Ese momento en el que el cerebro se queda en blanco: el nombre de esa película que vimos hace poco, las llaves del auto que no aparecen, la fecha de cumpleaños que se nos pasó. Y el “se me hizo una laguna” para salir del bache hasta que los “cables” vuelvan a conectar. Olvidos que muchas veces son insignificantes y otras son signos de alerta. En diferenciar su magnitud está la clave.

 En los adultos mayores, los problemas de memoria son preocupantes cuando afectan la información que es particularmente importante o conocida, cuando las lagunas mentales se vuelven frecuentes o cuando los olvidos interfieren en las actividades diarias. “Si su situación recae dentro de alguna de estas categorías, valdría la pena que viera a un médico”, advierte Ericka Tung, del servicio de Atención Primaria de Medicina Interna de la Clínica Mayo (Estados Unidos).

Con la edad, el cerebro experimenta cambios que pueden dificultar el aprender cosas nuevas o, incluso, recordar palabras conocidas. Olvidar momentáneamente el nombre de alguien o no recordar pasajeramente dónde quedaron los lentes o las llaves son, en la mayoría de los casos, lagunas propias del envejecimiento, que no apuntan hacia ningún problema.

El tipo de olvido que debe preocupar es el vinculado a aquella información que la persona antes siempre había recordado: un evento social (un encuentro semanal con amigos, la clase de gimnasia), algo previsto en la agenda (un turno médico, por ejemplo). “Si eso ocurre de vez en cuando, probablemente no sea un problema; pero si la persona regularmente empieza a tener problemas con ese tipo de conexiones, entonces es el momento de acudir al médico”, aconseja Tung en un artículo publicado por la prestigiosa institución médica estadounidense.

También se debe consultar al médico cuando las lagunas afectan la vida diaria o cuando alguien comienza a tener problemas para realizar tareas mentales. Algunos ejemplos: sentirse abrumado o confundido cuando hay que tomar decisiones, irritarse o molestarse cuando es necesario concentrarse para terminar una tarea, perderse en el camino hacia un lugar conocido, tener dificultad para seguir instrucciones, o tener dificultades para manejar.

Dice Tung: “Si usted acude al médico, la evaluación probablemente incluya una revisión del historial médico y un examen físico; además, como parte de la valoración también se pueden hacer pruebas para medir la función cognitiva, tal como la atención, la memoria y las capacidades lingüísticas o espaciales. En algunos casos, puede igualmente ser útil hacer una evaluación neurológica y exploraciones del cerebro. El médico tal vez desee pedir la perspectiva de familiares acerca de las destrezas cognitivas, las capacidades funcionales y las conductas diarias y cómo han cambiado con el tiempo.»

La evaluación busca explorar síntomas de demencia, que no es una enfermedad, sino que es un síndrome clínico que describe a un grupo de síntomas como pérdida de memoria, dificultad para razonar, incapacidad de aprender o de recordar información nueva, alteraciones en la personalidad y hasta comportamientos inadecuados que afectan las capacidades intelectuales y sociales de una persona al punto de dificultarle cumplir con sus actividades cotidianas.

La enfermedad de Alzheimer es la causa de demencia más común (según la OMS, responsable de entre el 60 y 70% de los casos), pero no la única. “Es importante la pronta evaluación de un síntoma como los olvidos constantes (que pueden apuntar hacia una demencia) a fin de diagnosticar antes la afección e identificar las tácticas para su control.

Existe también la posibilidad de que las lagunas mentales solamente sean una parte normal del envejecimiento. No obstante, si este asunto parece ser problemático, acuda al médico porque una evaluación minuciosa realmente indicará si es necesario preocuparse”, concluyó Tung.