Por Antonio Ladra.

El pasado 25 de agosto se realizó, como todos los años, el acto oficial que conmemora la declaratoria de la independencia de la Provincia Oriental de todo poder extranjero y su unión a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Aquel acto fue realizado en el año 1825 por el Congreso de la Florida, integrado por representantes de los cabildos de los pueblos de la Provincia Oriental.

Este año, previo a la ceremonia de la que participó el presidente Luis Lacalle Pou, hubo manifestaciones de todo tipo. Estuvieron los acaudillados por el abogado Gustavo Salle, con su alegato antisistema, en el que no duda en mezclar desde el comunismo chino con Messi y el número de la camiseta que va a usar en el PSG, la masonería, el sionismo, todo en un cóctel donde no falta, por supuesto, George Soros, Bill Gates y hasta su ex esposa Melinda, condimentado con una posición anti vacuna Covid 19. Es admirable, porque todo ello, que a cualquiera, le lleva por lo menos un par de minutos para entender las conexiones, Salle las hace en 20 segundos. También estuvieron los militantes del sindicato de los funcionarios públicos, COFE y la Salud Pública, además de ciudadanos comunes, que acompañaron a una familia que reclama el castigo para quién protagonizara un fatal accidente de tránsito.

Todas las protestas son legítimas, son el condimento de la democracia, pero son, también, un llamado de atención para el sistema político, sobre todo para aquellos que promueven discursos de odio constantemente, que los hay en todas las tiendas partidarias. Sin embargo,  en medio de las protestas hubo un cántico, bastante bien afinado, al estilo de las barras bravas del fútbol que decía: «Que se vayan todos y no quede ni uno solo».

¡Que se vayan todos! fue un lema que surgió de manera espontánea en Argentina en el curso de la crisis del año 2001. En esas cuatro palabras se resumía una consigna donde quedaba expresada la crisis de representatividad y el desencanto de los argentinos respecto de sus dirigentes políticos. Recordemos que aquella crisis se desató durante la presidencia de Fernando de la Rúa, quien renunció siendo sucedido por el presidente de la Cámara de Senadores, Ramón Puerta, quién convocó a la Asamblea Legislativa para elegir un nuevo presidente. Le sucedió Adolfo Rodríguez Saá, quien renunció alegando falta de apoyo político y así se hizo cargo del Poder Ejecutivo el presidente de la Cámara de Diputados Eduardo Camaño, quien procedió a convocar otra vez a la Asamblea Legislativa para elegir un nuevo presidente y el 1 de enero de 2002 asumió la presidencia interina el exgobernador y senador bonaerense Eduardo Duhalde. ¡Cinco presidentes entre el 20 de diciembre y el 1 de enero!

Hubo también otros números, más dramáticos: en el curso de la crisis, antes de la renuncia del presidente de la Rúa, entre el 19 y el 20 de diciembre, fuerzas policiales y en algunos casos civiles armados, reprimieron la protesta popular causando en todo el país la muerte de 39 personas, entre ellas siete adolescentes entre 13 y 18 años y siete mujeres.

En aquella oportunidad, desde este lado del río de la Plata, los uruguayos, también inmersos en una crisis económica y social, la más profunda que se recuerda, no llegamos a admitir aquel que se vayan todos. Hubo algún intento, con algunos saqueos, cuyo origen nunca fue investigado, pero nada más.

Aquí, en Uruguay, lejos del que se vayan todos, se apostó por el diálogo y la negociación, se apostó a la política y así se salió de la crisis, no sin dolores, claro.

No sé la entidad y la cantidad de personas que ahora en el siglo 21 están de acuerdo con el cantico que surgió, ahora, allí en la Piedra Alta, pero a no dudar que es grave cuando la sociedad comienza a sentir desconfianza con quien gobierna y con quien debe ser oposición. El cántico no hacia excepción alguna. Se deteriora la credibilidad de las instituciones y a largo plazo cuestiona la existencia misma de la política. Es un virus tan riesgoso como el Covid, porque es de fácil diseminación y tiene un alto riesgo de contagio.

Y así como aquel “que se vayan todos” hundió a Argentina, pasó algo parecido en Brasil porque el “que se vayan todos” trajo al vecino país a Jair Bolsonaro.

O el ejemplo de Estados Unidos. Donald Trump representó una versión del “que se vayan todos”, al diseminar la idea de que la política es corrupta, de lo que hay ejemplos, claro, o que los políticos son parásitos, cosa que también pueden ocurrir.

Y claro en nuestro país hay ejemplos recientes que pueden abonar esa idea de política y políticos corruptos. En pocos días supimos de un senador de la República, Oscar Andrade, que no paga sus impuestos y busca justificarlo, un diputado, Daniel Peña, se hace una casa en el Este, en uno de los lugares más exclusivos, de manera irregular o un ministro, Germán Cardoso, que debe renunciar al cargo tras denuncias de irregularidades en su gestión.

De esta manera se extiende la idea de que solo alguien de afuera del sistema puede sanarlo, algo así como que ante los casos de mala praxis médica un escribano se haga cargo de las operaciones, pero el paciente seguramente seguirá enfermo. (Editorial El País, España, 22 octubre 2016. “Que se vayan todos”)

Cuando la política y los políticos están enfermos solo se curan con más y mejor política.

Escuche Lugar a Dudas en Punto de Encuentro

Foto: Gaston Britos / FocoUy