, cuando el sol se esconde y tiñe el cielo con los característicos tonos naranjas. El reflejo del color sobre el espejo de agua, las montañas que se sienten más cerca que nunca y el silencio profundo que regala la naturaleza concluyen en una experiencia única digna de atesorar en la memoria. Y si al plan se le agrega un buen brindis con cerveza patagónica, no se puede pedir más.